DESCENDIENDO A LOS INFIERNOS

Mientras en Inglaterra, entre 1.750 y 1.800 se desarrollaban las ciencias naturales hasta crear un motor de combustión interna que daría paso a la Revolución Industrial y el desarrollo del comercio mundial, las universidades españolas, y por ende, las fundadas por España en América, seguían apegadas a la Escolástica, donde había lugar para la filosofía, la teología y, en el mejor de los casos, para estudiar los rudimentos de la medicina.

En este contexto, jóvenes americanos, deseosos de conocer y estudiar las ciencias debieron formar grupos de estudios para importar ideas desde la Europa de la Ilustración y el Enciclopedismo. Destacaron en esos grupos Eugenio de Santa Cruz y Espejo y sus amigos Antonio Amador José de Nariño y Francisco Zea.

En una segunda camada de estos jóvenes aparece Francisco José de Caldas.

Ellos trastocaron las ideas y pensamientos imperantes en la Colonia, en estos años y su legado intelectual sirvió de base para los movimientos libertarios.

“Cuando ascendía al Imbabura, pasamos la noche en las cabañas mal cubiertas de los indios. Con un báculo en la mano y precedido por tres indios comencé a escalar la montaña. El cráter es inaccesible por todas partes, excepto por la del Este, por donde el volcán arrojó todo el material al tiempo de la erupción. Grandes trozos de roca despedazada se amontonan confusamente unos sobre otros”.

Estas palabras fueron escritas por Francisco José de Caldas, allá por el año de 1804, en su libro: “Viaje de Quito a las costas del océano Pacífico por Malbucho y viaje al corazón de Barnuevo”.

¿QUIÉN ERA FRANCISCO JOSÉ DE CALDAS?

Francisco José de Caldas es conocido en la historia de Colombia como el “primer científico colombiano” y “padre de la geografía y de la ingeniería nacional”, ya que dedicó su vida al estudio y difusión de las ciencias exactas aplicadas a la geografía de América y su relación con la flora y fauna de las diversas regiones que visitó; a pesar de que su formación se enmarcaba en las limitaciones de la educación colonial, es decir, estudios de Teología, Filosofía y Jurisprudencia.

“Bordeando espantosos precipicios, corre un sendero de un tercio de vara, formado por escalones cavados en la roca por los indios que bajan nieve a Ibarra. En algunas partes es preciso asirse de las pajas con las manos, para no caer a doscientas o trescientas varas de profundidad. He visto con espanto el lugar en donde se precipitó uno de esos infelices cuando volvía cargado de nieve. Los escalones estaban cubiertos de granizo. Los pies no daban paso firme, entorpecidos por un frío que iba en aumento. De precipitados por el sudor y el cansancio. ¡Que espectáculo! El horror y el secreto placer se apoderaron de mi alma… Bocas quemadas y destrozadas, puntas, pómez, arena, azufre, nieve, greda, precipicios y confusión eran los objetos que se presentaban a mis ojos”.

¿QUÉ HACÍA CALDAS EN EL ECUADOR?

En 1795 debió dedicarse al comercio de ropas en Quito, La Plata y Timaná, por ello, permaneció en las tierras de la Real Audiencia de Quito, durante 3 años y medio, en los que aprovechó para determinar la posición geográfica de los lugares que visitaba y para realizar observaciones de la naturaleza y de los usos y costumbres de los distintos pueblos. Su equipo básico para su trabajo científico se componía de un barómetro, una brújula y un termómetro. Cuando no conseguía los instrumentos que necesitaba los construía él mismo.

Mientras recorría nuestra geografía, recogiendo plantas, hiervas, flores y muestras de la flora y fauna, observó, gracias a su hipsómetro, que “la temperatura del agua destilada, en ebullición, es proporcional a la presión atmosférica”, nueva ley física que le permitió medir las alturas mediante este procedimiento y que sería utilizada después por Humboldt, quien, en sus escritos, se “olvidó” de mencionar al inventor.

Imbabura es una montaña aislada y solitaria, como un cono truncado. En la cima de un bello pórfido está excavado el cráter, como un anfiteatro circular. Las paredes interiores no están tajadas perpendicularmente: tienen una pendiente rápida y toman la figura de un cono inverso. Resolví bajar al abismo. El deseo de medir su profundidad, y de tocar de cerca este lugar de horror, me resolvió a arriesgarlo todo. Comenzamos a bajar. Me precedía un indio práctico de la montaña, cargado de mi barómetro. Le seguía a tres o cuatro pasos de distancia. Habíamos bajado un tercio del camino, y llegamos a una pendiente rapidísima de piedra pómez, reducida a pequeños pedazos. Tendría cien varas de longitud y terminaba en rocas terribles al fondo del cráter.

El indio me siente perdido, avanza hacia mí con intrepidez inaudita, se arroja al mismo peligro en que me veía y toándome del del brazo derecho, me arroja a dos varas del precipicio, y me salva la vida. Este indio se llama Salvador Chuquín.

Caldas fue un criollo ilustrado, formado en la etapa previa a la independencia de las colonias, desde esa perspectiva, planteó la necesidad de que la ciencia en el continente fuera asumida por los criollos y desarrollada por ellos. Es decir, tenía igual pensamiento al que tuvo nuestro Eugenio de Santa Cruz y Espejo.

Si bien las ciencias naturales fueron motivo de su principal preocupación, Caldas no dejó a un lado la comprensión de la geopolítica de las tierras del virreinato de Nueva Granada, a las que consideraba que, por su geografía y situación, una región geoestratégica tanto por su variedad de paisajes y climas (y, por tanto, de producción agrícola y ganadera) como por las grandes posibilidades que tenía para el comercio, gracias en buena medida a su proximidad al istmo de Panamá. Caldas no se quedó en sus sueños y visiones, sino que se puso manos a la obra para convertirlas en realidad, por eso levantó muchas cartas geográficas y mapas de todo tipo.

En sus reflexiones acerca de la situación cultural, social y económica de América, promovió la necesidad de un profundo y exacto conocimiento de la propia condición americana como paso previo al impulso necesario de la industria, la economía, el comercio y el resto de las actividades productivas para superar la excesiva dependencia de Europa que América había venido padeciendo durante los siglos coloniales.

“Repuesto del susto, no pensé sino en continuar mi descenso. Lo conseguí con felicidad. Yo temblaba en el fondo de este cráter, porque por todas partes nos amenazaban las rocas… Por fortuna nuestra cesó, mientras nos mantuvimos en esta región de espanto y del horror, el viento, y no pensé en otra cosa que en hacer mi observación del barómetro… Comenzamos a subir por el lado opuesto para reconocer completamente el cráter… Todo se desmoronaba… Subimos los dos tercios y en esta elevación se resistió mi guía, y me advirtió que era preciso volver al fondo del cráter, para tomar el primer sendero. Con manos y con pies nos afirmamos para subirla… Comenzó a nevar. El granizo o papacara mojó el sendero… Por consejo de Chuquín, dejé el calzado y a pie desnudo empezamos a bajar los terribles precipicios que habíamos subido por la mañana… A fuerza de constancia y maña volvimos bien tarde a nuestras chozas, que no distaban del cráter más de media legua por aire…”.

Sus ideas y tesis, fueron publicadas en 1808, en los números del 22 al 30 del Semanario del Nuevo Reino de Granada, donde Caldas no llega a suscribir las tesis extremistas de quienes atribuyen a tales factores (clima y alimentación) un decisivo influjo en la conformación psíquica del hombre, pero tampoco aquellas que niegan a los mismos factores naturales cualquier tipo de influencia sobre el alma humana.
Comenzó por definir lo que él entiende por clima, influjo de los alimentos y constitución física del hombre, para concluir que el cuerpo humano está sujeto a todas las leyes de la materia y que, cuando su parte material sufre alguna alteración, su espíritu participa de ella. Examinó luego todos los elementos que, en su concepto, constituyen el clima físico, señalando la forzosa influencia que cada uno de ellos en el hombre y en los animales, y demostrando en seguida, mediante múltiples ejemplos, que la ejercen. Con sorprendente clarividencia, Caldas intuyó en este tratado no pocos de los temas y problemas que la ciencia actual comprende, estudia y analiza bajo el nombre de geopsicología.

Junto con sus observaciones científicas, el sabio también escribe sus impresiones sociales. “En Otavalo observé que los indios, están íntimamente persuadidos de que deben dar los primeros frutos de sus cosechas a los ciegos y a los miserables -a esta acción la llaman Guagcha Caray o sea la comida de los pobres-. Jamás se ha visto en Otavalo que se falte a esa ley humana.

Los ciegos son el objeto de la ternura y de las caricias de este pueblo. El ciego es una persona sagrada, es el depositario de los secretos, el intérprete, el futurizador, el adivino. Está lleno de ofrendas del pueblo, nada la falta, su voz se oye con respeto; una mujer se cree feliz si consigue a un ciego por esposo…

Así mismo no creo que haya pueblo tan celoso del descanso eterno de sus padres, como éste. Todas las festividades sagradas están mezcladas con alguna superstición. O con algún vicio”.

La guerra contra los españoles lo contó entre sus víctimas. Cuando Bogotá cayó en manos de los realistas, Caldas debió huir al sur y se refugió en la hacienda familiar de Paispamba, cerca de Popayán, donde fue apresado y remitido, junto con otros patriotas, a Santa Fe. Fue condenado a ser fusilado por la espalda, sentencia que se ejecutó el 29 de octubre de 1816. El presidente del tribunal que lo juzgó, en una frase despreciable propia de un político ignorante que “España no necesita de sabios”.
Años más tarde, la propia España se sintió avergonzada de la incultura y crueldad de su representante y dedicó al ilustre Caldas una placa de mármol en la Biblioteca Nacional de Madrid.

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