La mayoría no legitima al poder

Autor: Fausto Jaramillo Y. | RS 68


¿SOMOS UN PAÍS?

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Hace ya muchos años, allá por la década de los años sesenta del siglo pasado, Mario Vargas Llosa pone en boca de Santiago Zavala, uno de los personajes de su novela “Conversación en la Catedral”, una pregunta que desde entonces me persigue:

¿En qué momento se jodió mi país?
Desde que leí esa obra he intentado vanamente contestar esa interrogante. Quiero trasladar la pregunta a mi país, el Ecuador, porque yo nací en esta tierra y me duele todo lo que a ella le acontezca. Así es que me pregunto, ¿en qué momento se jodió mi país? La verdad, no lo sé, porque cada vez que intenté responderla, la respuesta posible me derivaba a otras y otras preguntas, tornando en un imposible el alcanzar mi objetivo.

¿Se jodió mi país?
¿Es que alguna vez, el Ecuador, fue un país? porque si nunca ha sido un país, no es posible que se joda algo que nunca ha existido, ¿verdad? Pero ¿qué es un país? Según el diccionario, un país es una nación, región, provincia o territorio. También dice que el país es la piel o tela que cubre la parte superior del varillaje del abanico.
¿Qué es una Nación? Acudiendo a la misma fuente: “Grupo humano unido por vínculos especiales de homogeneidad cultural, histórica, política, económica y lingüística”.

¿Cumplimos estos requisitos? ¿Estamos unidos por vínculos especiales de homogeneidad cultural? ¿Estamos unidos por vínculos especiales de homogeneidad histórica? ¿Estamos unidos por vínculos especiales de homogeneidad política? ¿Estamos unidos por vínculos especiales de homogeneidad económica? ¿Estamos unidos por vínculos especiales de homogeneidad lingüística?. Sabemos tú y yo, que la respuesta es NO (así con mayúsculas) a todas las preguntas. En nuestro territorio existen varias culturas, tanto es así que la propia Constitución reconoce la pluriculturalidad. En el territorio conocido como Ecuador, cada pueblo que lo habita, y son muchos, tiene su propia historia.

Es verdad que por ciudades y pueblos circula el dólar como moneda nacional, pero ¿acaso, en algunos pueblos no se practica el trueque? ¿la buena fe? ¿En los pueblos no contactados existe la noción de economía? Y qué decir de homogeneidad lingüística cuando en este territorio se hablan 17 diferentes lenguas.

Entonces, si tan siquiera no nos acercamos a esos requisitos, quiere decir que no somos un país. Entonces, ¿cómo podía joderse mi país?

El Ecuador está jodido y eso no lo podemos negar, sus síntomas están a la vista de quien quiera verlos: desunión, trampa, corrupción, impunidad, mentiras, trafasías, cobardía, ausencia de valores cívicos y éticos, prepotencia, violencia, en fin, son tantos estos síntomas que no lograría describirlos a todos.



LOS SÍNTOMAS DE NUESTRA DECADENCIA
Zygmunt Baumanes es un sociólogo polaco de nombre impronunciable y uno de los pocos dinosaurios pensadores y filósofos que sobreviven al siglo XX. Su obra ha estado dirigida a estudiar los sistemas políticos; sin embargo, ahora acaba de publicar un nuevo libro en el que ingresa a diseccionar a los pueblos, es decir a los seres humanos que configuran una sociedad, y muy especialmente a las sociedades de inicios de este siglo.

El libro se llama “Ceguera moral” y en él, este autor denuncia la insensibilidad y el deterioro moral progresivo que, según él, se está convirtiendo en característica de nuestro tiempo.

La ética o la moral no existen para ciertos sectores de estas sociedades, especialmente para las finanzas y la política y sus actores o ignoran o prescinden de todo compromiso moral. Hacen lo que quieren y lo que les conviene, sin que a nadie se le ocurra poner orden y sanción a sus comportamientos corruptos.
La ceguera no está solamente en los ojos morales de estos actores, está también en toda la sociedad, especialmente en sus fanáticos adherentes y seguidores que contemplan permisivamente sus abusos y su corrupción y nada hace para impedirla, incluso, es tanta la ceguera para éstos que a la hora de las elecciones vuelven a entregar sus votos a los mismos corruptos que roban el dinero de las finanzas públicas, acomodan las leyes y anuncian retóricamente que lo hacen en beneficio de su pueblo.

Sucede, como escribe Bauman, que la sociedad parece estar embotada, ha perdido la sensibilidad moral y no les otorga importancia a los hechos ni a quienes hacen daño grave al país y a todos los ciudadanos. La ética se ha debilitado tanto que, ni siquiera la extrañamos, preferimos ignorar su existencia. Las normas del “deber ser” nos parecen rígidas y obsoletas; la virtud es cosa del pasado, lo que importa es el placer, no se interesa ni asume responsabilidad ni compromiso ni siquiera con la pareja en la experiencia del amor, peor con los hijos y la familia y no digamos con los demás ciudadanos con los que convivimos cotidianamente.

Para identificar mejor lo que está pasando, Bauman crea un neologismo de raíz griega: “adiáfora”, que significa “situar ciertos actos o categorías de los seres humanos fuera del universo de evaluaciones y obligaciones morales”. Lo que no queremos ver y aceptar es que una ley inexorable de la razón es que “Ningún país puede salir de la crisis si las conductas inmorales de sus ciudadanos y políticos siguen proliferando con toda impunidad”.

LA DEMOCRACIA Y SUS RELACIONES
Uno de los pilares en los que descansa la Democracia es la relación entre mayorías y minorías. Ambas forman parte de una estructura de débil equilibrio, en la que una mayoría logra su objetivo al lograr la ejecución de su tesis y la minoría debe estar atenta a juzgar si fue la mejor solución a un determinado tema o problema.

Es que no siempre, la voluntad mayoritaria está cimentada en la verdad, en la justicia o simplemente en la adecuación de los tiempos; en muchas ocasiones, la historia lo demuestra, que la tesis mayoritaria, al momento de ejecutarse muestra sus debilidades y, por lo tanto, debe abandonársela para dar paso a otra que sustente de mejor manera la solución ambicionada.

No siempre fue así. La historia de las sociedades animales muestra que el líder es escogido, no por su inteligencia, por su capacidad de encontrar soluciones, de abrir nuevos senderos que beneficien a su manada; en ocasiones, no pocas, por cierto, el líder se impone por la fuerza, por su juventud, por su agresividad.

En la historia de la humanidad, al menos en tiempos prehistóricos, se conoce que el comportamiento social fue muy similar al de los animales. Federico Hegel, filósofo alemán, nos invita a trasladarnos a los días del aparecimiento del primer hombre, nómada, temeroso de su entorno, solitario. Para sobrevivir, ese hombre vagaba por el planeta en busca de su alimento.

Sucedió un día, en que el hombre primitivo encontró un árbol frondoso, sus ramas llenas de frutos coloridos. Se acercó, arrancó un fruto y se llevó a su boca, lo comió y comprendió que ese fruto era benigno, agradable a su paladar y podía saciar su hambre. ¿Para qué seguir su búsqueda, si al fin había hallado la respuesta a su desesperado afán de comer? Allí se quedó, junto al árbol de su alegría. Una mañana al despertar, encontró que otro individuo de su especie estaba saciando su hambre con el fruto de aquel árbol. Se levantó inundado de ira y, sin medir las consecuencias, atacó al desconocido. Se produjo una lucha de la cual solo podía quedar un vencedor. Si A vencía a B, este último debía morir; Si B vencía a A, este seguiría la misma suerte.

Entonces comprendieron que había una tercera alternativa: el más fuerte, el vencedor, impondría sus condiciones al perdedor. Nacía así la primera relación humana, basada en la fuerza. A esta relación Hegel la denominó: relación Amo – Esclavo. El peligro de esta relación está cuando entendemos estos términos en su acepción numérica; es decir, cuando aceptamos que la mayoría únicamente se impone gracias al número de elementos que la conforman.

Las minorías no son únicamente étnicas, religiosas, o en las contiendas políticas; también las hay en otras áreas: por ejemplo, en el Ecuador, las rubias son una minoría, también las personas pecosas o las que padecen de enfermedades raras, incluso en lo deportivo, son minorías los hinchas del Olmedo de Riobamba, o los del Delfín de Manta que los del Barcelona. Estas minorías no son tomadas en cuenta al momento de plantear un tema, porque no representan ningún peligro social, no son minorías organizadas, ni sus reclamos traspasan los límites estrechos de lo local y particular.

Las mayorías, en Democracia, basan su comportamiento en el número; pero olvidan que su legitimidad encuentra su fundamento en la verdad de sus postulados, en la corrección de su argumentación y en los resultados de la aplicación de sus principios. El número, por sí solo, es apenas una parte, y pequeña, por cierto, del juego político y democrático.

Cuando la retórica política y su aplicación basa el Poder en el número, entonces cae en el error, en la pretendida propiedad de la verdad. De allí a la intemperancia, al abuso y a la tiranía, media apenas un pequeño paso.

Y es que, al no tener la verdad de su lado, sus observaciones se basan en un espejismo llamado mayoría, y claro, sienten la debilidad de su Poder. De la debilidad al miedo no hay ninguna diferencia. El líder populista no quiere perder las mieles del Poder y siente miedo, cuando cualquier minoría cuestiona su accionar.

El miedo le lleva a ese líder, al insulto, a la descalificación del adversario y finalmente al ejercicio de la fuerza que tiñe de sangre la historia del pueblo que ha caído en el engaño del populista.

Los pueblos originarios de nuestra América diferenciaban entre el “tiempo largo” y el “tiempo corto”. Pertenecen a la primera categoría aquellos sucesos o eventos que pueden medirse en un largo período de tiempo, por ejemplo, la vida del sol, de la luna, de los planetas, de las montañas, de los ríos, de ciertas instituciones, ideas, conceptos, ciencia, religiones, etc., que perduran a pesar de los fuertes vientos de la historia.

Al tiempo corto pertenecen aquellos eventos o acontecimientos que son susceptibles de conocer dentro del período de vida de un ser humano, o quizás más cortos; por ejemplo, la siembra y la cosecha anual, una casa, un vehículo, la salud individual, ciertas instituciones, etc.
Por supuesto que esta conceptualización presenta ciertas dificultades; si una comida pertenece al tiempo corto, la siembra y la cosecha también, pero la agricultura pertenece al tiempo largo. Si la salud individual es cosa del tiempo corto, la medicina, ya sea empírica o científica pertenece al tiempo largo; un día o una noche pertenecen al tiempo corto, pero la vida del sol y de la luz, pero la vida de la luna y de la noche pertenecen al tiempo largo.

Si aplicamos este concepto a la política, podemos afirmar que la democracia, como institución política, al igual que el Estado, pertenecen al tiempo largo, mientras que unas elecciones, referéndums y consultas pertenecen al tiempo corto. Los partidos y movimientos políticos también pertenecen al tiempo corto porque nacen y mueren de acuerdo con las circunstancias por las que atraviese un pueblo.

La ciencia y el arte pertenecen al tiempo largo, mientras que un partido de fútbol o un campeonato pertenecen al tiempo corto.

Vistas, así las cosas, la vida de un ser humano pertenece al tiempo corto, mientras que su muerte pertenece al tiempo largo; por eso, no vale la pena amargarse por el año que pasó, sino que hay que alegrarse por el año que se inicia, trabajar por él y para él, a fin de que las cosas que podamos lograr queden en el tiempo largo para nuestros hijos, para nuestros nietos. Ahora estamos como estamos, sin capacidad de diálogo porque aprendimos a ser hipócritas. Sin solidaridad porque aprendimos a ser sumisos. Aprendimos que la rebeldía con violencia es la única que escuchamos. Comprendimos que no somos país, porque apenas somos pueblo sobreviviente.