Ramiro Ruiz R. | [email protected]
Le conocí en 1996 en la Universidad Católica Sede Ibarra. Todos los sábados venía desde Quito manejando su Wolkswaguen “Jeta”. Por algunos semestres compartió sus conocimientos en la Escuela de Comunicación Social, recién creada.
Fausto en ese tiempo trabajaba en CIESPAL. Para la Universidad Católica fue un honor y privilegio, contar con un profesor formado en universidades extranjeras de alto prestigio.
Conversábamos sobre CIESPAL, facultad de comunicación de autoridad en América Latina. Trabajó Eladio Proaño y Simón Espinosa, Gonzalo Bonilla, Asdrúbal de la Torre, entre otros maestros del periodismo de país. Nadie imaginó que el edificio de CIESPAL, la casa de Tarzán como se le conoce en Quito, sería el escenario de la fuga en helicóptero del coronel Lucio Gutiérrez cuando “murió en el intento” de ejercer como presidente de la república.
En la universidad de Otavalo, con el canciller Plutarco Cisneros y la rectora Susana Cordero, Fusto trabajó en la información del desarrollo de la universidad y sus diferentes escuelas y facultades. Profesor, organizador y presentador de eventos académicos y culturales, a más de profesor. En el diario La hora, escribimos cada semana en la página editorial, a más de crónicas y reportajes de la cultura de la provincia de Imbabura.
Como dice el adagio popular, no todo es felicidad, o también la felicidad de los pobres dura poco, porque llegó la pandemia que le puso en angustia, miedo y pánico al planeta.
Llegó la pandemia
Llegó la pandemia a paralizar la cultura, la educación, la economía, el comercio. En toda la población mundial, se apoderó primero el miedo a la muerte, después el pánico. La reclusión en los hogares ocasionó enfermedades del sistema nervioso, hasta ese hoyo oscuro de la depresión. Los medios de comunicación social informaban todos los días, hora a hora, la muerte de cientos y miles de ciudadanos de este universo.
Los seres queridos se fueron a la desconocida eternidad. Desaparecieron niños, mujeres, hombres, ancianos de todos los países, razas, religiones y culturas del planeta. En ese remolino social planetario, los periodistas de La hora seguíamos escribiendo y enviábamos los artículos al correo electrónico de siempre. Los primeros meses ya no publicaron cada semana, sino cada dos, después cada tres, y luego no publicaron. El diario quedó vacío. Llamábamos por teléfono, nunca jamás contestaron. Nos habían quitado la palabra y el libre pensamiento. Paralizados, al borde del vacío. Casi muertos. Cuando un escritor no tiene el medio de comunicación que publique su trabajo, es un despojo.
Cansados de comunicarnos, sin respuesta, sin gracias, sin un dios le pague “taitico”, decidimos cada uno y en silencio, dejar que esta tragedia se lleve el viento de la vida.
A levantarse de la silla
Falta un centímetro para levantarme de la silla, dejar de escribir. Hasta ese tiempo resulta que escribí 21 años en el periódico La Hora. ¿Qué iba a pasar sin escribir? Las publicaciones de los artículos se hacían cada dos semanas.
Para un periodista esta situación es crucial. Lo mejor que hacemos es leer y escribir, las actividades básicas del conocimiento y la comunicación del ser humano, inventadas hace más de 13.000, nada menos. Y si no se publica la columna, o una crónica, llega la desesperación con la famosa pregunta, ¿y ahora qué hago?
En los meses de abril, mayo y junio del 2020, las lluvias dejaban lavando los árboles, la yerba de los jardines, los adoquines de las calles del parque infantil frente a la casa. El cielo amanecía muchas mañanas encapotado de nubes grises. Otros días el sol iluminaba y calentaba el ambiente.
Todo termina
Terminó la pandemia. El mundo volvió a reorganizarse. Pero el vacío que nos dejó del periódico estaba en la mente. Los caminadores diarios pusimos salir a recuperar la observación del paisaje, la respiración libre y tranquila. La lucha contra el pánico también desaparecía en cada salida.
Una mañana me encontré con Fausto y por supuesto, conversamos sobre el periódico. Tampoco tenía noticias. Fausto estuvo hospedado en Cotacachi en casa de uno familiares.
Pasaron algunos meses y recibí una llamada de Fausto Jaramillo. Me invitó a escribir en la Revista Semana del diario La Hora. Desde ese día le envié los artículos a su correo electrónico. La alegría de recibir la publicación era un acontecimiento.
Así pasaron los meses. Cada semana nos comunicábamos. Le enviaba los artículos con puntualidad. Uno de esos días desapareció la comunicación. Seguí enviándole el material para la revista. No tuve respuesta ni por correo, peor por teléfono.
Algo difícil estuvo sucediendo. Dejé que la vida siga, pero la preocupación no despareció.
Hasta que una mañana recibí un WhatsApp con una flor negra. Fausto Jaramillo había muerto. Un tema frecuente de nuestras conversaciones fue la salud. Sabía que la de Fausto estaba quebrantada, pero nunca renunció a su fe firme, inquebrantable.
El destino de los seres humanos es la vida. Eso me repitió muchas veces. Ahora pienso en las páginas vacía en la Revista Semanal, en el vacío de sus ideas, de su palabra, su calidad humana, de su amistad limpia, sus sentimientos y anhelos fundamentales de su vida: leer los mejores libros y escribir de la manera más perfecta posible.
“El trabajo intelectual no merece este nombre. Es un placer, una diversión, y por sí mismo ya constituye una recompensa.
Los arquitectos, escritores, ingenieros, generales, abogados, escultores, pintores, actores, cantantes, predicadores, peor pagados, se hallan en el cielo cuando trabajan, cuando realzan sus funciones” (Mark Twain).
¿Por qué escribía Fausto?
El oficio de escribir se convierte en un estilo de vida, muy grato. A lo mejor el placer de escribir está en la habilidad de vivir intensamente sin salir de casa. Vivir acompañado de los temores, de ilusiones. Imaginar, pensar y crear personajes, ambientes, circunstancias. El escritor puede vivir otras vidas a través de sus personajes creados de palabras. Por estas razones Fausto escribía y amaba los libros.
Cuando el escritor escribe es totalmente libre, puede abandonarse al mundo ideal y encontrar el mundo perdido. El escritor representa y entrega el testimonio de la libertad de pensamiento y de expresión, derechos inseparables al ser humano.
Ese es un oficio intensamente encantador, casi un rito diario. En silencio repite un extraño ritual de hablar en un monólogo, frente al mundo donde todo es potencialmente literario. Hay quienes dicen que es un oficio difícil. No lo sé… Pienso que todos los oficios tienen su grado de dificultad. Repito, se trata de un oficio agradable, aunque sea solitario. Es posible que uno escriba lo mismo que otros. Además, es natural recorrer los caminos antes frecuentados por otros escritores. Una y otra vez se vuelve a recrear palabras, y así expresar la inmensidad del pensamiento y la imaginación.
Entonces, este oficio llena de placer, gracias a la magia de la palabra, materia prima y compañera con quien se intenta concentrar con exactitud una idea.
La magia de la palabra
En el oficio de escribir, las palabras son todo. Representan las circunstancias y las cosas. Las mismas palabras escritas de infinitas maneras, toman nueva identidad según la pluma que las forman. Las palabras hacen posible la expresión de los sentimientos y las relaciones, incluso con personas abstractas y desconocidas. La palabra es el canal para comunicar el conocimiento.
La palabra tiene belleza y sonido, capaz de dar vida a un personaje antiguo, a rehacer mundos del pasado, del presente y del futuro. La palabra interpreta los misterios ocultos, materializa las ideas, y sirve para que puedan resistir el olvido.
El acto de pensar es la capacidad exclusiva del ser humano, eso lo diferencia de todos los seres vivos. Pero acto de pensar creativamente, diferencia al ser humano imaginativo de los demás seres humanos. Crear ideas es generar cultura que no es apreciada por las mayorías que prefieren el noticiero o la crónica policial a un libro. Las noticias se pierden en el tiempo. Sin embargo, los libros perduran y a través de ellos se conserva en un tiempo histórico. Qué bueno saber que el resultado del oficio del escritor permanecerá, y servirá de referencia para aplaudir un periodo donde los libros tienen menos espacio que el televisor.
La magia de la palabra, el encantamiento de escribir fue esenciales para Fausto Jaramillo. Leer y escribir, facultades básicas del ser humano se transformaron en el estilo de la vida. Y aunque el no exista y no tengamos el privilegio de su presencia física, nos dejó cientos de artículos y muchos libros.
El acto de escribir es el más generoso que pueda hacer el ser humano, sin espetar ninguna recompensa, sólo la satisfacción de que lo lean. Esto hizo Fausto Jaramillo que ahora estará gozando de las palabras mágicas, la tranquilidad y el silencio.
Ramiro Ruiz R.