Cul de sac o un callejón sin salida

A finales de la década de los años 60, del siglo pasado, uno de aquellos realizadores malditos, Roman Polanski, llamó “Cul de Sac”, una expresión que no tiene parangón en otro idioma a una de sus películas en blanco y negro que enmarca de manera magistral la peculiar atmósfera donde sus personajes abandonados en un espacio físico que se transforma en el escenario de su soledad y sus pasiones en el que se encuentran aprisionados los protagonistas y donde lo dramático se convierte en grotesco.

(( Escuchar el artículo ))

Nuestro idioma, el castellano tiene también una frase que se asemeja, “callejón sin salida” pero que no llega a integrar todos los elementos que contiene la francesa, La castellana permite, al menos la existencia de una entrada por la que, en algún instante es posible encontrar esa salida tan buscada. La francesa ha perdido la esperanza y se somete a reconocer el absurdo de la existencia.

En estos momentos, como en otros anteriores, los ecuatorianos nos encontramos en un “cul de sac” en el que hemos perdido de vista el punto y el instante del ingreso y no vislumbramos una luz al final del túnel que nos permita tener esperanza.

LA HISTORIA SE REPITE

Hace pocas semanas, comenzaron a presentarse los primeros precandidatos oficiales para la alcaldía de Quito. Sin embargo, con ello también surgieron los paralelismos y comparaciones con las elecciones seccionales que se dieron con anterioridad: ¿acaso estamos condenados a vivir un proceso idéntico?

A pesar de que los años que han transcurrido desde los últimos comicios no han estado exentos de sucesos de suma importancia en el país –desde una pandemia que paralizó al mundo hasta dos paros nacionales.

Parece que no han cambiado ni lo discursos, ni las estrategias ni las pretensiones de los principales partidos políticos y sus respectivos representantes.

El presente artículo tratará de indagar en estas similitudes y responder a la siguiente pregunta:

¿Realmente contamos con la posibilidad de elegir algo distinto o la historia se repetirá?

LOS NÚMEROS NO SON SINÓNIMOS DE CALIDAD

En 2019, a escasos meses de que se inicien los comicios para una nueva elección seccional, comenzó a popularizarse en Quito un reto sumamente llamativo.

Consistía en nombrar al máximo número de candidatos a la alcaldía que uno pudiera recordar. La dificultad se encontraba en que 18 políticos se habían sumado a la carrera por ocupar la cabeza del municipio, y la gran mayoría eran desconocidos para el electorado.

Dentro del mismo reto se encontraba una realidad difícil de digerir: la papeleta estaría compuesta en su mayoría por desconocidos y representantes de partidos políticos que luchaban por no desaparecer. En el día de las elecciones, ningún candidato fue capaz de llegar al 25% de los votos. Es más, tan solo uno –el ganador de los comicios, Jorge Yunda- logró superar el 20%.

Esta división de votos también se vio reflejada en el Concejo Metropolitano, que no contaba con una mayoría clara y se repartía 21 puestos entre 5 partidos. Las consecuencias de tan caótico resultado no se hicieron esperar: el Municipio de Quito brilló por su ausencia, y destacó más por los escándalos que se daban en su interior que por su trabajo y compromiso con la capital.

La destitución de Yunda, que se dio en medio de un proceso lleno trabas y ambigüedad, fue la cereza sobre el pastel. El exalcalde fue juzgado por incumplimiento de funciones, en medio de escándalos por peculado y tráfico de influencias, y se fue ante la mirada confundida de una ciudad que no tenía claro qué estaba sucediendo. Santiago Guarderas, quien era Vicealcalde de la capital, tomó el puesto de Yunda

image

En menos de un año. Guarderas se ha ganado grandes críticas por su inactividad, llevándolo a una desaprobación de más del 80%.

NÚMEROS SIN IDEOLOGÍA

En 2022, a escasos meses de comenzar con la campaña para las seccionales de 2023, nos encontramos frente a una situación, cuando menos, parecida a la de 2019.

Contamos con 11 precandidatos que, supuestamente, intentaron conformar alianzas y grandes unidades políticas para evitar la dispersión del voto y los porcentajes tan bajos que se dieron en la última elección. Sin embargo, las únicas “alianzas” consumadas han sido entre partidos intrascendentes, cuya relevancia política o bien nunca existió o bien pasó a mejor vida hace años. Los nuevos candidatos, por su parte, son ajenos a la historia del partido que supuestamente simbolizan.

Al parecer, la ideología ya no tiene importancia para los pretendientes a la alcaldía, sino encontrar un vehículo que los lleve a la meta o que, por lo menos, los deje sumarse a la carrera.

Tomando esto en cuenta, y considerando que tal vez nos esperen aún más sorpresas hasta el momento en que se cierren las inscripciones, el reto de recordar el mayor número de nombres que aparecerán en la papeleta, probablemente, volverá a cobrar popularidad en los próximos meses. Los pronósticos para 2023 son poco prometedores. El número de candidatos y la falta de comunicación y cooperación entre movimientos políticos da indicios de que, independientemente del resultado, el Concejo Metropolitano estará dividido, dificultará la creación de acuerdos y pondrá obstáculos para la implementación de programas concretos.

Por otro lado, a pesar de que no se puede vislumbrar quién es el candidato con más opciones de ganar, no es atrevido apostar que la victoria nuevamente dependerá de porcentajes que no representarán a una proporción significativa del electorado capitalino. Si un escenario tan lúgubre puede ser previsto con tanta anticipación, es legítimo cuestionarnos si existe realmente algo en juego en las siguientes elecciones –por más que los discursos de aceptación a la candidatura quieran convencernos de que el futuro está en nuestras manos y a tan solo un voto de distancia.

AUSENCIA DE ALTERNATIVAS

Parafraseando a Zygmunt Bauman –quien, a su vez, parafrasea a Marx- un fantasma recorre Quito: el fantasma de la ausencia de alternativas. Esta proposición puede sonar extraña, sobre todo si tomamos en cuenta que el número de candidatos que hay, parece que, en realidad, las alternativas son excesivas. Sin embargo, ante la sobredosis de propuestas, campañas y supuestos salvadores de la capital, nos enfrentamos a la ausencia de opciones reales. En otras palabras, entre tantas alternativas, paradójicamente, es implausible hacer una elección a consciencia. Si en 2023 nos volvemos a enfrentar a una papeleta que es indescifrable, el voto que haremos carecerá de significado, pues fue hecho sin tener una oportunidad realista de comprender lo que implica.

image

LAVADOS DE CEREBRO

Bauman y Leonidas Donskis, en su libro Maldad Líquida, expresan que este tipo de situaciones, donde el exceso de tópicos imposibilita la capacidad de retenerlos y entenderlos, podría ser considerado un lavado de cerebros. Por ejemplo, al analizar cómo las democracias actuales han sido incapaces de generar cambios reales.

Bauman y Donskis citan a Luke Dormehl, quien menciona que “el lavado de cerebro contemporáneo presenta una maldición disfrazada de bendición: la función manifiesta de los algoritmos, la principal arma del actual lavado de cerebro es permitirnos navegar por los 2.5 quintillones de bytes de datos que se genera cada día (un millón de veces más información que la que el cerebro humano es capaz de retener) y extraer conclusiones prácticas de ello”.

Así como para un internauta le es imposible codificar y asimilar todos los datos que se le presenta en la pantalla, de la misma forma el votante es incapaz de informarse sobre un periodo electoral que lo acribilla con nuevos candidatos, discursos populistas, noticias pretenciosas y campañas distractoras. Por ese motivo “votar se ha convertido más en un ejercicio de expresión de unos gustos personales que en la manifestación de una convicción ideológica” –como menciona Iván Krestev-.

Formar una ideología en un escenario tan abrupto y cambiante es, en una sola palabra, imposible. Por eso mismo, no existe una alternativa real, porque aquellos que supuestamente serán los responsables de elegir, están completamente maniatados e imposibilitados de entender que está sucediendo.

LA HISTORIA NO SE REPITE, PERO RIMA

Quisiera finalizar recordando a Mark Twain, quien es considerado el autor de la frase “la historia no se repite, pero rima”. Parece que, por lo mencionado anteriormente, sus palabras tienen una gran relevancia para Quito. A pesar de que sería ingenuo creer que los años que nos esperan serán idéntico a los que acabamos de atravesar, sí se pueden identificar con facilidad los armatostes que siempre revestirán las promesas políticas que, año a año, seguirán intentando infructuosamente convencernos de que se avecina un cambio relevante.

Mientras las alianzas caigan, los compromisos sean de cristal y las papeletas se llenen con apellidos que olvidaremos pocos días después de la elección –o que de plano jamás nos aprenderemos- poco se puede elegir en las urnas. En efecto, podría decirse que las elecciones de 2023 son para Quito la crónica de una muerte anunciada, o, haciendo un paralelismo con el absurdo caso del metro, son la crónica de un tren que jamás saldrá de su estación.

MATEO FIERRO TORRES