Mariana Velasco | [email protected]
Es probable que desconozcamos sobre muchas mujeres que utilizaron su inteligencia, imaginación, voluntad, sus fuerzas y a veces su vida para contribuir en la construcción de una sociedad más justa.
Muchas de ellas, sobre todo las que osaron salirse de la norma tuvieron que luchar contra la incomprensión de la sociedad de su tiempo, contra el racismo, o simplemente contra una absurda discriminación basada en el sexo, la clase social o la identidad étnica.
Ecuador está poblado de miles de personas excepcionales, trabajadoras, solidarias y soñadoras. Nuestro personaje es la tercera de los hijos de una familia humilde dedicada al trabajo. Nació en la ciudad de Sondrio, pequeño lugar de los Alpes en la frontera con Suiza, donde transcurrió su infancia en un período muy duro: Segunda Guerra Mundial y postguerra. Su lar natal, es una pequeña ciudad de los Alpes y la más nórdica de Italia.
Este noble ser humano, llegó a Ecuador en 1970 para permanecer cuatro meses, según contemplaba el contrato de voluntariado. Tenía 26 años. Se fue y regresó para quedarse hasta el final de sus días. Conserva su acento italiano pero se considera más ecuatoriana que el ‘’llapingacho’’. Celebra nuestras fiestas con sus tradiciones al igual que las de Italia.
Se prendó de nuestro país, de su gente y aunque jubilada, no deja de crear proyectos, conseguir financiamiento, tejer redes, hacer alianzas estratégicas, trabajar en mingas por los más desposeídos, sobre todo en las comunidades indígenas de la serranía ecuatoriana. Esta mujer, amante del buen vino y de las orquídeas, con su mente abierta, vive, viaja, aprende y valora nuestra cultura, tanto o más que muchos ecuatorianos. Además de hablar italiano, francés, inglés, español y leer quechua, tiene el don de escuchar; es empática y directa. Por donde transita, además de su sonrisa, lleva alternativas de trabajo, propuestas y posibles soluciones. Su palabra goza de credibilidad.
Trabajó en la PUCE de Quito como docente de italiano y posteriormente como Coordinadora de Responsabilidad y Acción Social. Al acogerse a la jubilación, la institución académica le otorgó el Honoris Causa.
Seguí la huella de esta mujer- cuya vida es toda una anécdota- según sus palabras- porque cree que las circunstancias y los hechos se tejieron de forma concatenada para traerlo hasta esta parte del mundo con el primer grupo de voluntarios de Operación Mato Grosso, OMG. En el 70 fue asignada a Simiatug de Bolívar y a su retorno a Ecuador en 1971,en la misma provincia, en situaciones muy precarias trabajó durante cinco años en Salinas. Sus ojos claros, se cubren de agua cristalina contenida de emoción al recordar que, en medio de la miseria de las comunidades indígenas, compartían un trozo de raspadura o unas papitas cocinadas. Desde hace más de tres años, en Sigchos, volcó toda su red de contactos para cristalizar un sueño de la población: elaborar, producir y comercializar el vino de mortiño, que ya tiene bastante aceptación en nuestro país y de a poco también esperan exportar.
En cambio, en Zumbahua, cuyo significado en español es (fuerte y grande), trabaja con los lugareños en el proyecto (harina de papa) para elaboración de varios productos entre ellos pizza. No acepta un no y con su tenacidad conduce a las metas que se proponen las comunidades indígenas.
Todos le conocen, quieren y admiran porque por donde va, hace obra. Las fiestas de Zumbahua, en el cantón Pujilí, provincia de Cotopaxi, fueron el marco para – a la distancia- mirarla, admirarla y re conocer el hábitat en el cual se desenvuelve como cualquier miembro de la comunidad. Su delgada figura no pasa desapercibida y es maestra en’’ verónicas’’ a los políticos porque no debe mezclar su trabajo por los que más necesitan con los intereses políticos o partidistas.
El haber sido elegida Reina del Pueblo de Salinas de Bolívar, le facilitó conocer a diversidad de personas, entre ellas a un ex alcalde Guaranda, con quien se casó y de cuya unión tiene dos hijas: Lucía Antonella, nacida en 1975 y María Elena en el 77. Están radicadas en Italia y le darán la sorpresa, para el próximo 3 de noviembre en las Islas Galápagos, celebrar sus primeros 80 años.
En Sangolquí, Pichincha, me recibe con sonrisa espontánea y curiosidad del porqué de la entrevista. El viento, el sol, los limonares y las plantas llenas de colores, evidencian una hermosa tarde de verano qué, además, pone el marco para admirar cada colorido rincón de su hogar decorado con exquisito gusto y cuya marca registra ‘’Hecho en Ecuador’’.
¿En el voluntariado, primero fue abrir puertas y luego tender puentes que reflejen un nuevo protagonismo colectivo?
Hay dos tipos de voluntariado. La entrega gratuita y desinteresada que ofrecen los voluntarios y el otro que viene con las ONGs que realiza un trabajo pero con remuneración económica.
Los primeros voluntarios abrieron puertas que les permitieron ingresar y ayudar en el desarrollo de las comunidades. Es cierto que las ONGs vienen con fondos que les facilita tender puentes. Pregunto.
¿Si un proyecto dura tres años, después qué pasa con la comunidad?
Es poco tiempo para sostenerlo y sobre todo medir los resultados. Primero hay que crear conciencia en los habitantes de los beneficios del trabajo que realizan y eso permite su sostenibilidad en el tiempo. Por ejemplo San Miguelito de la Chala, después de 15 años, ya caminan solos.
¿Hacer de las comunidades indígenas y montubia, signos del reino de Dios, es el desafío de todo cristiano?
Todos los seres humanos somos del primer mundo y no hay que tener miedo de que las puertas se abran para todos por igual. Ecuador, es el país donde tengo la suerte de vivir. Hablo de suerte porque aquí he tenido el privilegio y la libertad de poner en práctica cuando soñaba un mundo más fraterno y equitativo. Sigo soñando una sociedad equilibrada y armoniosa para este lindo país en donde tomé el rumbo de mi vida, una vez que dejé Sondrio, mi ciudad natal.
Dentro de las aulas universitarias no perdía ocasión para hablar de un Ecuador más justo y más solidario. Al finalizar las horas de clase, conversaba con los estudiantes acerca de mi experiencia en Simiatug y Salinas de Bolívar y del bagaje que llevo dentro. En mi interior, habita un sentimiento de igualdad entre los seres humanos.
El eje de trabajo de las misiones pastorales se enfoca en evangelización, salud educación y promoción social. ¿Usted por cuál optó?
En mi caso fue casi un combo completo. Partí de la experiencia en salud, luego educación y posteriormente me concreté en trabajar con la comunidad, gracias a un don otorgado. Reconozco que ‘’soy mimada de Dios’’, porque no me preparé para esto. Mi título es en auditoria pero no soy amante de los números.
Ecuador me cambió, me dio la verdadera forma de desarrollar mi vida. El cambio que se dio en diversas comunidades, superó toda expectativa de sus habitantes. Tengo muchas maletas llenas de experiencias y tengo muchas más por llenar.
Casi toda aventura humana, la mayoría de veces, está acompañada de inevitables penas, más que alegrías. ¿La suya cómo fue?
‘’Volvería a hacer los sacrificios de no tener luz, baño, cocina. Volvería a lavar en el río, a viajar en camión con carga de personas y animales. Una y otra vez, volvería a hacerlo. No he llorado. Todas fueron alegrías para mí. Todo fue positivo para ser lo que hoy soy’’.
¿Qué significa ser más para ser mejor?
Todo es aprendizaje en la vida. Toda esta gente humilde me ha enseñado todo, me ha enseñado a ser mejor ser humano. Me gusta escuchar antes que hablar para luego pensar. No he trabajado para hacer dinero, no fue el objetivo de mi vida.
¿Considera que aún hay vacíos no superados? ¿Machismo por ejemplo?
Se necesitará de nuevas generaciones para para que mejoren y cambien ciertas conductas, aunque como seres humanos distintos e imperfectos, probablemente esta condición no desaparezca.
¿Son los voluntarios, espontáneos mensajeros de Dios?
Me siento muy satisfecha por los dones que Dios me dio para entrar en el mundo indígena. Es un agradecimiento por el don que tengo. Antes que satisfacción, es gratitud.
¿Cómo o dónde se fusionan política con el acervo cultural de los pueblos indígenas ?
Creo que depende mucho de la idiosincrasia o su lejanía y distancia. En el caso de Sigchos, su lejanía fue favorable para ellos. No sabían nada de política hasta que les dije qué para solicitar apertura de la carretera, hay que pagar impuesto al GAD parroquial.
Ahora ya saben y pueden diferenciar. Si tomamos el caso de Zumbahua, primero entró la política y para lograr la producción de harina de papa, tengo que cambiar de método. Es mejor trabajar con gente sin filiación partidista. Ahora saben que para tener derechos hay que tener deberes. En Quinticusig, al encontrar estrategias idóneas para valorar el bien común que el bien particular, se hizo más fácil abrir la fábrica de mortiños. San Miguelito, significa analfabetismo, donde el calor de la madera es el mismo del ser humano. Aún es prematuro hablar o evaluar lo de Zumbahua.
¿Qué significa en su vida un Honoris Causa?
Me siento honrada haber recibido tan importante distinción por parte de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, porque este país es ante todo un popurrí de culturas, de colores, de emociones, de rostros, tan humanos y tan diversos como singulares y únicos. Ecuador, es generosidad, me acoge desde 1970. Cincuenta y dos años de mi vida, un tiempo donde he tenido el privilegio, la libertad y la oportunidad de poner en juego mis sueños por una sociedad más justa, más equitativa, más humana; una sociedad de armonía y diálogo, de respeto y compromiso, pero también de acción y transformación, porque en el cambio está la prosperidad. San Juan, en su Evangelio dice “la verdad os hará libre”. Es desde las entrañas de la Universidad donde aprendemos que esta verdad, esta libertad son instrumentos, son responsabilidades, son posibilidades para construir una auténtica fraternidad hacia la fragilidad humana, una fraternidad donde el esfuerzo y la convicción nos mueve a la acción. Ser solidario significa creer en la sociedad.
¿Entretenimiento y diversión?
Desde joven practiqué deportes como esquí, patinaje sobre hielo, escaladas de montaña, alpinismo y esgrima. Gané medallas. Una vez radicada en Ecuador hago andinismo porque siento que ‘’ la montaña vive dentro de mí’’. Comenta que días antes de la entrevista, subió al Rucu Pichincha. Organizada como es, se dedica al Yoga porque encontró un sitio que responde a sus expectativas al tener sentido del positivismo y su recarga le enriquece. Asegura hacer sus mejores esfuerzos en la cocina italiana y ecuatoriana, aunque reconoce que los llapingachos de casa no son tan sabrosos como los del mercado de Ambato.
¿Cómo se visualiza a diez años?
Calcula que Zumbahua, en una década, verá florecer sus proyectos y para ello,’’ Dios me tiene que dar salud y una vida rodeada de amistades’’. ’’Mi puerta está abierta’’. Cuando uno tiene la meta, no ve lo secundario…
ANECDOTAS
* En Italia, los jóvenes salíamos a las protestas políticas bajo el lema’’ Más acciones y menos palabras ‘’.
Una noche, una amiga me invitó para asistir a una misa en medio de un bosque, a las 21h00, lo cual me pareció extraño.’’ En esa época estaba muy resentida con los representantes de la Iglesia Católica y tenía buenos argumentos para ello.’’ Me negué ir a misa, porque estaba resentida y creía que ‘’Dios se encontraba muy lejos de mi’’. Mi amiga insistió y fui, colocándome al final de toda la concurrencia, para facilitar mi escape el momento que creyera necesario.
Un sacerdote sentado en un tronco, acompañado de una armónica, interpretaba canciones jamás antes escuchadas. Predicó un sermón muy diferente, me gustó y me quedé hasta el final. Durante los diálogos y conversaciones, descubrí que daban los primeros pasos para crear Operación Mato Grosso y apoyar al sacerdote, Luigi Melle, de Posoreo en el trabajo del leprocomio. Gabriela, se preparó para ir a trabajar en ese centro de salud.
Por cosas del destino, el entonces, Obispo de Guaranda, Monseñor Cándido Rada, llegó a Italia, habló con el fundador Don Hugo de Censi para solicitar un grupo de jóvenes para trabajar en Ecuador. 14 valientes emprendimos viaje a un país desconocido, entre ellos el Padre Antonio Polo, el padre Alberto Paneratti, una pareja recién casados y Gabriela, quien renunció a su trabajo que le dio tantas satisfacciones (estudio jurídico dedicado a seguros de vehículos), en Sotrio.
*Al ser italiano, mi nombre debería llevar doble ll. Si embargo, descubrí que mis padres inscribieron mi nombre con l, como si el destino a partir de esa fecha, me traería a América Latina.
* Quería cambiar el mundo pero la vida y Ecuador me cambiaron con la energía de la Mitad del Mundo. Este país hace más de medio siglo era desconocido y lo primero que pensé es que moriría del calor pero cuando me hablaron de los Andes, me volvió el alma al cuerpo, porque considero que la montaña otorga valores de vida.
*Desde los cuatro años de edad, guardo con amor y cuidado un par de zapatos“zoccoletti” (pequeños suecos) . Los hizo mi abuelo materno y cuyas tiras de cuero rojo y azul, asocio siempre con los colores de la bandera de Quito. Al salir de la guerra, había mucha pobreza y todas las familias debían cortar madera y guardar para el invierno. El trabajo de nosotros – los niños- que lo veíamos como juego, consistía en subir rápido los escalones hasta el atillo y guardar la madera para nuevamente bajar y así sucesivamente hasta terminar las jornadas diarias en todas las casas.
En Ecuador, descubrí que este acto de solidaridad y trabajo conjunto, se llama Minga y trajo a mi memoria el cascabeleo musical de mis pies al caminar por las calles empedradas de mi pueblo… y me dije’’ sin saberlo, hacía minga a mi manera desde muy chiquita’’. Me muestra el segundo par de zapatos de “scarponi” (botines de montaña), con los cuales vino a trabajar en Ecuador por primera vez. Los conserva como un tesoro. Al contemplar sus reliquias, viene a mi mente la pintura de Vang Gogh de un par de zapatos gastados que cuentan muchas cosas y a la vez, apelan a lo afectivo, histórico y filosófico. Gabriela sabe que donde pisa, deja huella.
Honoris Causa de la PUCE
En el 2022, en el marco de la conmemoración de los 76 años de vida institucional de la Pontifica Universidad Católica del Ecuador-PUCE- realizó la entrega del doctorado honoris causa a Gabriela Tavella Bianchini por su dedicación al servicio de la comunidad.
La Facultad de Comunicación, Lingüística y Literatura fue su casa, en ella trabajó más de 40 años. La vida de Gabriela, marcó una inigualable lección de admiración que motivó a la PUCE a reconocerla con lo mejor que una institución académica puede ofrecer: un título de doctorado honorífico. Esto a sabiendas de que sus méritos humanos superan con mucho la sencillez del diploma. Es una vida de compromiso ejemplar y significativo. Su trayectoria y legado ha dejado una huella de compromiso social con esencia de servicio a los demás, dijeron sus autoridades.
En 2016, culminó su vida laboral luego de 52 años de servicio en la Puce y con un legado ampliamente conocido por la comunidad universitaria y las comunidades en las cuales trabajó. «Gabriela es el referente del compromiso social y la vinculación con la colectividad en esta universidad. Es reconocer la labor de una mujer que piensa en el servicio a los pobres, la empatía e incluso la solidaridad», mencionó el rector de la época de la PUCE.
Al agradecer por la distinción, dijo “sentirse honrada y con mucha emoción al recibir tan importante galardón por parte de esta universidad que le permitió vivir dejando huella, dejando una impronta que supere el pasado. Me ha permitido que construya el presente y que proyecte futuro. Seguiremos trabajando por servir a los demás’’, afirmó la galardonada.
Trayectoria
En 1975, se incorporó como docente de la Lengua Italiana y, desde el 2009, como Coordinadora de Responsabilidad y Acción Social. Su labor en beneficio de los sectores vulnerables inició en 1970, en las comunidades rurales de la provincia de Bolívar, Ecuador.
En 1990, fue docente de la Facultad de Comunicación, Linguística y Literatura. En ese período, creó proyectos de ayuda social destinados a los sectores más vulnerables del país.
1/2 SIMIATUG-SALINAS
Fragmento tomado de un texto de Gabriela Tavella
Ya no soy’’ gringa’’, soy parte de ellos
Cincuenta años han pasado. Sinceramente no sé cómo comenzar a contarles la aventura de Simiatug y Salinas iniciada en julio de 1970. Se dice que la vida es un aprendizaje. ¡Sí que para mí lo fue! Y si hago la medición de mi aprendizaje, el resultado es sin duda gigantesco y me doy cuenta de cuanto me ha aportado la gente.
Si hoy me detengo a pensar en aquellos tiempos, me invade una gran nostalgia de aquella vida, de aquella gente humilde y sencilla con mucha riqueza dentro, de sus chocitas llenas de humo con el fogón siempre encendido. Cuántas veces pasando frente a las chocitas me invitaron a entrar: me ofrecían un tronco para sentarme cerca del fogón para quitarme el frío y no me dejaban salir sin aceptar una tacita de agua de raspadura o unas papitas hervidas. Cuán generosa y amable fue conmigo la mujer de la chocita donde hacía hervir durante horas y horas el agua para sacarle la sal yodada de Salinas.
No olvido las buenas y oportunas recomendaciones de Mons. Cándido Rada aquel primer día. Nos dijo: “deben buscar cómo entender a los indígenas sin imponerles el propio punto de vista, respetar su manera de ser, ayudarlos a organizarse en grupos comunitarios”. Fácil decirlo, difícil hacerlo.
En el salón donde debía realizarse el cursillo los indígenas nos miraban curiosos en silencio. El tiempo transcurría y no comenzaba el dialogo, pues nadie hablaba. Los indígenas, tanto los hombres como las mujeres, por su timidez, guardaban silencio. De repente, uno de ellos rompió el silencio con una pregunta que fue contestada por el padre Antonio Polo. Primer aprendizaje: el tiempo de los indígenas tenía un sentido diferente del nuestro.
Durante el desayuno comenté a la Superiora del convento que las mujeres campesinas no se habían acostado. Con una sonrisa me indicó que los indígenas no usan camas, sino que dormían en el suelo sobre una estera. En aquel momento no me quedó del todo clara la explicación: el idioma era un gran impedimento para poder aclarar las dudas que con el pasar de los días se multiplicaban. Esta anécdota fue el primer escalón de una escalera de muchos peldaños. Prácticamente todo era desconocido comenzando por el idioma. La manera de alimentarse. La manera de vestir. La manera de enfrentar la vida. Su concepción de la vida era desconocida para nosotros.
Casi al finalizar el cursillo, en una tarde soleada, llegó la camioneta enviada por Mons. Rada quien imaginó lo que más extrañábamos: el pan. Al ver el balde de la camioneta lleno de pan, saltamos de alegría, soñábamos desde hacía días con este alimento.
En Simiatug los primeros pasos fueron inciertos. Nos aprestábamos a asumir un gran desafío. En las reuniones conversábamos mucho entre nosotros para buscar una solución al cómo ayudar a aquella gente a salir de la miseria en la que se encontraban. A pesar de todos los primeros percances, el grupo italiano se mantuvo muy unido, solidario y comprensivo.
El centro médico se terminó bajo la dirección de papá Venanzio. Con Alba comenzamos a atender a los numerosos campesinos que llegaban después de haber caminado horas y horas, y todos acusaban “dolor de espalda”.
Con paciencia y constancia —que a veces llegaban a la tozudez— seguimos adelante, me convencía cada vez más de que había que educar comenzando por los niños y niñas. Los niños y niñas de los recintos de Simiatug y de Salinas no iban a la escuela: sus padres los necesitaban para cuidar a los animales o a sus hermanitos menores. Pero aun no teniendo escolaridad, los niños y niñas de Salinas me enseñaron muchísimo. Llegaban en el momento oportuno cuando debía encender el fogón con la paja, y no lo lograba nunca. O pelar las papitas moradas chiquitas. O lavar la ropa en el riachuelo que pasaba no tan lejos de las chozas de Salinas. Los niños eran hábiles en todo trabajo de campo. ¿Cómo no recordar al muchachito que me traía la yegua que yo había comprado para trasladarme a los recintos? Fueron ellos los que me enseñaron a montar a caballo puesto que en Italia yo no había montado nunca.
Con los años, aquellos niños y niñas que tanto me acompañaron y ayudaron han cambiado, han crecido, han madurado, se han preparado, son los adultos de hoy. Ellos son los que forjaron el camino del desarrollo bajo la guía del padre Antonio Polo quien impulsó cambios fundamentales. Salinas, pueblo muy querido para mí, carecía de todo, la miseria rompía el corazón. Si alguien se enfermaba, debía acudir al curandero, rarísimamente bajaban a Guaranda. Y como esta anécdota muchas otras todas consecuencias de mi testarudez porque el padre Antonio Polo con su santa paciencia me decía que había que esperar y salir de madrugada. En este periodo nacieron “Grabielitas” y “Albitas”.
Lo que hoy es Salinas de Bolívar se debe al persistente esfuerzo de los salineritos guiados por el padre Antonio y por los voluntarios, seres humanos éticos, creativos y felices. Juntos se acordaban cada día las metas que había que alcanzar con voluntad y decisión. Estábamos convencidos de que había que darles oportunidad a los campesinos para que pudieran volverse protagonistas de su propio desarrollo. Ha jugado un papel decisivo en esto la solidaridad, valor imprescindible en la consecución de dicho desarrollo. Me atrevo a decir que sin solidaridad no hay logros.
Enfatizo que los esfuerzos individuales y colectivos (las mingas) han ayudado y ayudan a realizar acciones por el derecho a un mejor estilo de vida. Ojalá que mis queridos salineritos no olviden la minga. Ojalá no pierdan este trabajo solidario, riqueza de su cultura.
Lo que empezó como un proyecto para una mejor forma de vida de los indígenas de la zona se convirtió en el mayor programa de desarrollo humano de la provincia de Bolívar con gran participación de sus moradores, lo cual se puede medir por las diversas fábricas que hoy se concentran. Actualmente en Salinas se palpa la producción, la tributación legal, la solidaridad y el sacrificio del trabajo.
En fin: no es exagerado señalar que el destino de Salinas dependió de la firme decisión de Mons. Cándido Rada y del Padre Antonio Polo y de cada salinerito. Todos ellos se sintieron indispensables y corresponsables en los procesos de desarrollo.
Hoy miro a Salinas con otros ojos. Todo lo que viví en Simiatug y Salinas me sirvió para consolidar mi personalidad. Hubo cosas gratas y otras … un poco menos; pero me ayudaron a crecer. Tengo que felicitar al padre Antonio Polo, gran amigo y hermano, por su integridad moral, su fortaleza de carácter y su gran capacidad para laborar con y para los más humildes. Termino dando un inmenso “gracias” a los moradores de aquellos recintos y a todos los Salineritos.
¡Esa es mi gente! Ya no soy “gringa”, sino parte de ellos.
Mariana Velasco
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