El Velasco Ibarra que yo conocí

Atendiendo al gentil pedido del Director de esta Revista Semanal de dar un testimonio sobre el doctor José María Velasco Ibarra, a quien tuve el honor y la satisfacción de tratar como su amigo, como diputado al Congreso, al que llegué por su pedido, y como el Secretario General de una parte de su última Administración, entiendo que lo que debo hacer es relatar unas pocas experiencias de mi trato con el personaje, y algunas de sus actuaciones política en la época, que ilustran, espero, los caracteres de su personalidad, que se hicieron visibles a lo largo del medio siglo de su trayectoria política.

(( Escuchar el artículo ))

Entre esos relatos incluiré uno de particular significación histórica que ha sido tratado solamente como un hecho frío, sin que se conozcan los aspectos íntimos que lo motivaron. Me refiero a la transformación política del 22 de junio de 1970. Han pasado más de cuarenta años, desde entonces, y es saludable, imperioso que se conozcan los entretelones de esa transformación.

Creo que para comprender a Velasco Ibarra hay que conocer, primero, a Labriolle, el joven articulista de los diarios El Día y El Comercio; en esos artículos está plasmado el pensamiento del personaje de inmensas inquietudes intelectuales e intensas y profundas preocupaciones por el devenir político del Ecuador.

image

El contenido moral de esos artículos de juventud se mantendrá durante toda su carrera política; enriquecido su pensamiento, permanentemente, por sus vivencias, políticas e intelectuales.

Es que Velasco Ibarra, sobre todo desde su estancia en París, como su centro, y Europa, en general, siempre se mantuvo al tanto de las corrientes filosóficas y política del viejo Continente y del mundo, y es por eso que en cada una de las etapas de su carrera había un Velasco remozado, con un nuevo mensaje, acorde con los tiempos.

Solamente así se comprende el entusiasmo que produjo en las nuevas generaciones durante su trayectoria de varias décadas, a lo que se sumó su búsqueda de contar con la colaboración de jóvenes muchos años menores a él. Así me explico la acogida que me brindó en Buenos Aires, en vísperas de la campaña electoral de 1968, cuando yo contaba con apenas veintiséis años. Fueron tres días inolvidables.

Ese permanente contacto con el pensamiento filosófico y político del mundo, le proporcionó visión continental para su política internacional, como lo comentaremos a grandes rasgos.

Como breve antecedente a mi visita, diré que algunos dirigentes de la próxima campaña del doctor Velasco Ibarra me habían invitado a participar en tal campaña, en razón de cierta notoriedad que había adquirido como dirigente universitario, especialmente por mi participación contra la Junta Militar de 1963 a 1966. Yo puse de condición, el conocer al líder personalmente, visitándolo en Buenos Aires, con mis propios medios, por supuesto.

Primer día

En la mañana de mi arribo a la capital argentina, llamé telefónicamente al doctor Velasco y tuve la suerte de que me atendiera. Le dije mi nombre, que era portador de unas cartas para él y que tenía el interés de visitarlo.

Me contestó que tenía varios compromisos, pero que me viniera a su departamento a las cinco de la tarde y que me atendería unos diez minutos. Grande fue mi decepción por lo limitado del tiempo de la cita, luego del costoso viaje, pues aunque era un profesional que se había iniciado con mucho éxito, no dejaba de ser un esfuerzo económico grande para un joven.

Resignado, a las cinco en punto de la tarde llegué a Bulnes 2009, y salieron del departamento varios ecuatorianos que lo estaban visitando, y enseguida apareció la alta, mayestática figura de Velasco Ibarra. Se inclinó profundamente, me estrechó la mano y con una abierta sonrisa me invitó a pasar. Me preguntó mis impresiones sobre Buenos Aires. Le respondí que estaba impresionado del mayor desarrollo del Uruguay, donde había pasado el fin de semana y del de la Argentina, en relación a nuestros países sudamericanos de la Costa del Pacífico. Me comentó que así era, que en Buenos Aires había ocho restaurantes en cada manzana y que todos estaban bien vestidos, salvo las chicas que por el verano usan poca ropa, y añadió, riéndose, “pero eso es otra cosa…” Roto el hielo, pasamos a conversar de la política ecuatoriana durante una hora y media, hasta que me excusé por haber abusado de los diez minutos que me había concedido.


image


Me dijo que había cambiado sus planes y que me invitaba a almorzar al día siguiente con unos caballeros cuencanos, pero que me pedía venir más temprano, a las once, para tener tiempo de conversar.

En ésta y en la segunda conversación, me trató el tema de la reforma constitucional y particularmente de la necesidad de suprimir la novedad introducida por la Asamblea Constituyente, en la reciente Constitución de 1967, según la cual se le confería a la Corte Suprema de Justicia la facultad de anular los Decretos Ejecutivos que considerase contrarios a la Constitución.

Creía el doctor Velasco Ibarra que eso constituía una muy grave interferencia en la facultad de gobernar del Poder Ejecutivo.

Yo, que era muy aficionado al Derecho Constitucional, le manifesté que coincidía con él en la teoría, porque en Los Estados Unidos – en cuya constitución se originan las Constituciones latinoamericanas, incluida la nuestra, y donde se establece más claramente la división de poderes, concebida por Montesquieu- la facultad de control constitucional la tiene su Corte Suprema más bien en relación a los casos particulares que suben a su conocimiento, siguiendo la jurisprudencia del célebre Juez Marshall, pero que el carácter sajón impedía una lucha de poderes , y le manifesté, con osadía juvenil, que no creía que la Corte Suprema ecuatoriana se atrevería a suspender un Decreto Ejecutivo.

Qué equivocado estaba yo, porque esta norma inventada por la Constituyente de 1967, sería la causa formal de la quiebra constitucional del 22 de junio de 1970, como lo referiré más adelante. Velasco previó lo que iba a pasar más tarde.

Segundo día

A la mañana siguiente, a las once, continuamos nuestra conversación, y, a poco de iniciada, me propuso que fuera candidato a la diputación por Pichincha.

Confieso que me sorprendió, y aun cuando ése era mi anhelo desde mis tiempos universitarios, me excusé por no presentar una actitud de interés personal; le dije que era muy joven, a lo que Velasco me dijo que ya tenía edad legal; le dije que sí, pero que no quería incorporarme a esa larga lista de sus partidarios antiguos y nuevos que se estaban peleando por alcanzar un puesto en sus listas.

Ironizó él sobre algunos de los que aspiraban a ir al Congreso en sus listas. No volvimos a hablar del tema hasta que él vino al Ecuador a la campaña electoral y recomendó que se me incluyera en la lista de candidatos.

El doctor Velasco quería integrar sus listas con personas conocedoras del derecho que emprendieran en una reforma constitucional que dotara al Ejecutivo de poderes suficientes para actuar con eficacia. La insuficiencia de las leyes lo había conducido, en su primera presidencia, a un enfrentamiento con el Congreso, lo que significó que los militares lo derrocaran. La Constitución de 1929, vigente en esa época, le daba al Congreso la facultad de aprobar votos de desconfianza respecto de tal o cual Ministro, sin necesidad de probar falta alguna. Así, era imposible gobernar. En ese entonces, Velasco Ibarra resumió lo acontecido en la célebre frase de “Me lancé sobre las bayonetas”.

Esto era lo que Velasco consiguió enmendar con la Constitución de 1946 –la más orgánica de todas las constituciones que ha tenido el Ecuador-, y quería evitar que suceda con la de 1967. Velasco buscaba con desesperación colaboradores dignos. Veía a su alrededor muchos ambiciosos, muchos partidarios fervorosos, pero pocos hombres de Estado. Recordó, en ese día, que había contado en sus administraciones con dos Ministros de Gobierno superiores, hábiles, de grandes poderes de decisión y acción: Carlos Guevara Moreno y Camilo Ponce Enríquez.

Se refería así encomiásticamente a este último quien era ya su adversario en la campaña electoral que se iniciaba. Se respetaban recíprocamente, como lo pude constatar, años más tarde, cuando el doctor Ponce Enríquez, quien me honró con su amistad, se refería a Velasco Ibarra. A la una llegaron los caballeros cuencanos, Pepe Flores y Alejandro Vega y pasamos a almorzar, y la conversación giró alrededor de la campaña electoral; Vega fue electo diputado por el Azuay, fuimos compañeros de Congreso, y muy amigos.

Cuando nos despedíamos, al terminar de almorzar, el doctor Velasco me retuvo unos instantes para invitarme a almorzar al día siguiente y pidiéndome venir a las once, para contar con tiempo “para trabajar”.

Tercer día

A las once en punto de la mañana llegué -el doctor Velasco era un cultor de la puntualidad-, me recibió y me contó que había tenido visitas de ecuatorianos a los que agradecía que vinieran desde el Ecuador a visitarlo, “pero, doctor, dos horas de lo mismo”. Me invitó a que fuéramos a refugiarnos en su biblioteca para que no nos interrumpieran.

Entramos en la pequeña habitación donde tenía sus libros, muchos, pero de ediciones comunes. La biblioteca era de mobiliario impecable, pero muy modesto, como todo el departamento, que era arrendado, porque Velasco Ibarra no tenía casa ni departamento, ni en el Ecuador, ni en Buenos Aires, ni en ninguna parte; sobre esto volveré luego.

Con papel y lápiz iba yo tomando notas de las misiones que me encargó para la campaña electoral. Debía yo recordar a los dirigentes velasquistas las funciones que debían desarrollar, respetando las jerarquías, evitando roces e interferencias.

Años más tarde he comentado yo, a amigos míos, que si bien fue muy delicado y demandante el desempeño, mucho tiempo después, de las funciones de Embajador en Londres, requirió de aún mayor tacto diplomático, realizar estos encargos, para no herir las susceptibilidades de los líderes velasquistas ante los que tuve que actuar y a quienes, en su mayoría, no conocía. Conservé amistad con todos ellos a lo largo de la vida. Recuerdo que visité al ex Alcalde de Guayaquil, Pedro Menéndez Gilbert; a Galo Martínez, Director del Velasquismo, a quien ya conocía.

Terminada nuestra sesión de trabajo, el doctor Velasco me dijo: “Hemos trabajado mucho, doctor, nos tomemos un wiski”, y el anciano ilustre se fue para el interior del departamento y volvió, portando con sus propias manos, porque carecía de servicio, una bandeja en la que estaba una botella, dos vasos, agua y un recipiente con hielo y me sirvió de beber un trago.

Aunque la vida, por razones de mis funciones, me ha permitido sentarme a mesa de Reyes, este gesto del ilustre personaje es el que más me ha honrado en mi vida. Pasamos a almorzar, doña Corina del Parral nos sirvió con sus propias manos, también, y disfrutamos luego de una muy agradable y variada conversación.


image


La campaña electoral

La llegada de Velasco a Guayaquil –el centro de su popularidad- se produjo de la forma que me la había confiado en la Argentina. Llegó en aerolínea internacional hasta Lima; De allí, al día siguiente, en la aerolínea nacional AREA, propiedad de sus partidarios, los hermanos Arias Guerra, llegó al aeropuerto de Guayaquil; luego, en helicóptero se trasladó al interior del Estadio Modelo donde lo esperaba una inmensa multitud. Para Velasco, el discurso inicial, en una de las dos grandes ciudades, marcaba el rumbo de la lucha por el poder, porque, en medio de la expectativa nacional, allí estaban presentes todos los medios de comunicación.

Allí despejó las dudas crecientes, planteadas por la derecha, como aquélla de que Velasco tenía, en este momento, simpatías por la izquierda internacional. “No hay tal Cuba, ni hay tal Rusia, señores Obispos”, dijo, y recordó que él había establecido la libertad de educación, anulada por los gobiernos liberales; que él había apoyado y autorizado la creación de la Universidad Católica, y que había dado paso al establecimiento de las escuelas y colegios católicos. Recordó su inmensa obra pública.
En esa época, se desconocía o, al menos, se desdeñaba, las encuestas de popularidad. En tiempos posteriores, candidatos y gobernantes suelen decir lo que les sugieren los encuestadores. Antes, era la intuición, el contacto directo con la gente, las opiniones de los articulistas, y, por supuesto, los objetivos de la lucha, los que determinaban la orientación de las campañas.

Al inicio de la campaña, el rival más fuerte era, indudablemente, Ponce Enríquez; contra él se enfilaron los cañones de la campaña, y cuando el liberalismo, en alianza con el CFP de Assad Bucaram, lanzó la candidatura del viejo liberal Andrés F. Córdova, el velasquismo envió numerosas gentes para ayudarle a llenar la plaza de San Francisco en el lanzamiento de esta candidatura, que fue tomada, al principio, como la de un saludo a la bandera. Se quería fortificar esta candidatura para que el anti velasquismo no se concentrara bajo la bandera de Camilo Ponce. Así se actuó hasta que un mes antes de las elecciones, en Ambato, el velasquismo comprendió que el zorro político que era Córdova había sobrepasado a Ponce y le pisaba los talones a Velasco, como así sucedió. El objetivo principal era triunfar apabulladoramente en Guayaquil.


image


Esto permite comprender la reconciliación política de Velasco Ibarra con Arosemena Monroy. Quien fuera el principal diputado de la oposición contra el anterior Gobierno de Velasco, Francisco Acosta Yépez, persuadió a Arosemena, de quien había sido Canciller y Ministro de Defensa, el apoyar a Velasco, porque quería evitar el triunfo de Ponce Enríquez, cuyo partido, el socialcristiano, había requerido a Acosta que votara, como Canciller de Arosemena, por la expulsión de Cuba de la OEA, en la Conferencia de Cancilleres en Punta del Este, como querían los Estados Unidos. El Gobierno de Ecuador rechazó la presión norteamericana, no votó por la separación de Cuba, y se abstuvo. Esto produjo una feroz reacción de la derecha, de los socialcristianos. Volviendo a la campaña, Velasco Ibarra aceptó el apoyo, comprendió que si Arosemena llegaba a aliarse con Bucaram, le sería muy difícil entrar en Guayaquil. Acosta visitó a Velasco en Buenos Aires, acompañado de Miguel Salem, quien sería luego Ministro de Obras Públicas del Presidente Velasco, y el acuerdo quedó sellado. El doctor Velasco me había dicho, posteriormente, cuando lo visité en Buenos Aires: “Si Arosemena se alía con Bucaram, será muy difícil que yo entre en Guayaquil, y si no entro en Guayaquil, no seré Presidente “.

Velasco triunfo solamente en Guayaquil, en la provincia del Guayas, y en sus dos provincias vecinas, el Oro y Los Ríos, pero lo hizo de manera abrumadora. Los partidarios, tanto de Ponce como de Córdova impugnaron la votación del Guayaquil ante el Tribunal Supremo Electoral, con el objetivo de que se repitieran las elecciones en la totalidad del Guayas, y mediante una alianza tratar de derrotar a Velasco. Pero el pueblo ya tenía conciencia del triunfo de Velasco y se levantó, abrumadoramente, en Quito, e impidió la maniobra, y el Tribunal Supremo Electoral consagró como Presidente al vencedor en las urnas.


image


El Pacto “mordoré”

El triunfo fue muy apretado; Velasco no escondió su disgusto. El que los tres candidatos principales hubiesen obtenido importantes votaciones significó, también, que la legislatura estuviese dividida en tres grupos, tres bloques parlamentarios, equivalentes en número, lo que obligaba a una alianza entre dos de ellos para que el Congreso pudiese constituirse, elegir a los Presidentes, Secretarios, de las Cámaras del Senado y Diputados.

Para hacer viable el funcionamiento del Congreso, el bloque de legisladores partidarios del Presidente de la República, necesariamente debía llegar a un acuerdo, sea con los conservadores, sea con los liberales.

Velasco Ibarra había irrumpido en la vida política arremetiendo contra el liberalismo, dominante desde la revolución liberal de 1895, y, en cambio, había mantenido cierta afinidad política, con el Partido Conservador. Por eso, sorprendió al País, la alianza con el Partido liberal, representado por su figura más representativa, Raúl Clemente Huerta, quien fue designado Presidente de la Cámara de Diputados.


image


Quien bregó por esta alianza fue Carlos Cornejo Orbe, diputado del velasquismo, y liberal en su juventud. Cornejo sería elegido Vicepresidente de la Cámara baja. El Presidente Velasco Ibarra se mantuvo al margen de los acuerdos, dejó que ellos se limitasen a lo estrictamente Congresal, sin comprometer a su gobierno. “Yo soy un revolucionario, señor, y no hago pactos”, me dijo. En el Senado, ocurrió algo similar, y fue designado Presidente Juan Alfredo Illingworth, vinculado a la Universidad de Guayaquil.

Organizado el Congreso, había que superar un grande escollo, la designación de numerosas autoridades que debían ser elegidas por los legisladores, algunos de entre las ternas de candidatos presentadas por el Presidente, y otros por propia iniciativa del Congreso.

El escollo era que el Partido Conservador quería que continuasen en sus funciones, sus afiliados que estaban a cargo de ellas, como si fuesen titulares elegidos para períodos fijos de cuatro años, cuando en realidad eran interinos, propuestos al Congreso por el Presidente Interino Otto Arosemena Gómez.

Si conseguían su propósito, muy importantes organismo del Estado estarían en manos de quienes habían perdido las elecciones y podrían de esa manera sabotear la acción de gobierno. En tormentosa sesión del Congreso Pleno, los legisladores conservadores trataron de impedir que la sesión se tornase en permanente, como había propuesto quien estas líneas escribe, y al no conseguir su propósito, abandonaron la sesión y la mayoría pudo destituir a los funcionarios interinos y designar a los nuevos, como correspondía, al inicio de un nuevo período presidencial.

El camino quedaba libre para el nuevo gobierno. El Pacto había triunfado; el sarcástico pueblo de Quito lo llamó “mordoré” por la fusión del verde velasquista con el rojo liberal, que a todos había sorprendido porque fue la unión de dos grupos político de larga enemistad.

En verdad, Velasco Ibarra destronó al liberalismo de su dominio de medio siglo. Cuando los liberales, triunfantes en la Revolución de 1895, quisieron eternizarse en el poder bajo la consigna de que “no perderían con papelitos (los votos) lo que habían conquistado con balas”. Esa lucha de Velasco terminó con el fraude electoral y lo consagró como el campeón de la libertad de sufragio.

El bloque liberal- cefepista actuó por su cuenta y no hubo fricciones mayores por la conducción inteligente, equilibrada, del Presidente de la Cámara de Diputados, Raúl Clemente Huerta, a quien todos respetábamos, y con quien yo, personalmente, mantuve una larga amistad, que me honró mucho. Este proceder con independencia entre los bloques legislativo lo ilustran varios casos, y, tal vez, el mejor, la confrontación nacional que se conoció como

El levantamiento de los Alcaldes

Luego de la caída de la Junta Militar que gobernó al Ecuador de 1963 a 1966, gobernó de hecho, y con acierto, Clemente Yerovi Indaburu, quien convocó a la reunión de una Asamblea Constituyente que dictase una nueva Constitución; vueltos al estado de derecho, la Asamblea eligió como Presidente Interino a Otto Arosemena Gómez, y convocó, la Asamblea, a elecciones de Alcaldes y Prefectos provinciales, y sus respectivos cuerpos de concejales y consejeros.

Las elecciones de estas autoridades seccionales tuvo lugar cuando todavía no se había expedido la nueva Carta Fundamental, por lo que no se había acordado, tampoco, la duración de los períodos En consecuencia, fueron elegidos bajo la provisión de que los períodos para los que iban a ser elegidos sería el que se acordase en la nueva Carta Política.

Así se eligió a estas autoridades seccionales en 1967. En la nueva Constitución se determinó que en el futuro estas autoridades durarían cuatro años en sus funciones, pero que para que estas elecciones seccionales tuviesen lugar en un tiempo intermedio de las elecciones presidenciales, para que tuviesen un carácter propio, de servicio local, determinó la Asamblea Constituyente que los recientemente elegidos durarían tres años, es decir, hasta 1970.

Cuando estaban por cumplir los períodos determinados por la Constituyente en 1967, pues las autoridades seccionales, encabezadas por los Alcaldes, Assad Bucaram, en Guayaquil, y Jaime del Castillo, en Quito, decidieron presionar al Congreso para que los prorrogase por un año más en sus funciones, lo que alteraba lo previsto anteriormente por la Asamblea Constituyente, y que había sido aceptado en su momento por las propias autoridades seccionales. Los partidarios de los Alcaldes rodearon el Congreso exigiendo la prórroga.

Una mayoría de diputados, compuesta de miembros del Partido Conservador, independientes y algunos diputados del bloque velasquista, negamos la solicitud de extensión de los períodos y nos mantuvimos firmes a pesar de las manifestaciones de los sectores populares que apoyaban a los Alcaldes y Prefectos.

Los manifestantes se tomaron las calles de Quito, y el Presidente Velasco Ibarra intervino para preservar el orden y decretó el Estado de sitio. A favor de atender el pedido de prórroga habían votado los diputados del bloque liberal cefepista y los velasquistas tradicionales. Yo, que no era afiliado al Partido velasquista, voté en contra de la prórroga, pronunciando un fuerte discurso.

Esto lo relaté, recientemente, en artículo que publicó el diario

El Universo, porque era pertinente por la humillación que el Presidente Correa había irrogado a las asambleístas de su Partido por haber votado en favor de permitir el aborto en determinados casos; no respetó que ellas hayan votado según el dictado de sus conciencias.

Todo esto lo de 1968, ocurrió durante una tormentosa sesión nocturna. A la mañana siguiente, recibí la llamada del director de protocolo de Palacio, transmitiéndome la invitación del Presidente de la República para almorzar; acepté, y como la ciudad estaba sitiada porque la fuerza pública debió controlar a los manifestantes partidarios de los alcaldes y prefectos, me enviaron una tanqueta militar que me llevó a Carondelet.

Entre los presentes al almuerzo recuerdo a Edgar Terán, quien era a la sazón el Secretario General de la Administración. La conversación giró sobre distintos temas y, súbitamente, el Presidente se tornó hacia mí:

-Usted habló en la sesión de ayer, señor doctor Gándara Gallegos.
-Así fue, señor Presidente.
Levantando su copa:
-Salud, señor doctor Gándara Gallegos.
-Salud, señor Presidente, contesté levantando mi copa.

No hubo ni reclamos, ni explicaciones. Era el respeto que él tenía por las convicciones ajenas.
La paz volvió; los Alcaldes y Prefectos revoltosos habían fracasado.

EL PRESUPUESTO DE EMERGENCIA

Cuando Velasco Ibarra asumió el Poder, heredó un abultado déficit fiscal. Con la finalidad de solucionarlo de alguna manera, el Senado autorizó una emisión de bonos por setenta millones de dólares; se pensaba que como la producción de petróleo se iniciaría en tres o cuatro años y el Gobierno podría amortizarlos. Viajaba el Ministro de Finanzas a colocar, a vender, esos bonos, pero sin éxito.

El Ecuador no era, todavía, sujeto de crédito, porque el inicio de la explotación petrolera se veía cercano, pero no inmediato. El Gobierno le había pedido al Congreso crear impuestos para cubrir el déficit.

Al término de sus sesiones en mayo, el Congreso no había aprobado ni una sola de las medidas propuestas. El presidente me pidió, en mi calidad de Secretario General de la Administración Pública, mi opinión sobre lo que debería hacerse, y yo le mencioné que en la ley de hacienda se contemplaba la facultad del Presidente de la República de expedir un Presupuesto de Emergencia y, para financiarlos, le autorizaba a crear nuevos ingresos, lo que podía entenderse como establecer impuestos.

Al Presidente se le iluminaron los ojos y, de inmediato, convocó a una reunión con los Ministros económicos y políticos y se aprobó mi propuesta; el Ministro de Finanzas, Luis Gómez Izquierdo, quedó encargado de preparar el Presupuesto de Emergencia que se lo expidió pocos días después.

Lo que le había propuesto constituía un inmenso alivio para Velasco Ibarra quien no quería aceptar la solución de asumir los plenos poderes, como le insistía el Ministro de Defensa, su sobrino, Jorge Acosta Velasco, quien lo visitó, más de una vez, con los Comandantes de las Fuerzas Armadas.

“Doctor Gándara, me decía, la Constitución es la que nos sostiene, si la rompemos por pedido de los Comandantes, ellos mismos pueden venir el día de mañana y decirme que qué hago aquí y derrocarme”.

Vuelvo, luego, sobre esto. Como era de esperarse, poderosos actores económicos impugnaron ante la Corte Suprema de Justicia el Presupuesto de Emergencia, calificándolo de inconstitucional porque creaba impuestos, facultad reservada al Congreso. La situación se tornó, tensa, álgida.

El Presidente le escribió una carta personal al Presidente de la Corte Suprema, César Augusto Durango, diciéndole que si la Corte Suprema suspendía el Decreto del Presupuesto de Emergencia, él, Velasco Ibarra, renunciaría a la Presidencia.

Velasco mantenía una relación de amistad con César Augusto Durango, viejo político, diputado desde la Constituyente de 1938; contemos al paso, que por amistosa iniciativa del doctor Durango, se produjo la reconciliación entre Velasco Ibarra y su más antiguo y temible adversario, Carlos Alberto Arroyo del Río.

Los dos habían protagonizado el más duro y célebre de los enfrentamientos políticos de los años treinta y cuarenta. Como me resumió Rafael Antonio Terán Varea: “Dos leones no podían rugir en la misma arena”.

Nunca se conoció, públicamente, si la Corte llegó a suspender, formalmente, el Decreto del Presupuesto de Emergencia, aplicando la disposición constitucional de la que me había advertido el doctor Velasco Ibarra, en Buenos Aires, como lo relaté antes, pero se conocía que sí lo había hecho.


image


El 22 de junio de 1970: los plenos poderes

En la mañana del domingo 21 de junio, se me convocó, para la tarde, al Palacio de Carondelet, donde se instaló una sesión presidida por Velasco Ibarra, naturalmente, en la que los Comandantes de las Fuerzas Armadas, en presencia del Gabinete ministerial, le pidieron al Presidente asumir los plenos poderes.

Velasco Ibarra, resumió la situación a la que habíamos llegado por la inacción del Congreso, que nos había conducido a esta encrucijada, y aceptó, formalmente, el pedido de las Fuerzas Armadas y señaló que desde ese momento asumía los plenos poderes por el resto del período presidencial para el que había sido elegido por el pueblo y que al término del cual habrían elecciones para que la ciudadanía elija a su nuevo gobernante.

Para la formalización de lo que se había decidido, me cedió la palabra, en mi calidad de Secretario General de la Administración; manifesté que había que dictar el Decreto por el cual el Presidente asumía los plenos poderes, y proponía que en ese Decreto se declarase vigente la Constitución de 1946, ya que la actual había demostrado no ser efectiva. Así se acordó. Seguidamente, el ministro de Finanzas, Luis Gómez Izquierdo, manifestó que la transformación

política podría producir pánico financiero, fuga de capitales, y que proponía una incautación de cambios, transitoria.

Se la aprobó con ese carácter, de transitorio, aunque, desgraciadamente, tuvo una vigencia más larga de la prevista.

Seguidamente, bajé a mi despacho y, personalmente, redacté el proyecto de Decreto.

Por supuesto, por ser domingo, y tratarse de un asunto absolutamente reservado, no contaba con la asistencia del personal administrativo. En ese momento, llegó a la Presidencia, a mi oficina, el nuevo Secretario Particular, Arturo Gangotena, quien se había posesionado de su cargo pocos días antes, y no estuvo presente en la sesión que acabo de referir. Me acompañó, y subí con el proyecto de Decreto para la aprobación del Presidente, quien lo revisó y, salvo una breve modificación, lo aprobó. El anuncio oficial de la transformación política tuvo lugar al día siguiente de lo relatado, en la mañana del lunes 22 de junio de 1970.

Fue reorganizada la Corte Suprema, la nueva, la presidió Rafael Antonio Terán Varea. Fue designada una nueva Junta Monetaria, bajo la presidencia de César Durán Ballén. Esa reorganización de la Junta estuvo a cargo de Jaime Aspiazu Seminario, quien había reemplazado a Luis Gómez Izquierdo en la Cartera de Finanzas, pocos días luego de la transformación política. Desde la Secretaría de la Administración, cumplí el encargo de suprimir las tan exageradas y nefastas autonomías, manteniendo las Instituciones, pero bajo la autoridad última del gobierno central.

El Gabinete ministerial, inicialmente, fue el mismo, pero, poco a poco, porque la transformación había tenido un origen militar, el poder político se inclinó en favor del Ministerio de Defensa. El ministro de Gobierno, Galo Martínez, por un asunto no trascendental, se separó de su cargo, a pesar de la insistencia del Presidente para que continuara, porque que lo consideraba, con razón, un leal amigo, un baluarte del velasquismo y de la acción de Gobierno.

A poco, yo, también, decidí separarme, a raíz de una reunión, un domingo, vísperas del 10 de agosto, en el despacho privado de la residencia presidencial, y en la que encontré, a más del Presidente, al Ministro de Defensa, Jorge Acosta Velasco, al nuevo Ministro de Gobierno, Héctor Espinel, y al Secretario particular, Jaime Acosta Espinosa. El Presidente me dijo que el Ministro de Defensa tenía una propuesta que formular; el Ministro manifestó que el Tribunal Fiscal debía ser suprimido porque había ocasionado un perjuicio al Fisco con sus sentencias en favor de los industriales, principalmente. Yo, que en esa época era un abogado en ejercicio, refuté lo dicho expresando que el responsable de que eso ocurra no era el Tribunal Fiscal, sino las leyes de fomento industrial que calificaban de industrias protegidas con exenciones fiscales a falsas industrias; que se llegaba al extremo de calificar de industrias a meros armadores locales de piezas traídas íntegramente del exterior y que en nada contribuían al desarrollo industrial del país; que cualquiera podía traer en piezas una simple rocola, un aparato musical, y armarlo en el país, y ya estaba protegido con exención de impuestos; que lo que había que hacer es modificar la ley de protección industrial y no suprimir el Tribunal Fiscal. Como en la reunión yo era el único abogado en ejercicio, el Presidente llamó telefónicamente al Presidente de la Corte y le consultó sobre la propuesta del Ministro de Defensa y recibió de Rafael Terán Varea una opinión asimismo negativa.

El Presidente no insistió y le pidió al Ministro Espinel, quien se había posesionado dos o tres días antes, que me expusiera una propuesta sobre la supresión de los ferrocarriles del Estado que funcionaban a pérdida; yo lo refuté, no hubo insistencia, y el Presidente cortó la discusión pidiéndole a Jaime José que ordenara nos sirvieran una copa; pocos minutos después, nos retiramos. Yo me sentí muy decepcionado del giro que habían tomado las cosas, de las iniciativas del Ministro de Defensa, que revelaban su impaciencia por allanar todo obstáculo, evitando todo contrapeso. Aunque yo gozaba de la amistad y confianza del Presidente, que había acogido siempre con calor, positivamente, mis iniciativas, como en el caso de mi propuesta para la expedición del Presupuesto de Emergencia, sentí que la influencia del ministro de Defensa era mayor que la mía en razón de su condición de sobrino del Jefe del Estado, y decidí renunciar; al día siguiente, 10 de agosto, visité al Presidente en la Residencia, y le presenté mi renuncia.

El Presidente me pidió continuar en el cargo, pero yo le manifesté que mi decisión era definitiva. Durante la conversación, le sugerí que podría reemplazarme el asesor jurídico de la Presidencia, Francisco Díaz Garaicoa. Así sucedió.

Al menos no se suprimió del todo al Tribunal Fiscal, y cuando yo me había ido, solamente se lo modifico para permitir una cierta influencia del Gobierno. La influencia del ministro de Defensa fue creciendo más y más. Por críticas que recibiera del Alcalde Guayaquil, Francisco Huerta Montalvo, se lo destituyó a él y al Alcalde de Guayaquil, Assad Bucaram. Su carácter autoritario le fue granjeando resistencias cada vez mayores en el gobierno, en general, y señaladamente, en la propia institución militar, a su cargo; por eso no me sorprendió la insubordinación en su contra en el Colegio Militar, donde el mayor Eduardo Littuma Arízaga se lanzó sobre la parrilla delantera del auto ministerial, y la otra, en el mismo tiempo, en el cuartel de la Balbina, comandada por el General Jácome.

No me sorprendió, porque en mi propia oficina en la Presidencia, delante de dos o tres personas, nos dijo que él no les permitía a los comandantes, en las recepciones, beber delante de él. Yo le hice a Jorge, algún comentario sobre su actitud que establecía una distancia innecesaria con la oficialidad. No le gustó mi comentario, a juzgar por la mueca que hizo. No he podido descifrar si el Ministro buscaba cada vez más poder para incrementar el de su tío o el suyo propio, y si tenía aspiraciones de heredarlo. Ante la abierta resistencia de los militares, el ministro tuvo que dejar su cargo. El pronunciamiento había sido estrictamente contra el Ministro, no contra el Presidente, quien fue respetado y continuó en el Poder.

Velasco, al asumir los plenos poderes, el 22 de junio, había manifestado su compromiso de honor de no prolongar el período para el que fue elegido por el pueblo. Pero eso ya no es parte de las apreciaciones que se me habían pedido. Sí lo son, lo que he dejado de lado, el crecimiento extraordinario de la economía en este período, en el que llego a superar el diez por ciento del Producto Nacional Bruto, y su política internacional, sobre la que voy a comentar, a renglón seguido, para concluir con mi apreciación sobre la honradez inmaculada de Velasco, tal como yo la constaté.


image


Política internacional de la quinta administración

Para apreciar las principales decisiones de Velasco Ibarra en esta materia, en su última administración, es necesario retrotraerse a su presidencia, de los años sesenta y a la Guerra Fría que se vivía en el mundo en todo ese tiempo anterior a la caída del Muro de Berlín, que tendría lugar décadas más tarde, y el término de la guerra fría, y creo que nada mejor para ello que relatar dos o tres vivencias de la época.

En la Cuarta Administración de Velasco, en el año de 1961, recuerdo que dirigentes de la Universidad Católica, donde yo me encontraba cursando el segundo año de Derecho, promovieron un desfile de los estudiantes hasta la Plaza Grande, el Palacio presidencial, para respaldar la política internacional del Presidente que había proclamado la nulidad del Protocolo de Río de Janeiro, en el que se consagró la perdida de una gran parte del territorio ecuatoriano en favor del Perú.

En esa manifestación, en la que hablaron, delante del Presidente Velasco Ibarra, por los estudiantes, Jorge Rodríguez Noboa e Ignacio Zambrano Benítez, y, por los profesores, Jorge Salvador Lara; en los discursos se apoyó la política de condena al Tratado de Límites con Perú, pero se manifestó, también, por parte de los oradores, sin que eso haya sido parte de un acuerdo con los estudiantes, el rechazo a cualquier muestra de simpatía a la revolución cubana; luego de lo cual agradeció el Jefe del Estado por el respaldo expresado; enseguida, se produjeron incidentes, porque bajó a la plaza el Ministro de Gobierno, Manuel Araujo Hidalgo, de conocida inclinación pro Cuba; como consecuencia del enfrentamiento de Araujo con conocidos dirigentes de derecha, no con profesores ni estudiantes de la Católica, o al menos no dirigentes de la misma, Araujo renunció al Ministerio. ntuimos que los estudiantes habíamos sido utilizados, que la manifestación había sido organizada para prevenir cualquier acercamiento hacia la Revolución cubana o el establecimiento de relaciones con la Unión Soviética.

Estados Unidos mantenía relaciones diplomáticas con ella, pero se oponía ferozmente a que los países latinoamericanos la tuviéramos. Años más tarde comprobamos esto porque el agente retirado de la CIA, Philip Agee, publicó un libro de su servicio en Ecuador en esos años, en el que relató que la agencia de inteligencia había organizado esta manifestación. Con Jorge Rodríguez, a quien yo invité años más tarde a ser el Secretario de Prensa de la Presidencia, y quien fue el más brillante orador de esa jornada, hemos comprobado la exactitud del relato y de la mención de los personajes que tras bastidores habían organizado la manifestación utilizándonos a los estudiantes..

Por ese libro conocimos muchas cosas: la oposición norteamericana a que el Vicepresidente Arosemena Monroy aceptara la invitación de la URSS a visitarla; las constantes manifestaciones para que el Ecuador rompiera relaciones con Cuba, cuando la Presidencia de Arosemena; su participación directa, por medio del propio Embajador norteamericano, Maurice Berbaum, en la noche del derrocamiento a Arosemena, etc., etc., etc. La visita del Vicepresidente Arosemena Monroy a la URSS, fue, creo yo, la causa principal de su enfrentamiento con Velasco Ibarra, porque las fuerzas de derecha pro norteamericanas, hicieron una campaña fortísima en contra de ese viaje.

Aducían, entre otras cosas, que podría peligrar la concesión de préstamos norteamericanos. Es por eso que Arosemena calificó a los autores de esta teoría de “enloquecidos por el dinero”, que la gente lo interpretó, por extensión, de censura a los funcionarios sospechosos de manejo impropio de los fondos públicos. El Vicepresidente norteamericano Richard Nixon acababa de visitar Moscú y Arosemena no aceptaba que el Vicepresidente del Ecuador no pudiese hacerlo. Es en este contexto de la Guerra Fría que se sitúan dos hechos trascendentales de la última administración de Velasco Ibarra, en orden cronológico:

El establecer relaciones diplomáticas con la China, con la grande, con la comunista, con la de Mao, en vez de la existente con la China de la Isla de Formosa o Taiwan, la del derrotado Chang Kai-chek, y el apoyar en la ONU el reconocimiento de la China Popular.

El formalizar la relación diplomática con la URSS, designar nuestro Embajador, y recibir un Embajador Ruso. Estuve presente en la aprobación de la Junta Consultiva de Relaciones Exteriores de la designación de Juan Isaac Lovato; como estuve presente, a poco, en la presentación de credenciales del Embajador ruso, ante Velasco Ibarra, y recibí, luego, la visita formal que me hiciera dicho Embajador, cuando yo ocupaba la Secretaría General de la Administración del Presidente Velasco. Es en esta misma administración que Velasco Ibarra recibió la visita de Fidel Castro. Tal vez vale la pena comentar en relación a este personaje que, años más tarde, lo visitó en Cuba el presidente socialcristiano, León Febres Cordero, con quien trabaron una gran amistad. Febres Cordero había designado Embajador en Cuba a Manuel Araujo Hidalgo, el líder pro cubano, y quien fue el autor de la invitación de Castro a Febres Cordero.

El Presidente socialcristiano visitó al líder cubano, en contraste con la posición de su partido dos décadas antes cuando reclamaba la expulsión de Cuba de la OEA a Arosemena Monroy y a su Canciller, el entonces social cristiano Acosta Yépez. Así cambian las cosas con el tiempo. Otro asunto destacado de la política internacional de Velasco Ibarra es su defensa de las riquezas marítimas en una extensión de doscientas millas, que con el tiempo fue reconocida por la mayor parte de los países del planeta. Esta tesis fue recogida, en gran parte, en la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar. La tesis fue propulsada por Chile, Perú y Ecuador, y a Ecuador le correspondió la parte más dura de esa lucha, en lo que se conoció como la guerra del atún, porque los pesqueros norteamericanos verdaderamente invadían nuestros mares prevalidos de que su gobierno les compensaba las multas impuestas por el gobierno ecuatoriano.


image


A pesar del rechazo a la tesis, por parte de los Estados Unidos y otras potencias marítimas como Japón e Inglaterra, tanto Velasco Ibarra, como Arosemena Monroy apresaban, sin pestañear, a los barcos extranjeros, especialmente norteamericanos, que pescaban, sin pedir autorización ni pagar los derechos correspondientes, dentro de las doscientas millas. Velasco Ibarra no estaba en favor del comunismo ni de los países comunistas, pero no estaba de acuerdo con la intervención estadounidense en las decisiones de los países latinoamericanos. Así, por ejemplo, en su tercera administración, censuró la intervención, en 1954, del Gobierno de Eisenhower que derrocó a Jacobo Arbenz, presidente de Guatemala, que había nacionalizado la Standard Fruit Company, bananera norteamericana. El Presidente Eisenhower autorizó el empleo de aviones de guerra para el derrocamiento de Arbenz por parte de Castillo Armas quien, tres años más tarde, fue asesinado, mientras todavía ejercía el poder.

La honradez ejemplar del doctor Velasco Ibarra

Mientras despachábamos cosas de la administración, me dijo un día que quería pedirle un favor, no al Secretario General de la Administración, sino a su amigo el doctor Gándara Gallegos. Me contó que el Municipio de Salinas le había donado un terreno, que él no quería conservarlo porque no quería que parezca que se había beneficiado de alguna manera del poder. Me conmoví porque sabía que el doctor Velasco no tenía ningún bien sobre la tierra, que en sus exilios había vivido en modestísimos hoteles y en departamentos arrendados. No llegué a tomar ninguna acción, y no sé qué habrá pasado después; pero cuando uno recuerda que en Buenos Aires falleció su esposa, la respetabilísima y culta doña Corina Parral, atropellada por un bus urbano, porque no tenían automóvil particular, mucho menos chofer, y se compara esta pobreza con la riqueza de tantos gobernantes y ex gobernantes, no puede dejar uno dejar de admirar al hombre que solamente vivió para el servicio público, para la Historia.

* El material fotográfico fue facilitado por su sobrino el Dr. Pedro Velasco Espinosa a quien agradecemos.
Mauricio Gándara