¿Asamblea dónde está?

CARLOS CONCHA JIJÓN
CARLOS CONCHA JIJÓN

La Asamblea ha dado mucho de qué hablar y se han escuchado un sin fin de comentarios, que confluyen a calificar su trabajo como irregular, semejante a un disparate del que se salvan muy pocos, como el grupo encabezado por el Asambleísta Villavicencio, que con valentía está poniendo los: “puntos sobre las íes” con extremado pundonor.

Me atrevo a pensar de manera general que el accionar de la Asamblea se aparta de su responsabilidad, actitud que fluye como irrespeto a la majestad de la colectividad ecuatoriana. Existe la impresión, que no hay la capacidad funcional del legislador, para defender la soberanía del pueblo, concomitante con sus derechos. La Asamblea irradia falta de conocimientos y sobre todo capacidad administrativa y que se ha perdido la memoria al olvidarse, que trabajan como mandatarios en un ámbito democrático, que sobre todas las cosas deben tener presente que el pueblo es el mandante.

No se justifica de manera general, que la Asamblea se haya convertido en un escenario para enfrentamientos verbales muchas veces inicuos, que rayan en la irresponsabilidad, porque se apartan de los fines concretos determinados a un legislador. También se habla del circo en que calló la Asamblea y otras veces que su accionar deviene en pugilatos verbales irresponsables, carentes de contenidos, pues aparecen como simples charlatanerías, porque no guardan un contenido positivo. La Asamblea también peca de ineficiente haciéndola perder categoría cuando los legisladores se olvidan de los principios éticos, morales caen estrepitosamente en un abismo de incorrecciones.

Es probable que los legisladores, por supuesto no todos, sin que tengan que ser personas eruditas, por lo menos posean una relativa cultura que les permita tener suficientes elementos de juicios para encarar con buen juicio la justas demandas de los pueblos.

Han existido algunos casos, por decir lo menos, que Asambleístas han sido involucrados en actos reñidos con su conducta ética moral, actitud imperdonable que no debe ser pasado por alto.