Nuestro pueblo

Gabriel Adrián Quiñónez Díaz
Gabriel Adrián Quiñónez Díaz

He aquí una palabra que enciende la máxima intolerancia. Para ciertos, el pueblo es manada de burros, víctima de consultas manipuladas, carne de escrutinio. Mientras que otros; lo consideran como gentuza, gente soez que no sabe utilizar cubiertos, combinar los colores de la ropa, ignora quién es Don Perignón, bebe aguardiente de mala muerte, no sale en el social ni habla otros idiomas, se vuelca en Las Palmas los domingos por la tarde, carajea que da gusto, se postra frente a Jesús del Gran Poder.

Mientras que la realidad es otra: el pueblo es un conjunto de personas que forman una comunidad. Y aunque no lo parezca, somos todos iguales a la hora de la muerte, el derrumbe, el terremoto, el accidente, y la pandemia. Este corto paréntesis en medio de la nada nos permite solazarnos con frágiles posesiones, bienes perecederos, talentos fugaces.

El pueblo es la negrita pizpireta de la esquina que vende coco, la gordita que vende flores en la puerta del cementerio, el chofer de taxi que nos cuenta la mitad de su vida, el niño que ensucia con su trapo el impoluto parabrisas de nuestro vehículo, los que te venden el diario bajo el sol, el vigilante de tránsito que nos detiene por exceso de velocidad, el compita y la madrina que nos vende la concha prieta, los peloteros callejeros, el emigrante vejado por la policía, Nubia Villacís, y su gran liderazgo, la persistencia y honor de Alexandra Escobar, el ave fénix de Álex Quiñónez, Don Naza, nuestro patrimonio sonoro de Ecuador, la rebeldía de Alonso Illescas, Luis Vargas Torres y su legado, estos y otros actores que construyeron la historia, y el talento del ser humano que haga digno y bien su trabajo.

El pueblo es marimba, bombo, cununo y guasá, que a través de su baile resiste, protesta y busca mejores días, la risa grande y contagiosa, el llanto compartido, el fenómeno del niño, los terremotos, los problemas ambientales, nuestro encocao y tapao, el mendigo clavado en cada esquina, el político con aciertos y desaciertos, el vendedor de cazabe, el grito de gol en el estadio Folke Anderson, los pescadores desaparecidos, los concheros de nuestros manglares, la Tolita Pampa de Oro, la mujer que abandona parte de sus compras en la caja del mercado porque la plata no le alcanza, los maestros jubilados con problemas por cobrar, el “libre por rebelde y por rebelde grande”, qué te taladra el alma dentro y fuera de casa.

El pueblo se siente como una segunda piel, con vivencias de cada cual, solo se entrega a quienes aceptan conocerlo, ser parte indeleble de él, los demás son ínfulas que va desmemoriando el tiempo, como cuando los guayacanes florecían.

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