Crimen, castigo ¿y rehabilitación?

FABRICIO GUERRERO
FABRICIO GUERRERO

En Latinoamérica ha predominado un tipo de política carcelaria: La “mano dura”. Sin embargo, ¿El castigo es el único inhibidor del crimen? Es decir, partiendo de la premisa que “el hombre es el lobo del hombre” ¿El castigo es el único elemento que frena ese impulso y consigue la disuasión? ¿Es el balance entre el valor del crimen y el valor del castigo el único factor activo en la decisión de perpetrar la justicia u obedecerla?

Primero pintemos el ambiente carcelario. Partamos con el hecho que en 13 años la población carcelaria se TRPILICÓ ¿Hacinamiento? Obviamente. Ahora ¿Solo los violadores y asesinos terminan ahí? No, las codenas al igual que los crímenes varían y según los estudios de Orsagh y Chen (1988) los prisioneros con las penas más bajas llegan a institucionalizarse bajo el control de otro criminales con penas más largas. ¿Es culpa de los derechos humanos la crisis carcelaria? No importa cuando leas esto, NO. Cualquiera puede terminar preso, y no solo en Ecuador, si vemos a Nicaragua cualquier opositor de Ortega puede terminar en la cárcel.

Murton (1976) mantenía que las presiones en condiciones decadentes tienen un efecto “deshumanizante” para los reclusos. Afirmaba que la hostilidad únicamente crece, de igual forma que lo afirmaba Polinsky (2017) cuando mencionaba que, muy por lo contrario a lo que se cree “las malas condiciones carcelerías conducen a más delitos que a menos”.

“Todo crimen merece castigo” Frase conocida ¿no? Es gracias a la novela “Crimen y castigo” de Fiódor Dostievski sobre un asesino con aires de grandeza que al mismo tiempo le aborda la angustia dentro del cuerpo al punto que se entrega voluntariamente a la justicia (aun cuando esta había ya acusado a un inocente). La novela analiza el por qué si somos conscientes de la relación entre el delito y su castigo aun así algunos delinquen, dejando en tela de duda así si el castigo es el único elemento que lograría la disuasión

Hay que asumir el problema de forma integral y para ello tiene que existir una política pública para el sistema penitenciario dada la magnitud de la violencia que se vive adentro.

La “mano dura” como medida no es ni ha sido nunca suficiente. En conclusión, hay que ser enfático en que las políticas destinadas para la crisis deben estar enfocadas en cuatro etapas: incapacitación, castigo, disuasión y rehabilitación, no únicamente el castigo.