Dr. Pedro Velasco Espinosa | [email protected]
La Bandera Nacional ha ondeado solemne, a media asta y con crepones negros en señal de luto, en el Palacio Nacional con ocasión de grandes tragedias que han conmovido el espíritu de la Nación, entre ellas, quizá las más íntimamente dolorosas, por el fallecimiento de cuatro presidentes de la República, de otro ungido en las urnas más no calificado, de dos primeras damas, y de dos mamás de presidentes en ejercicio.
El magnicidio del 6 de agosto de 1875
Cinco conjurados, catorce machetazos y seis balazos causaron la muerte de Gabriel García Moreno, el 6 de agosto de 1875, cuatro días antes de aquel en el cual debía iniciar su tercer mandato en Carondelet, por mayoritaria expresión de la voluntad popular en las urnas electorales.
El día fatídico, el Presidente ha salido de su casa en la plaza de Santo Domingo, visitado a sus cuñadas Del Alcázar en la casa esquinera frente a La Compañía, venerado por unos momentos al Santísimo en la Capilla del Sagrario y luego enrumbado hasta las gradas del Palacio Nacional que dan frente a la Iglesia Catedral. Este primer viernes de mes lo había comenzado asistiendo a Misa y comulgando en la espléndida Capilla de la Virgen del Rosario, templo a media cuadra de su casa.
El historiador argentino Manuel Gálvez relata patéticamente el magnicidio así: “García Moreno ha dado apenas unos ochos pasos en la galería, cuando Rayo, a quien los otros no lo han visto venir ( ), le grita: “Tirano”. Saca un machete y al volverse García Moreno le pega un feroz golpe en la cabeza, con el afán de cortársela.
El asesino vuelve a gritar “Al fin llegó el día bandido”. Cornejo corre y sujeta a la víctima, mientras le grita que va a perecer en nombre de la Patria, lanza una interjección y le dispara un tiro de revólver. Moncayo y Andrade ya tienen inmovilizado a Pallares ( ), que da voces de auxilio.
Cornejo suelta a García Moreno; Rayo va a darle otro machetazo, pero el Presidente, al sentirse libre, corre con el rostro ensangrentado hacia una de las entradas al Palacio. Andrade abandona a Pallares, se le adelanta a García Moreno, le espera en la puerta y con su revólver, cuya bala no sale, le pega un golpe en el pecho. García Moreno, mal herido y aturdido, retrocede y grita pidiendo socorro.
Un mulato transeúnte ha sujeto a Rayo, mientras vocifera: “Matan al Presidente”. Llegan los conjurados y disparan sus revólveres. Rayo, liberado del mulato, al que ha herido, cae sobre García Moreno otra vez. Él intenta sacar su revólver, pero el machete de Rayo le da en la mano derecha y le corta el dedo meñique, que queda colgado.
Rayo, que parece querer decapitarlo, le pega feroces cuchilladas de las que él intenta atajarse con el brazo, el bastoncito y el mensaje. Trastrabillando, ciego por la sangre que llena su rostro alcanza, en busca de una columna en donde apoyarse, el filo de la galería. Rayo le empuja violentamente y García Moreno cae de cabeza y rueda por los escalones y la angosta acera hasta el empedrado de la calle. Todo esto ha sido instantáneo.
Apenas fue herido García Moreno, alguien corrió hacia el cuartel.” Cuando la tropa se presentó ya era tarde. Un soldado disparó contra Rayo que murió antes que su víctima. García Moreno antes de expirar pronuncia su famosa frase “Dios no muere”. Al enterarse de la muerte de García Moreno, su acérrimo enemigo Juan Montalvo pronuncia su célebre frase “mi pluma lo mató”, aunque años después escribe lo siguiente en El Desperezo de El Regenerador, durante la dictadura de Veintemilla: “García Moreno ¡qué hombre!, este sí ¡qué hombre!, nacido para grande hombre, sin el desvío lamentable de su naturaleza hacia lo malo. Sujeto de grande inteligencia, tirano sabio, jayán (persona de grande estatura) de valor y arrojo increíbles; invencionero, ardidoso, rico en arbitrios y expedientes; imaginación socorrida, voluntad fuerte, ímpetu vencedor ¡qué lástima! García Moreno hubiera sido el primer hombre de Sud América, si sus poderosas facultades no hubieran estado dedicadas a una obra nefanda: la opresión, la tiranía.
Para lo que ha sucedido al Ecuador después de la muerte de García Moreno, yo de buena gana le hubiera dejado la vida al gran tirano”.
Una asonada del corazón
Quién sabe si la recia resistencia de Don Emilio Estrada Carmona a los embates del General Alfaro para que renuncie a la postulación como candidato a la presidencia, que el propio General auspiciara, y la tenaz posición de Estrada de no renunciar como Presidente, conspiraron contra su corazón y propiciaron que éste dejase de latir el 21 de diciembre de 1911, día en el cual el destino, al mismo tiempo, puso fin a la vida del Jefe del Estado y dio inicio a un mes fúnebre que tuviera nefasto final en la “hoguera bárbara” del 28 de enero de 1912.
La oferta de “libros y arados” que hiciera Estrada al asumir el Poder, el 1º de septiembre de 1910, quedó trunca, como cortada quedó para siempre su brillante vida privada y pública. Quiteño, avecindado en Guayaquil desde temprana edad, Don Emilio fue ejemplo de hombre de bien y dejó un legado de pulcro desempeño como hombre público al igual que como simple ciudadano. “Su vida toda fue la prueba a la que estuvo sometido su civismo y constituyó un ejemplo, digno de tomarse en cuenta y de convertirse en guía de opinión nacional”, dice de Don Emilio el connotado escritor Isaac J. Barrera.
Una muerte con un velo de misterio
Tan sorpresiva fue la muerte del doctor Aurelio Mosquera Narváez como lo fue su designación como Presidente de la República. Entre los dos acontecimientos apenas un lapso de 11 meses, 14 días.
La Asamblea Constituyente reunida por iniciativa del General Alberto Enríquez Gallo, a la sazón Jefe Supremo, en tanto aprobaba la nueva Carta Política había designado Presidente Interino al benemérito patricio cuencano Dr. Manuel María Borrero González quien, luego de escasos tres meses, renuncia a tal dignidad aduciendo que “había cesado el estado de excitación política” que le había llevado a aceptar el interinazgo. Dos candidatos “flotaban en el ambiente, Arroyo del Río y Enríquez Gallo. De pronto alguien suelta el nombre de Aurelio Mosquera Narváez, y todos dicen amén. Eran las 3 de la madrugada del 2 de diciembre de 1938.” ( ) Médico cirujano de profesión, más bien estuvo vinculado a la Universidad Central ya como catedrático, ya como Rector de la misma, de 1929 a 1932, sin perjuicio de que fuese Senador y Presidente de la Cámara en el período 1930-1931.
El Nuncio Apostólico, que no se separó del lecho de muerte del Dr. Mosquera todo el día 17 de noviembre de 1939, recibió del Vaticano el siguiente radiomensaje: “Su Santidad encarga Vuestra Excelencia participar ese Gobierno su profundo pesar desaparición Presidente República. Asegura plegarias sufragio, otorga consoladora bendición parientes.”
El Dr. Aurelio proféticamente había dicho, en su posesión, que la Presidencia es “de amarguras y de luchas”. Su fallecimiento, se dijo, obedeció a las “luchas” que debió librar para consolar sus “amarguras”.
La “Puerta Del Viento” se abrió para Jaime Roldós y la Primera Dama
En la luminosa mañana del 24 de mayo de 1981, el Presidente Jaime Roldós Aguilera rendía homenaje a los héroes de la malhadada “Guerra de Paquisha”, de los meses de enero y febrero anteriores, y lo hacía en compañía de su esposa Martha.
Con la elocuencia que le era propia, rindió tributo, en nombre del País entero, a quienes habían ofrendado sus vidas en la defensa del territorio patrio y de aquellos que lucían sus heridas de guerra como patente demostración de sus gestas en guarda de la frontera suroriental.
Cerró su vibrante alocución con unas palabras que, al cabo de pocas horas, sonaban como un presagio: “Desde siempre y hasta siempre” dijo, refiriéndose al Ecuador amazónico que habían defendido los soldados en los enfrentamientos bélicos de aquella guerra, sin saber que tales palabras eran el epitafio suyo y de su cónyuge. Esa mañana, Jaime y Martha ascendieron a la inmortalidad porque el avión en que viajaban no puedo ascender lo suficiente para superar la cumbre del cerro Huairapungo, que significa “puerta al viento”, en el viaje que el joven Mandatario hacía para homenajear a la tropa de la Guarnición de Macará. La Providencia tenía preparada a la pareja presidencial esa “puerta” para que entren a la Memoria de la Nación. Será la única ocasión en la Historia Patria que tanto el Presidente como la Primera Dama encuentren juntos su terrenal final.
La única Primera Dama esmeraldeña
Otra Primera Dama que fallece cuando su cónyuge es Primer Mandatario es la señora Esther Concha Torres, casada desde 1897 con el Dr. José Luis Tamayo Terán. Fallece el 7 de junio de 1924, pocos días antes de que su esposo termine su período de Gobierno 1920-1924. Es hermana de Carlos Concha Torres y media hermana de Luis Vargas Torres, aguerridos luchadores de la causa liberal.
La noticia de su muerte la trae la prensa de la época: “Después de una larga enfermedad, que a pasos contados le llevaba a la tumba, ha caído para siempre la esposa del señor doctor José Luis Tamayo, Presidente de la República. Adornábanle excepciones prendas, siendo las más notables su ingénita sencillez y su invariable modestia, que no le hicieron cambiar ni envanecerse cuando subió a las alturas del palacio presidencial acompañando a su esposo.”
El Encargado del Poder, Dr. Alberto Guerrero Martínez, y los Ministros de Estado,en conceptuoso acuerdo, a más de expresar las condolencias al Presidente Tamayo, acuerdan “izar a media asta, en señal de duelo, la Bandera nacional en todos los edificios del Estado, durante 3 días.” El sepelio de la Primera Dama se efectuó en Guayaquil.
Las mamás que fallecen cuando sus hijos son presidentes Doña Juana Mercedes Moreno Morán Vda. De García
El 16 de julio de 1871 fallece, en su tierra natal Guayaquil, Juana Mercedes Moreno Morán, madre del Presidente Gabriel García Moreno, venerable nonagenaria viuda de Gabriel García Gómez. Nació el 17 de febrero de 1780 y se casó a los 17 años. A la muerte de su progenitora, García Moreno ejercía, desde 1869, por segunda vez la Presidencia de la República.
Doña Juana Mercedes quedó viuda cuando el último de sus 12 hijos, precisamente Gabriel, tenía 6 años, razón por la cual ella llevó todo el peso del hogar, incluida la enseñanza de las primeras letras a este vástago, pues a la sazón en el Puerto las escuelas daban una instrucción completamente insuficiente. La madre enseñó a leer al pequeño Gabriel y lo educó hasta que a los 15 años pudo enviarlo a Quito para que ingrese al Colegio San Fernando de los padres dominicos, gracias a una beca concedida por el Presidente Vicente Rocafuerte.
Ninguno de los varios connotados biógrafos de García Moreno aporta dato alguno, amén de la fecha, sobre las circunstancias del fallecimiento de Doña Juana Mercedes.
Doña Delia Ibarra Soberón vda. de Velasco Sardá
De la semblanza biográfica que hace de Doña Delia el Dr. Fernando Jurado, en su libro Las Quiteñas, tomo los siguientes textos que trazan magistral y sencillamente la personalidad de ella:
“Cuando el primer gobierno de su hijo (1934-1935), ella y su hija Ana María hicieron el papel de Primeras Damas. Doña Delia asistía los domingos a los almuerzos presidenciales Dotada de enorme personalidad, asistía a los almuerzos como a la comida del diario, con la misma indumentaria de siempre, en la que sobresalía el aseo.
Un día observaba en silencio la zalamería y servilismo con que trataba el Edecán al Presidente, donde los excelentísimos salían a troche y moche. Aprovechó, con extrema cautela, que el Presidente hablaba por teléfono y le dijo al Edecán: Coronel, quiero pedirle un favor, un pequeño favor; lo que usted guste –señora- le replicó éste. No le trate a mi hijo de Excelencia, el puesto es demasiado transitorio, dígale simplemente doctor Velasco o Señor Presidente. ¿Me hará usted el favor?” En la segunda Presidencia, “Corina era ya la Primera Dama del país y su presencia estaba demás. Solo ciertas tardes acudía al Palacio y obsequiaba un sucre a cada miembro de la guardia, dinero por supuesto regalado por su propio hijo.” A ruegos de su hijo, aceptó vivir los últimos resplandores de su existencia en la Casa Presidencial, a la sazón ubicada en la Avenida del Ejército (actual Avenida Patria), y allí entregó su alma al Creador el 5 de julio de 1946.
La Capilla Ardiente se levantó allí mismo y de esa mansión salió el cortejo fúnebre hasta la Iglesia de San Francisco; luego de la Misa de exequias, sus restos mortales fueron sepultados en las criptas del templo junto a la Capilla del Santísimo, a pedido expreso de la Comunidad Franciscana, habida razón de que Doña Delia era miembro seglar de la Tercera Orden y feligrés, además madre del Primer Mandatario, muy relacionado desde joven con la Comunidad.
Hay cinco coincidencias entre las madres de Gabriel García Moreno y de José María Velasco Ibarra: 1a) Tuvieron 12 hijos; 2ª) Tuvieron 5 hijas mujeres y 7 hijos varones; 3ª) Impartieron las primeras letras a su hijo, y así ambos entraron directamente al colegio: el primero al San Fernando de los Dominicos y el segundo al San Gabriel de los Jesuitas. ¡Qué calidad de maestras! 4ª) Fallecen siendo viudas); y, 5ª) Mueren mientras sus hijos ejercen por segunda vez la Presidencia de la República.
Fallece sin ser presidente y es llevado en hombros por dos presidentes
Don Neptalí Bonifaz Ascásubi, por cuyas venas corría sangre de próceres quiteños de Agosto, es el único Presidente Electo que no llega a ejercer la dignidad por no haber sido “calificado” por el Congreso, muy a pesar de que el electorado de 1932 le fue ampliamente favorable, hecho que tuvo una sangrienta secuela: la “Guerra de los 4 días”. Fallece el 23 de agosto de 1952, cuando su sobrino Galo Plaza Lasso es Presidente de la República y su amigo y partidario José María Velasco Ibarra es Presidente Electo, a días el primero de entregar el Poder al segundo. En su sentido sepelio, su ataúd es llevado a hombros de los dos personajes.
Dr. Pedro Velasco Espinosa | [email protected]