Kansaburo Oé, ese desconocido…

Autor: Fausto Jaramillo Y. | RS 59

Una mañana, como casi todas las mañanas, revisaba la prensa internacional en la comodidad de mi computadora. Allí encontré, en un diario español, una nota escrita por el reportero Gonzalo Robledo sobre la muerte del premio Nobel de literatura, el japones Kensaburo Oé.

La noticia no me era especialmente afecta, pues, declaro paladinamente, que la literatura de Japón, como otras, no me es cercana y por lo tanto la desconozco y supongo que muchos ecuatorianos también la desconocen por la falta de un intercambio cultural entre nuestros países. Sin embargo, en esta ocasión, en la entradilla o lead, encontré una frase que me llevó a detenerme. Decía: “el drama familiar, producto de la condición de su hijo, le dotó a Oé de una sensibilidad especial que le marcó la vida” ¿Cuál era esa condición tan poderosa que pudo cambiar la vida de un hombre? ¿cómo era posible que el drama familiar pueda dotar a un escritor una “sensibilidad especial”?

Me detuve en mi lectura de noticias, para leer toda la nota de este reportero español radicado en Tokio y que, con tan solo una frase, había logrado modificar mi costumbre de una apresurada lectura a los acontecimientos internacionales.

Oë EL LITERATO
“Apenas, semanas atrás, el universo literario había sentido una profunda herida con la muerte de Kensaburo Oé, de este escritor ganador, en 1.994 del premio Nobel, al que la crítica le reconocía como un pacifista y antinuclear que en todas sus obras exploraba temas y asuntos basados en la moral y en la libertad individual, sobresaliendo por su magistral capacidad para enlazar mito e historia, ternura y cinismo, locura y lucidez”.

Luego, el periodista no vacilaba en reconocer en Oé, a un “escritor de raza, procedente de la zona rural Shikoku, cuyos bosques y mitos tendrán un lugar relevante en gran parte de su producción literaria”.



Pero, y esta era el principal motivo por el que yo me había acercado a este reportaje, Robledo decía que: “será su historia íntima y personal la que, al verterla en sus obras, le valdrá la distinción universal.

Es que, Oé es el emblema de los padres de hijos con discapacidad mental que asumen su paternidad con la misma determinación con que otros emprenden exploraciones interoceánicas, viajes al espacio o guerras”.

SU DRAMA FAMILIAR
“Será en 1963, cuando recibe el impacto del nacimiento, deseado —a pesar de la recomendación médica— de un hijo con una grave malformación cerebral: un tumor hidrocéfalo que luego de ser removido abrirá las puertas a una condición autista”.
En 1968, al publicar “Un amor especial” en Barcelona, España, Oé, abre su corazón al declarar “Debo admitir que mis ideas sobre la sociedad y el mundo en general… se basan en la experiencia de vivir con este hijo y en lo que he aprendido de ese modo”. Y es que, al decidir el destino del bebé, el escritor enfrenta a su destino como ser humano, sus ilusiones y sus sufrimientos, por eso, con una sola frase que “ilustra cómo un escritor puede ser capaz de abrirse en canal para mostrar a sus lectores lo más recóndito de su ser” declara: “Solo tengo dos caminos o lo estrangulo con mis propias manos o lo acepto y lo crío”.Y, Oé lo crio, no sin antes atravesar un callejón lleno de dudas y de sombras. Por supuesto, la vida se encargaría de premiarlo. Su hijo Hikari (“luz” en japonés), pasaba días enteros expuesto a la naturaleza y al parecer, allí aprendió a distinguir los sonidos de los árboles y de las aves, y a transformarlos en composiciones musicales.

Una anécdota cuenta que su profesor confundió una composición suya con una partitura copiada de Mozart. Cuando Oé recibió el Nobel, en 1994, Hikari ya había grabado su segundo disco compacto. Robledo, cuenta como en varias ocasiones, vio a Oé, cargando a su hijo en las estaciones del Metro de Tokio, esperando el tren que lo llevaría a cualquier parte. Y Robledo se rinde ante esa imagen llena de ternura y valor. Sobre esta experiencia personal Oé había escrito una novela, a la que tituló: Una cuestión personal, protagonizada por un hombre cuya esposa acaba de dar a luz un niño con un mal cerebral. (Busqué esta novela en las librerías de Quito, sin encontrarla)

EL VIAJE QUE CAMBIÓ SU VIDA
En un primer momento, decidió, viajar a Hiroshima Y Nagasaki, las ciudades que sufrieron el poder de las bombas atómicas arrojadas por los norteamericanos y que tanta devastación habían causado en el Imperio del Sol Naciente. “Según declaró más tarde, este viaje le ayudó a salir del abismo de desesperación en el que había caído. Vinculó su dolor personal con el que habían sufrido aquellos hombres y mujeres que habían sufrido los efectos del desastre nuclear, cuya actitud vital y esperanzada le convencieron de que es posible vivir a pesar del horror del mundo”. De ese viaje retornó cargado de humanidad, en la que, a más de su condición de padre, como ciudadano se ubicó en la orilla opuesta al belicismo, al odio y a la postura de una sociedad sometida, casi hasta el desaparecer la individualidad, al sometimiento a un Emperador y a una historia de una sociedad aislada del resto del mundo.

LA VIDA DE SU HIJO
A partir de entonces, Hikari se convierte en el centro de la vida de Oe y también en el centro de su obra. Padre e hijo están siempre juntos, el escritor en su estudio, el hijo en su cuarto escuchando música. La relación, desde luego, no es siempre idílica, y también hay dolor, gritos, incluso violencia. En su casa de Tokio la familia Oe disfrutaba de un gran jardín lleno de pájaros, gracias a cuyos cantos, cuenta Oe, Hikari logró aprender a hablar. Luego estudió música, en la que encontró una vía natural de expresión, y ha llegado a convertirse en un compositor de éxito.

SU FORMACIÓN
Mientras tanto, según el reportero español, Oé, se sumerge en su vida y la recorre desde su infancia: “De niño, hasta los 10 años, era obligado diariamente a jurar en la escuela reverencia y obediencia ciega a un emperador legal y literalmente deificado. Pero en su adolescencia, tuvo que tomar conciencia, a través de la humillante presencia de las Fuerzas de Ocupación del Ejército de Estados Unidos, de que el emperador, de la noche a la mañana, había sido destituido al estatus de un simple mortal”.

A su regreso del viaje a Hiroshima y Nagasaki, Oé, estudió literatura francesa, y ello provocó en el joven escritor una convulsión de valores tradicionales de la sociedad nipona por efecto de la devastadora posguerra y la honda reflexión suscitada por su inmersión, durante sus años de universitario, en la filosofía existencialista.8K

SU LITERATURA
Sobre toda esta experiencia, Robledo nos dice: “La poderosa estatura moral de Oé, activo en manifestaciones contra la energía nuclear en su país contrasta con la efusión de plástico de las obras de otros autores nipones mundialmente aclamados, y arroja una luz bienhechora que le da universalidad y actualidad a toda su obra. Su conciencia moral le hace, por ejemplo, reconocer esta verdad: “Japón ha sido descaradamente hostil a las naciones de Asia del Tercer Mundo. Hemos sido agresores hacia países entre los cuales deberíamos contar al nuestro. El peso de esta conciencia me oprime”.

Su prosa era por lo general difícil y oscura. Muchos japoneses se maravillan de que ese caudal narrativo, escurridizo y críptico, pudiera ser vertido a otros idiomas. En su bagaje cultural y sus fuentes figuraron los murales de Diego Rivera, Cien años de soledad, las novelas de Mario Vargas Llosa y la figura de Cervantes. Hemos perdido a un amigo de la cultura hispanohablante y al portavoz más destacado de los, cada vez menos, japoneses que vivieron la Segunda Guerra Mundial, quienes abogan por un pacifismo que, como una moda obsoleta, empieza a pasar de temporada. Oé, falleció el 13 de marzo a los 88 años.