La tesis federal frente al unitarismo en américa latina

Entre las múltiples polémicas destacadas desde los primeros visos de la independencia de las actuales repúblicas latino­americanas está la forma de gobierno que habrían de adoptar una vez liberadas del dominio español.

Esos contrabandistas de la Ilustración, que fueron los precursores, estuvieron bien enterados de las Ciencias Políticas y de las corrientes en auge del Viejo Mundo y en la América Septentrional y sin duda las habrán puesto en el tapete de la discusión, entre las cuestiones que debían tenerse esclarecidas para cuando triunfen los patriotas.

La más o menos arbitraria distribución territorial de Latinoamérica, los continuos cambios de jurisdicción dispuestos por la Corona, las mas de las veces, debido a intereses que no consultaban las necesidades de buen gobierno o de integración nacional de territorios, sumado a la empírica y cambiante jerarquización de las colonias, generaría una conciencia localista y autonomista en las distintas zonas, corriente sembrada desde la conquista por instituciones como los Cabildos y Municipios y desarrollada por la poca o ninguna injerencia en los asuntos locales de parte de la Corona, en gran medida por la distancia e incomunicación con la Metrópo­li y por el carácter casi vitalicio de algunos funcionarios reales asignados a América. Sin duda compartieron nuestros precursores la simpatía con que en Europa eran miradas las formas políticas contrarias a los absolutismos, al español en particular, así como no ocultaron su admiración por todo lo que se vinculaba a las naciones anglosajonas, no solo por la ayuda política y crediticia brindada por ellas a la causa de nuestra indepen­dencia, sino también por el éxito que en todos los campos evidenciaba la Unión Americana, parte del cual se atribuía a la forma federal de gobierno.

EL PENSAMIENTO DE ROCAFUERTE

Entre los personajes más versados en la política panamericana de principios del siglo XIX, Vicente Rocafuerte es quizás el más interesado en el tema del federalismo, ya por sus largas estancias en los Estados Unidos de Norteamérica, ya por sus servicios a los Estados Unidos de México. En sus cartas a José María Salazar, Ministro de Colombia en Nueva York, en su réplica al señor Juan de Egaña, escritor chileno contrario a las formas federales de gobierno y en su ensayo sobre las “Ventajas del Sistema Republicano Representativo, Popular Federal”, se muestra aferrado defensor del federalismo, elogiando tal forma de gobierno en Alemania, Suiza (Federación Helvética), los Estados Unidos de Norteamérica y México, pero contrario a que tan “benéfico” sistema rija en los países liberados por Bolívar.

En “Cartas de un Verdadero Americano” define a las federa­ciones como la Unión y Alianza Política de algunos pueblos que, teniendo algo en común y reservándose para sí parte de la Soberanía, resignan otra en la representación general de los aliados; insistiendo, con citas de las Constituciones de México y Guatemala, que los coaligados son estados indepen­dientes, libres y soberanos en lo que toca a su administra­ción y gobierno interior. Agrega que la resistencia a esta forma de gobierno obedece a resabios de la educación recibida y al miedo al ejercicio pleno de la libertad; y, revisa, precisando conceptos supuestamente errados de su contertulio el señor Egaña, los reales alcances y razones de éxito o fracaso de federaciones antiguas como la Anfictiónica entre repúblicas Griegas, la Germánica, la Helvética (Suiza), la Bátava, comparándolas con las modernas como las federaciones americanas.

Para Rocafuerte (Carta IV) los impugnadores de los sistemas federales equivocan sus fundamentos al pretender que las federaciones deban ser perfectas para ser tales, olvidando que las cosas humanas no son perfectas y que la mejor aproximación al éxito estará en la acertada distribución de los poderes y atribuciones generales de ellas y de los estados que las conforman; así, las contribuciones para la administración de justicia, con más gusto se darán al Juez conocido, que al ignoto designado desde el poder central.

Igual espontaneidad se logrará en las federaciones que resignen a sus estados, la recaudación y gasto de los recursos destinados inmediatamente a sus estados miembros. Además, para el buen gobierno federal no se requiere total igualdad en cuanto a extensión, población, religión y costumbres de cada estado miembro, pues aquellas diferencias no se afectarán por las leyes generales, sino por las regionales, amén de que la buena norma es válida para “Guayaquil (que) tenga 90.000 habitantes Boyacá 440.000 y Apure 80.000… las diferencias en los hábitos de los habitantes y en las leyes relativas al régimen interior de la sociedad, no pueden disminuir las ventajas de la Federación”. Aún a pesar de las múltiples sectas y la variedad y cantidad de sus seguidores, la Federación Anglosajona no sufrió ningún síntoma de desunión por estos motivos; antes bien, si hubo algún disturbio “fue precisamente entre los católicos”.

La diversidad de fuerza y riqueza tampoco impide que se adminis­tre cumplidamente justicia, ni puede crear desigualdades en las contribuciones generales si éstas son proporcionales a la población y riqueza. Lo que si, advierte, no se debe intentar esta forma de gobierno, si no está asegurada la independencia y libres las regiones de revoluciones, a riesgo de ocurrir lo que en Buenos Aires y Colombia “en cuyos países un precipitado arrojo ocasionó males sin cuento, que no hubieran aparecido si la empresa de la federación se hubiera dejado para el tiempo de tranquilidad”.

En la V Carta se describen las ventajas de los gobiernos Republicanos Federativos; y, la primera, con Montesquieu, afirma que ellos reúnen en sí las de los republicanos, con la fuerza de las monarquías, la segunda, la sabia combinación de poderes, deja al ciudadano en más completo goce de sus derechos. La tercera, más uniforme al espíritu público y mayor adhesión del pueblo a las instituciones.

La cuarta, las clases políticas regionales, acostumbradas a la discusión de sus propios problemas, envía al Congreso Nacional y al Poder Central elementos preparados y experimentados. Una quinta ventaja se halla en la mejor administración que las repúbli­cas federales logran de sus recursos por la inmediata e interesada atención que no puede proporcionar un gobierno unitario. Ilustrando con ejemplos, anota que la sexta ventaja ineludible consiste en la efectividad y logros de las soberanías provinciales para las obras y establecimientos beneficiosos realizados sin la intervención de la autoridad suprema. (¿No estará en esta tesis de Rocafuerte la inspira­ción necesaria para las obras monumentales de la religiosidad provincial o regional en el Ecuador o para instituciones como la Junta de Beneficencia de Guayaquil?).

Otra ventaja de la federación, la séptima, la encuentra nuestro autor en la fuerza legítima de que dispone, a despecho de la debilidad que se le atribuye, pues cuenta con la legitimidad que nace de la feliz combinación de los intereses del pueblo y el crédito nacido en la diafanidad de las operaciones de los gobernantes y que le dan una fuerza irresistible.

La otra ventaja octava consiste en la mejor representatividad que tienen las cámaras legislativas regionales por su menor período de duración y más inmediata expresión de los representados. La novena ventaja, citando a Hamilton, es la de contener las facciones, y de enfrentar la ambición de los poderosos, dificultándoles los medios de convertirse en déspotas prevalidos de su influjo haciendo desaparecer los pretextos de que pudiera valerse la intriga extranjera para atacar la unión. La décima ventaja proviene de la distribución del poder de organizar oficinas y tribunales, designar funcionarios, señalar remuneraciones, etc. que se divide y radica en las provincias, repartiendo el “caudal de la deferencia” y el respeto entre las autoridades seccionales, disminuyendo los instrumentos de que pudiera valerse el ejecutivo para el abuso, asegurando así las libertades.

La undécima ventaja, se encuentra en que de mejor manera se consolida la paz con las naciones vecinas, dificultando las agresiones externas. La duodécima ventaja: se precave de mejor modo las usurpaciones y concentraciones de poder, que en los regímenes unitarios solo cuenta con la división de poderes; en los federales, además de ella, se distribuyen también entre los distintos departamentos. Las Finanzas Públicas, décima tercera ventaja, son mejor administradas, al distribuirse el poder fiscal en el gobierno general y los regionales así como la distribución y gasto de los recursos. Finalmente, la última ventaja la encuentra en el “más vivo y ardiente amor de los ciudadanos a sus respectivas provincias” y que según los unitarios es germen de división y enfrenta­miento (hoy conocido peyorativamente como “malsano regiona­lismo”), sin embargo, de ser factor arraigante de la población (¿no se habría fomentado la migración a las ciudades si se hubiese respetado estos sentimientos provinciales?).

En la sexta carta, contesta los argumentos con que se impugnan las ventajas señaladas en la carta anterior siendo once, a saber, que fomentan la insubordinación de las provincias al gobierno general, que favorecen los disturbios interiores, que desvirtúan al gobierno, que exponen a los estados débiles al ataque de los estados más fuertes, que son más susceptibles a las intrigas extranjeras, que son más costosos que los consolidados, que las provincias fronterizas deben sufrir guarniciones más fuertes, perdiendo independen­cia particular, que en caso de guerra se frustra la defensa por la arbitrariedad con que las provincias disponen de sus contingentes, que oponen obstáculos a la realización de obras que deben realizarse por el gobierno central, que las ventajas del federalismo más se deben al carácter del pueblo que a la naturaleza del gobierno; y, que Washington, “cono­ciendo los peligros a que estaban sujetas las repúblicas federales, rogó a sus conciudadanos que consoliden el gobierno”.
La Séptima y Octava cartas las destina Rocafuerte a demostrar la excelencia de los gobiernos republicanos federativos con los resultados que a la sazón ofrece el de los Estados Unidos de Norteamérica.
Finalmente, en su última carta, ofrece críticas a la Consti­tución Chilena, unitaria y naturalmente elogiada por el señor Egaña.
Al hablar de la Constitución Colombiana dictada en Cúcuta en 1821 y calificarla como la más conveniente para América independiente, se confiesa, “amantísimo de aquel sistema federal que debe resultar de la ilustración popular y del vigor de una de las instituciones que solo pueden prosperar bajo la fuerte égida de una constitución central” y añade, “en el estado de atraso, de intolerancia religiosa y de miseria en que nos hallamos, me parece la hiedra federal el más cruel enemigo que se pueda presentar, el único que puede aún dar ventajas a los obstinados españoles”. Sin embargo, cuando sirve a México, en 1826, nuevamente se expresa a favor del sistema federal, esta vez elogiando las ventajas del establecido en ese país, sobre el cual abunda en destacar sus méritos.

Rocafuerte, gran promotor de la tesis federalista, evidencia empero sensibles contradicciones no solo en la práctica, pues cuando en 1835, ejerció la Presidencia impulsó un sistema unitario grandemente concentrador, a despecho de sus ideas ya expuestas sobre el beneficio de las federaciones; sino también en la teoría, aunque es comprensible que por las reconocidas diferencias entre la Unión Americana y las excolonias españolas, quepan a diferentes naciones diferen­tes formas de gobierno, pero no lo es el que a naciones con similar historia, lengua, religión, costumbres, etc. como México y Guatemala por un lado; y, Colombia, Perú, Argentina (Buenos Aires), por otro, les convenga a las primeras el sistema federal y a las segundas el sistema unitario.
Al fin, buscando justicia para Rocafuerte, podríamos convenir en que su pensamiento y práxis no son contradictorios sino complementarios, si aceptamos que, Rocafuerte consideró al régimen federal como el más adecuado a nuestros países, cuando hayan madurado cívica y políticamente y e hubieran conjurado los riesgos de la recién lograda independencia.

EL PENSAMIENTO DE BOLIVAR

El Libertador Simón Bolívar, cuyos pensamiento y acción tuvieron innegable influencia en los años de la independencia y de la organización de las repúblicas latinoamericanas, también se avocó al problema de la forma que ellos debían asumir y su posición, similar a la de Rocafuerte, reconoce las bondades del federalismo pero las encuentra inoportunas para esos años y esas naciones. En el Manifiesto de Cartage­na, ya en 1812, atribuye como principal causa del fracaso del primer gobierno independiente de Venezuela a la forma federal que adoptó: “El Sistema Federal, bien que sea el más perfecto y más capaz de proporcionar la felicidad humana a la sociedad, es, no obstante, el más opuesto a los intereses de nuestros nacientes estados” y se pregunta “que país del mundo, por morigerado y republicano que sea, podrá en medio de las facciones intestinas y de una guerra exterior, regirse por un gobierno tan complicado y débil como federal?” y agrega, “es preciso que el gobierno se identifique, por decirlo así, al carácter de las circunstancias, de los tiempos y de los hombres, que lo rodean” y concluye: “Soy del sentir que mientras no centralicemos nuestros gobiernos americanos, los enemigos obtendrán las más completas venta­jas, seremos indefectiblemente envueltos en los horrores de las disensiones civiles y conquistados vilipendiosamente por ese puñado de bandidos que infestan nuestras comarcas.”.

En 1815 se mantiene firme en sus opiniones: “No convengo en el Sistema Federal entre los populares y representativos, por ser demasiado perfecto y exigir virtudes y talentos políticos muy superiores a los nuestros”. Para 1819 vuelve a insis­tir: “Cuanto más admiro la Constitución Federal de Venezuela, tanto más me persuado de la imposibilidad de su aplicación a nuestro estado. Y según mi modo de ver es un prodigio que su modelo en Norteamérica subsista tan prósperamente”, y exaltando las virtudes cívicas y políticas de ese pueblo “que se alimenta de pura libertad” sigue pensando que es “prodi­gio” que un sistema tan “débil y complicado”, haya podido regirlo en circunstancias tan difíciles y delicadas …. “Pero sea lo que fuere …. ni remotamente ha entrado en mi idea asimilar la situación y naturaleza de estados tan distintos como el Inglés Americano y el Americano Español”.

Sin embargo, el Unitarismo de Bolívar tiene sus límites, así en 1826, ante la frustración de ver divididas o por dividir­se a las regiones por él liberadas, plantea la idea de la CONFEDERACION ANDINA, que comprendería Panamá, Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú y Bolivia. Desde Magdalena le dice a Sucre “…El Consejo de Gobierno va a reconocer a Bolivia y a proponerle un pacto de Unión, para que ese mismo pacto sirva a Colombia, donde yo lo haré adoptar. La intención de este pacto debe ser la más perfecta unidad posible BAJO EL SISTEMA FEDERAL. El gobierno de los estados particulares quedará … para todo lo relativo a la religión, justicia, administración civil, económica…El Gobierno general se compondrá para manejar la hacienda nacional, la guerra y las relaciones exteriores…Cada Departamento de las tres Repúblicas (Colombia, Perú y Bolivia) mandará un Diputado al Congreso Federal… La Capital será un punto céntrico como Quito o Guayaquil, Colombia deberá dividirse en tres Estados, Venezuela, Cundinamarca y Quito”.

En junio de ese mismo año, por invitación de Bolívar, se reunió en Panamá, el Congreso Anfictiónico, entre cuyas motivaciones estaba la unión federal de los estados latino­americanos recién liberados.

Resumiendo, se puede decir que siempre estuvo en el tapete la discusión la polémica FederalismoUnitarismo y que los mas importantes guías de ese tiempo se plantearon el problema.

Autor: Genaro Eguiguren V.