La constitución desapareció…

Autor: Fausto Jaramillo | RS 57

El lunes 14 de Julio de 1980, un día soleado como para que los voceadores del diario El Comercio, de Quito, gritaran un reportaje firmado por Jorge Ribadeneira, reportero, quien años más tarde sería uno de los grandes directores de ese medio de comunicación del país.

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Es que el reportaje tenía que ver con uno de los hallazgos más importantes para la historia del Ecuador: el texto manuscrito de la Constitución de 1830, que es como decir el Acta de nacimiento de nuestro país, y que. hasta ese entonces se hallaba perdido; por eso, los gritos merecían recorrer los recovecos de la ciudad y del país.

Como el descubridor de ese documento aparecía don Manuel Antonio Yépez, archivero del Palacio Legislativo, quién con amor incondicional al Ecuador, sapiencia y mucha paciencia hurgó, por años, “…en los miles de papeles viejos y nuevos, el texto original de la Constitución de 1.830, la primera en la vida republicana del país”.

Cierto es que dicha Constitución duró apenas un año, pues en 1.831, en Ambato, otra Asamblea Constituyente habría de aprobar la que sería la Segunda Constitución, de las veinte que hasta ahora ha tenido nuestro país. Sin embargo, el valor histórico del hallazgo de don Manuel Antonio Yépez era tan grande como grande es la capacidad de olvido de los ecuatorianos.

Jorge Ribadeneira, tituló su reportaje como una “Nueva historia de la vieja Constitución”. Y escribió: “El 12 de Noviembre (sic) de 1929 fue un día de júbilo para el archivero del Palacio Legislativo, Manuel Antonio Yépez. Le sucedió algo muy importante para un profesional en su material que hasta creyó haber conseguido un rinconcito en la historia… Feliz como un matemático que acierta con la ecuación precisa o un chacarero que localiza un choclo de 80 centímetros, don Manuel Antonio incluyó el documento (se refiere al manuscrito de la primera Constitución) en el inventario de su archivo, informó a los superiores y celebró el hallazgo con su familia”.

Lo que hasta ese momento había sucedido con ese documento, raya en el absurdo, o mejor, raya en el realismo mágico de nuestro suelo; Bogotá guardaba un texto de la Constitución ecuatoriana de 1830; Caracas anunciaba tener otro; ¿pero Quito? Bueno, Quito, no tenía dicha Constitución. La primera Constitución reunió para acometer la tarea a diputados que se reunieron en Riobamba. Las elecciones se habían realizado en mayo de 1.830, y las sesiones y debates, a partir del 10 de agosto hasta el 23 de septiembre del mismo año, en el actual colegio Maldonado de la capital de la provincia de Chimborazo que había sido escogido como sede de ese congreso. Actualmente existe en ese recinto educativo, un salón que es una réplica de aquel en el que los Honorables diputados se reunían.

Al finalizar las sesiones, el Secretario y los amanuenses deben haber tenido un inmenso trabajo en redactar los artículos aprobados, escribirlos manualmente, sin errores políticos ni ortográficos en 4 documentos que luego debieron ser cotejados para que no hubieran discrepancias entre ellos, y finalmente, someterlos a las firmas del Presidente del Congreso de 1830, José Fernández Salvador; del Vicepresidente, el poeta José Joaquín Olmedo; de los diputados por Cuenca: Ignacio Torres, José María de Landa y Ramírez, José María Borrero y Mariano Veintemilla; los de Chimborazo: Juan Bernardo de León y Nicolás Vásconez; de Guayaquil: José Joaquín de Olmedo, León de Febres Cordero, Vicente Ramón Roca y Francisco Marcos: de Loja: José María Lequerica, y Manuel Ignacio Valdivieso; por Manabí, Manuel Ribadeneira y Miguel Ignacio Valdivieso; por Pichincha, Manuel Matheu, Manuel Espinosa y Antonio Ante; los secretarios, Pedro Manuel Quiñonez y Pedro José de Arteta. Una vez firmadas las cuatro versiones, nacía el Ecuador a la vida republicana.

Sin las firmas, los documentos hubieran sido, apenas, una relación de una reunión de amigos.

“Cierto que el texto propiamente dicho no es un modelo de ciencia constitucional e incluye aún las siempre fustigadas dedicatorias al general Juan José Flores, pero lo que se aprobó aquel lejano 23 de septiembre, al pie del Chimborazo, bueno o malo, es parte muy importante de la historia del Ecuador”. Comenta Jorge Ribadeneira.

LOS CAMINOS DESCONOCIDOS
“Por lo que se ha llegado a saber, gracias al interés de don Manuel Antonio, de los cuatro textos originales, uno fue enviado al archivo del Palacio Legislativo – el que tanto hizo sufrir y luego provocó el júbilo del eterno archivero-, otro al archivo del Palacio de Gobierno y los dos terminaron, por motivos que ignoramos en este momento, en Bogotá y Caracas”.

La verdad es que hasta ahora desconocemos los caminos recorridos por esas dos versiones de nuestra Constitución. Nadie ha intentado siquiera seguir su ruta y descubrir la verdad de lo sucedido.
Bien. Ahora recurro a la ayuda de don Gabriel García Márquez, para esclarecer este embrollo. “Mucho tiempo después, frente “al montón de papeles, actas, periódicos y revistas” apilados en el Archivo del Poder Legislativo, don Manuel Antonio Yépez, habría de pensar como un émulo de Sherlock Holmes, para distinguir lo viejo de lo importante, lo antiguo de lo trascendente, lo nuevo de la basura hasta percibir el olor de la historia de la patria, de su patria, y así vengar tantos años de derrotas y olvido”. Hasta aquí la palabra del gran García Márquez. Ahora, regresemos a la crónica del diario El Comercio; “Resulta que luego de las batallas para derrocar del poder al general Ignacio de Veintimilla, uno de los batallones triunfadores fue alojado en el Palacio de Gobierno de la Plaza Grande”.

Pobres soldado, maltratados por las circunstancias y por los oficiales, no deben haber sido alojados como lo destaca Ribadeneira, sino botados a los patios para que se acomoden como les fuera posible; entonces, debieron buscar un mínimo de comodidad, tanta cómo fuera posible. En su empeño todo lo que debieron encontrar significaría un alivio a sus cansados cuerpos, incluso los libros de los archivos del Palacio de Gobierno y de las oficinas que allí se encontraban. Al igual que el coronel no tenía quien le escriba, esos papeles no tenían quien los lea y, por tanto, servirían de almohadas. Pues, movido por quién sabe qué fantasma, uno de los soldados, no tuvo ocurrencia mejor que tomar su “almohada” y llevársela consigo a su cuartel, que ¡oh, “sorpresa” estaba en Latacunga!

Años más tarde, mientras el soldado, ya anciano, agonizaba en los alrededores de la capital de Cotopaxi, sus familiares llamaron a un cura, para que le administrara los últimos sacramentos.

El exsoldado – que dé él se trataba- no se confesó por el uso que dio a su almohada, pero José María Coba Robalino que era el curita confesor, descubrió, en la humilde morada un folleto que habría de modificar nuestra historia. Cuando lo tomó en sus manos, como buen lector de la historia como era, captó su valor.

El texto siguió su camino de olor a sacristía y a incienso hasta dar en manos del arzobispo Federico González Suárez. Se afirma que cuando monseñor falleció, el documento fue a poder del doctor Leónidas Batallas. Desde entonces se perdió su rastro, aunque no es muy difícil suponer dónde puede hallarse.

SE BUSCA UNA CONSTITUCIÓN…
Don Manuel Antonio Yépez era figura popular hace medio siglo, No solo desempeñaba las tareas de Jefe del Archivo del Poder Legislativo sino que su imaginación le empujaba a crear otros caminos por donde debían transitar los documentos encargados a su custodia.

Entre sus obras, y travesuras de archivador, escribió un texto llamado “Cronologías” donde constaba la nomina de los dignatarios de todos los congresos desde el nombrado Congreso de Riobamba, hasta su época. Se dio tiempo para establecer la nomina de todos -sin faltar uno- los que hasta el momento de circular su obra, “… pasaron por el solio presidencial en calidad de presidentes titulares, interinos, encargados, dictadores y lo que sea, tarea que en este país nunca ha sido fácil”. Según lo describe Jorge Ribadeneira.

Pero, aparte de todo, por sobre todo, como buen sabueso de la historia de los Congresos, don Manuel Antonio Yépez tenía en mientes algo que lo hacía contar ovejas mientras perseguía el sueño reparador.

Como las mariposas amarillas de García Márquez, el texto de esa constitución se le aparecía en sueños para luego esfumárselo.

SE VENDE UNA CONSTITUCIÓN
Pero dejemos que las sabrosas palabras de Jorge Ribadeneira nos ilustren esta historia detectivesca. “Cuentan sus familiares que don Manuel Antonio decía que el texto verdadero, el súper original, el verdaderísimo debía estar en su archivo…

-Aquí, aquí tiene que estar…- murmuraba continuamente. Pero el texto no era fácil y continuaba perdido…

Poco antes de que suceda “aquello” -la reaparición- hubo una nueva anécdota con relación a la vieja Carta, Un ciudadano, de quien, lamentablemente, la historia no conserva el nombre, ofreció en venta un “verdadero original”, el de Caracas. No dijo cómo lo iba a conseguir. Pidió 25.000 “para la adquisición del documento” y 5.000 para el viaje a la capital venezolana y punto.

“Yo traigo el texto…,”, ofreció.
La interesante oferta se hallaba en estudio del gobierno y el poder legislativo cuando don Manuel Antonio hizo su pequeño milagro”.

¿EN DONDE? ¿EN DONDE…?
‘En mi mente burilaba la preocupación -relato el archivero, según una versión en poder de sus familiares- de que el original primero y genuino de la Constitución tenía que hallarse en el archivo mismo. Era el año de 1929 y el gobierno se hallaba a pocas horas de cerrar una negociación para adquirir el documento que, fundamentó nuestra autonomía nacional. No dormía, cavilando donde pudiera yo encontrarlo…” “Con ese empeño prosigue- y leyendo por centésima vez las actas de nuestros primeros congresos, encontró en la de 1852 la sugerencia que hacia un diputado en el sentido de que se incluyera el texto de la Constitución en el libro de actas de la legislatura de aquel tiempo, ya que creía del caso que ella debía figurar…”

El detalle fue una punta de ovillo. Comenzó a remover los millares y casi millones de papeles y documentos, Busco en los estantes y hasta bajo los sillones. Hasta que un buen día, aquel 12 de noviembre tuvo una corazonada…

Abrió un viejísimo libraco y constató, como ya había sucedido en una vez anterior, que las primeras páginas estaban pegadas entre sí. Comenzó con la pacienciosa tarea de despegarlas y mejorarlas hasta que llegó el momento ya mencionado del grito de júbilo, Las letras decían, aunque borrosas y medio marchadas “Libro de actas del Congreso Constituyente del Estado del Sur de Colombia desde el 14 de agosto”. Eureka!

Al pie de la primera página había algo más: “A fojas 92 se halla la Constitución dada en Riobamba en 1830 y la dada en Ambato en 1835 a fojas 112…” Don Manuel Antonio no estaba, pues, a fojas uno.

En efecto, en las páginas indicadas se encontraban insertas las primeras Constituciones, las de 1830 y 1835. En opinión del descubridor, que consta escrita para las futuras generaciones, el tomo debió haber sido empastado con posterioridad al Congreso de Ambato, razón por la que en el espacio de un siglo no se pudo dar con un tesoro tan buscado.

Con fruición y euforia, don Manuel Antonio, luego de dar con el ovillo, leyó con voz alta y emocionada: “En el nombre de Dios, autor y legislador de la sociedad. Nosotros los representantes del estado del Ecuador reunidos en Congreso, con el objeto de establecer la forma de gobierno más conforme a la voluntad y necesidad de los pueblos que representamos, hemos acordado la siguiente CONSTITUCIÓN DEL ESTADO DEL ECUADOR…’’ Era la misma.
EUREKA, EUREKA, al fin.

El hallazgo de don Manuel Antonio, como no podía ser de otra manera, no se quedó en las oficinas del Congreso; no, señor. Fue noticia de primera página del periódico “Informaciones”, semanario de la Oficina de Información y Propaganda del Estado, bajo el título: “se encontró en el archivo del Palacio Legislativo la Constitución auténtica de 1830”.

La información tuvo eco en los otros diarios, “El Día” decía: “El ecuatoriano más diligente, el americano mas acucioso, el hombre quizás más útil es el señor Manuel A. Yépez” Su dominio en materia de legislación ecuatoriana es dominio absoluto y lo que afirma el señor archivero en su ramo nos parece más infalible que una predicación “desde la cátedra” hecha por el Sumo Pontífice.., “Así no más era de popular y famoso…

El gobierno le condecoró con la Orden Nacional al Mérito en el grado de Caballero y luego le ascendió a Oficial.Luego de este hallazgo, los ecuatorianos ya no padecemos de orfandad. Tenemos una partida de Nacimiento y de Bautizo. Ya no estamos condenados a 100 años de soledad.

Pero, la verdad, es que nosotros mismos somos los autores de esa clase de olvidos. Ya sabemos que existe ese documento, pero ¿los políticos, lo saben? ¿Saben el significado de una Constitución? No, ellos creen que una mayoría transitoria en una votación en el Congreso debe ser venerada por sobre toda Constitución y no vacilan en hablar y dar discursos mentirosos sobre el pueblo y su felicidad, antes que honrar su palabra de “cumplir y hacer cumplir la Constitución y sus Leyes”

Si ellos no lo saben, nosotros, los ciudadanos de a pie, tampoco lo sabemos. Y conste que ese Constitución cumplirá 193 años, cerquita de cumplir 200 años y aún no sabemos vivir en democracia republicana.

“Don Manuel Antonio Yépez, dirigió el archivo del Poder Legislativo desde 1907, y solo dejó su cargo cuando falleció el 25 de septiembre de 1953.
Nuestro homenaje a este ilustre ciudadano.