EL REGRESO DEL EMPERADOR

Una constante histórica en China, ha sido la presencia de un Emperador a su cabeza. Se extiende desde el 221 A.C., con la dinastía Qin, que da su nombre al país, hasta 1912, al abdicar, por interpuesta persona, Pu Yi, que había sido declarado emperador a los 2 años, y sería el último de la dinastía Qing, de origen manchú, que había gobernado China desde el año 1644. Antes de los manchúes, otra dinastía no china había gobernado, la de los conquistadores mogoles que se apoderaron del país y lo gobernaron entre 1271 y 1368, llamándose dinastía Yuan, hasta su expulsión por la dinastía Ming.


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Conciencia nacional.

Con bastante certeza, podemos afirmar que la China fue la primera entidad nacional que se reconoció como tal, más allá de la reducida visión de la “ciudad estado”, que había sido la predominante en el mundo antiguo. Tal reconocimiento tiene fundamento en la construcción de la Gran Muralla China, al establecer Shi Huangdi su hegemonía sobre China y proclamarse “Primer Emperador”, título que sería adoptado por muchos de sus sucesores. La Gran Muralla, más allá de un dudoso valor defensivo, fue el factor identitario esencial, entre quienes se hallaban “dentro” de ella, con tradiciones, cultura e idioma comunes o muy cercanos, y los que estaban fuera, por definición salvajes y bárbaros. China es el “El Reino del Medio”, el que ocupa el centro del mundo y se ubica entre el cielo y el inframundo. Ésta visión será la dominante en la posterior historia china, al punto que ha sido parte del mensaje que el Secretario General del Partido Comunista Chino y Presidente de la República Popular China, Xi Jingpin, ha desarrollado, buscando el retorno de China al centro del escenario internacional, como telón de fondo de su propuesta ideológica con la que alcanzó el poder hace ya 10 años, en el año 2012, estableciéndolo como objetivo nacional para superar las humillaciones sufridas por China en los siglos XIX y XX, a manos de potencias extranjeras europeas, así como de Estados Unidos y Japón.

A 100 años del “Último Emperador”

Justamente hace diez años, al cumplirse 100 de la abdicación del último Emperador, Xi estableció ya las bases para su coronación como el Primer Emperador, a la usanza de sus lejanos predecesores. Diez años más tarde, a 2200 de la proclamación y el manto que adoptara Shi Huangdi como Primer Emperador, Xi efectivamente se proclama como tal, ante la nueva aristocracia y corte imperial china, el pleno del PCCH. Previamente, además de la sistemática eliminación de todos sus posibles rivales al interior del partido durante los diez años de mandato que ya lleva cumplidos, logró que se aprobara una reforma que le permitiría un tercer período y varios más, al eliminarse la limitación a dos que Deng Xiaoping había establecido, luego de la traumática experiencia del absoluto poder ejercido por Mao, con las trágicas secuelas del Gran Salto Adelante, que fue en realidad un salto al vacío saldado con cerca de 50 millones de muertos, básicamente de hambre, y de las heridas de la Revolución Cultural, un descabellado plan para borrar de la memoria de su pueblo la riquísima herencia cultural e histórica de casi 10 mil generaciones, para refundar el país a partir del gobierno de Mao, que liquidó a un par de millones más.

No al poder eterno.

Sagazmente, Deng Xiaoping comprendió que el principal problema de un régimen vertical, autoritario y de partido único, era el del anquilosamiento de una gerontocracia que se acostumbraba a vivir bajo un mandatario poco menos que eterno. El ejemplo de la URSS debe haber rondado por su cabeza al limitar a dos períodos de 5 años la gestión de cualquier mandatario. Los riesgos que Deng avizoró, la dictadura perpetua, el nuevo culto a la personalidad, la adulación como método de movilidad al interior del partido, están muy presentes y vivos tras la reelección de Xi. Ya sus tesis han sido incorporadas al evangelio del Partido, y son parte integral del programa de adoctrinamiento de los nuevos fieles de la Iglesia del III milenio. Los niños chinos, como los adolescentes maoístas, deberán poder recitar sus versículos de memoria, si quieren destacar en sus actividades escolares para progresar en sus futuros.

Nacionalismo y revancha.

Xi ha jugado la carta del nacionalismo chino, exacerbándolo con clara actitud xenófoba y de exaltación de la superioridad cultural china. Dentro de ese juego, instrumentalizó el sometimiento de Hong Kong a la discrecional y opaca legislación y sistema de justicia chino, violando los acuerdos solemnemente alcanzados con la Gran Bretaña en 1997, tras el retorno de Hong Kong a la soberanía china, en los que se establecía que, durante 50 años, se mantendrían las instituciones jurídicas y democráticas establecidas en la isla por la administración británica. Durante el segundo período de Xi, tales acuerdos se volvieron incómodos para el presidente chino, sobre todo por aquellos temas que son causa de urticaria entre los dictadores, la libertad de opinión y expresión ciudadana. Para quien estaba construyendo un pedestal imperial, las críticas resultaban insufribles, y en tal medida, había que suprimir cualquier disenso desalineado con el relato oficial del papel providencial de Xi, rumbo al siguiente paso en su carrera, la coronación imperial.


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De similar manera, ya desde sus primeros pasos como Presidente, dejó en claro que, en China, la voz cantante la tienen los chinos de la etnia Han, y que las minorías nada tienen que decir respecto del curso que él disponga. Las alternativas no resultan nada halagüeñas para tibetanos, uighures o kazajos, y se reducen a la asimilación, de buenas o malas, a la cultura china. La represión religiosa y cultural, tanto en Tíbet, como en Sinkiang, ha sido despiadada, prohibiendo los idiomas vernáculos y obligando a que toda actividad cultural se desarrolle exclusivamente en chino, con el evidente objetivo de hacer desaparecer otros idiomas en la geografía china. Igualmente, a cuenta de separatismo y promoción del terrorismo, la persecución religiosa contra el lamaísmo tibetano y el islamismo de las etnias turco-mogolas del Asia Central, ha alcanzado cotas altísimas, con la destrucción de lugares de culto, o la sui generis demanda de que se adapten a los estilos arquitectónicos chinos. El proceso de erradicación de las tradiciones de éstas etnias, ha llegado hasta el establecimiento de campos de concentración, eufemísticamente llamados “centros de reeducación”, por los que han pasado obligadamente cerca de dos millones de personas. Es el mayor genocidio cultural de lo que va del siglo, como fuera en su momento denunciado por diversos países y organizaciones de defensa de los derechos humanos, e incluso por las Naciones Unidas, a través de la Alta Comisión de los Derechos Humanos de la ONU. El gobierno chino, como cabía esperar, ha rechazado todos los duros y documentados informes, como injerencia en sus asuntos internos y propaganda contra China.

Taiwán, la bomba de tiempo.

Finalmente, dentro de la misma tónica de no aceptar ningún contradictor, Xi ha elevado la retórica sobre Taiwán a extremos peligrosos, desarrollando maniobras militares cada vez más agresivas y provocadoras, empleando cada vez más activos militares aéreos y navales, buscando amedrentar al gobierno de la isla para que se integre a China sin más resistencia. Como es obvio, tras el ejemplo de lo realizado por el gobierno chino en Hong Kong, cualquier promesa de respetar las instituciones democráticas de Taiwán para, a través de un acuerdo, lograr una transición no traumática y violenta, resultaría, a todas luces, una ingenuidad absoluta. En esa medida, el irrespeto a los acuerdos internacionales legalmente establecidos en el caso de Hong Kong, resultó un bumerang para el propio gobierno chino, así como un motivo más para convencer a los ciudadanos taiwaneses de resistir, con todas sus fuerzas, el anunciado propósito de reintegrar Taiwán a China, incluso por la fuerza. Las crecientes amenazas chinas han logrado endurecer la postura norteamericana, que, ante las proclamas chinas de su intención de lograr, de buenas o de malas, la reunificación de Taiwán con China, ha anunciado su decisión de defender a Taiwán contra cualquier ataque militar chino. Si a esto agregamos el liderazgo mundial de Taiwán en la tecnología de semiconductores y chips y la dependencia de las industrias del mundo respecto de estos elementos, se comprende la enorme preocupación occidental de que China pueda pasar a controlar esos activos, que le permitirían estrangular a las empresas tecnológicas occidentales, Esto ha generado una creciente tensión en Extremo Oriente, a la que también ha contribuido el accionar de Corea del Norte, casi un estado-satélite de China, por su dependencia económica de ésta.

¿China, primera potencia mundial?

Para respaldar la decisión de proyectar a China al nivel de primera potencia mundial, Xi está invirtiendo ingentes recursos en sus fuerzas armadas, convencionales, nucleares y espaciales, para establecer una hegemonía en Extremo Oriente, el Pacífico y el Índico. Bajo el manto de su Nueva Ruta de la Seda, el régimen chino, a través de su tristemente famosa “diplomacia de la deuda”, ha logrado hacerse de activos estratégicos de mucha importancia, al ejecutar las garantías que se habían establecido en cláusulas secretas, en los muy pocos transparentes contratos de crédito, ligados a obras costosísimas, cuya ejecución corría obligatoriamente a cargo de empresas chinas. Así se ganó el control, por largo plazo, del puerto de Hambantota, en Sri Lanka, país que ha caído prácticamente en bancarrota. Sus recientes acercamientos con el gobierno de las Islas Salomón, han hecho sonar las alarmas en Australia y Estados Unidos, por la estratégica posición de estas islas, sobre las rutas navales desde el Pacifico Central hacia Hawái y la India, ante la posibilidad del establecimiento de una base naval china, asunto contemplado en el acuerdo firmado. Similar agresividad se ha dado en aguas internacionales en el llamado Mar del Sur de la China, incluso con la construcción de islotes artificiales, para el establecimiento de bases aéreas avanzadas, una suerte de portaaviones imposibles de hundir, y para establecer reclamos territoriales territoriales en una zona marítima clave, tanto para las líneas de comunicación y transporte, en uno de los sectores con más alta navegación mundial, como por unas probadas reservas de petróleo y gas natural.


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La nueva Gran Muralla.

Hacia lo interno, la política de reafirmación nacionalista, incluso chauvinista, se expresa en la creciente y asfixiante censura y bloqueo de cualquier información proveniente de fuera. Como Shi Huangdi hace 2200 años, con la construcción de la Muralla China, para aislarla de bárbaros y salvajes, la China de Xi ha construido una Gran Muralla virtual, a la que llama Firewall, para “protegerla” de las subversivas doctrinas occidentales de Derechos Humanos, democracia y libertades, completamente ajenas a la tradición imperial y jerárquica china. Es el Emperador y su corte quien debe decidir qué le conviene al pueblo, y que información debe recibir. Para cumplir de la mejor manera este cometido, se ha montado un aparato de vigilancia sin paralelo en la historia, que observa cada paso, gesto y conducta de la población, con un sistema de premios y castigos sociales profundamente establecido, basado esperanzas y temores, a la manera de cualquier religión.

Riesgos a futuro.

Sería tonto no destacar, como parte de ésta política, el fenomenal éxito económico de China, que justamente entre los dos períodos de Xi en el poder, logró desaparecer la categoría de pobreza extrema que, durante el ilustrado régimen maoísta, alcanzaba al 80% de la población. Cierto es que Xi tuvo la fortuna de construir sobre el extraordinario legado de Deng Xiaoping y sus sucesores, que fueron capaces de enderezar el derrotero que Mao, el Gran Timonel, había establecido para China, y que la conducía directamente al abismo. Ese legado es el que puede verse amenazado, ante la reinstauración imperial, con Emperador infalible vitalicio de por medio, y el creciente culto a la personalidad que desde ya se observa en la veneración hacia Xi.

El éxito económico siempre será garantía de estabilidad política, al tiempo que las incertidumbres económicas serán causa para la inquietud y el descontento. Xi encontrará que es distinto manejar un país con elevadas tasas de crecimiento y con una movilidad social que vuelva creíble el progreso personal y premie la ambición y el esfuerzo, antes que uno donde la economía se estanque por falta de incentivos. Las turbulencias actuales, que se expresan en una creciente irritación por la aplicación extrema de la política de 0 COVID, con las graves consecuencias económicas que provoca en las personas y empresas, así como en la desaceleración de la economía China, con sus impactos más graves, en lo social, en la crisis de las hipotecas, que han generado la quiebra o la contracción de las principales inmobiliarias chinas, deberán ser atendidas y resueltas por el régimen lo más pronto posible. Xi sabe que allí radican los más importantes riesgos y retos para el futuro, suyo y de China.; Como conciliarlos con su agresiva política de rearme y de alejamiento de la exitosa política aperturista de sus antecesores con el mundo occidental, dará la medida de sus capacidades así como de su comprensión de la importancia para el mundo de una paz prolongada y fructífera.

Dr. Alan Cathey