Andar en dos ruedas

Me desperté temblando de pies a cabeza, estaba dominada por el miedo y mi cuerpo se negaba a dejar la cama. Esta aparente rebelión corporal tenía una sola justificación:

Tenía cita médica y me llevaban en silla de ruedas. Solo oír esa palabra y mi cabeza alucinaba con caídas, hospitalización, guardar cama y todos los males imaginados en detrimento de mi salud. Había visto a decenas de personas que utilizaban ese aparato y se acostumbraron tanto a depender de la silla que se quedaron totalmente inválidos y, aunque los parámetros de mi enfermedad eran de progresivo deterioro físico, yo me aferraba seguir al pie de la letra las indicaciones médicas dejando que el cuerpo reaccione y me permita vivir sin mayores limitaciones.

El terror tornó traumática mi primera salida en silla de ruedas. El taxista nos dejó a cuadra y media del consultorio y en ese lapso vi derrumbarse mi integridad: cerraba los ojos, cambiaba la dirección de mi cuerpo, minutos a la derecha y otro tanto a la izquierda, bostezos sin sueño, arrebatos de grita e intentos de bajarme de la silla.La enfermera dificultosamente trataba de abrirse paso entre los transeúntes con una endeble silla de dos ruedas y mi peso de 130 libras. Íbamos a una cita médica a un centro especializado del IESS. Mientras ella hacía su trabajo, yo experimentaba toda clase de sensaciones: me saltaba el corazón con fuerza, estaba presa de los nervios que me producían ese aparato en el que por primera vez me subía y temía una caída. Agarrada fuertemente de los lados de la silla, como si fuera una tabla de salvación, trataba de dirigir mis pensamientos hacia situaciones muy distantes a las del momento presente y distraerme viendo el paso de otras personas.

Mucho se habla de las discapacidades, se hace publicidad gubernamental de los beneficios que el Estado les otorga para ayudarlos a tener un mejor vivir, pero al momento de aplicarlas a muchas personas se les olvida y terminan maltratando al imposibilitado. Para la Organización Mundial de la Salud (OMS), se entiende como discapacidad a aquella restricción o impedimento de la capacidad de realizar una actividad en la forma o dentro del margen que se considera normal para el ser humano .La discapacidad es la afección del cuerpo o la mente que hace difícil que la persona haga determinadas actividades sola y muchas veces necesite de asistencia profesional.

Sussex, enfermera venezolana de 40 años, hacía esfuerzos por mover la silla de ruedas con 130 libras de peso y sortear el camino con los transeúntes. Procuramos agilitar el paso pues temíamos perder la cita que ya me la habían cambiado tres veces. En ese corto tramo, un chicle se pegó en la silla y Sussex lo sacó de la rueda; para salvar un obstáculo me alzó, giró la silla y seguimos el trayecto. Felizmente, en ese tramo, la calzada estaba plana lo que nos facilitó la accesibilidad. A mí me saltaba el corazón con fuerza, estaba presa de los nervios que me producían ese aparato endeble al que por primera vez me subía y temía una caída. Con el paso de los meses me familiaricé a dejarme llevar en la silla.

La primera vez que me caí fue en la entrada a mi casa. Me bajé del carro y no calculé bien la distancia; caí al piso dando dos vueltas. Como consecuencia de la caída se me rompió el ligamiento de la mano derecha y fui operada. El clavo aún permanece en mi mano.
Llevaba años con dolores musculares especialmente rodillas y pantorrillas y los médicos diagnosticaban desgaste por la edad. Me hicieron numerosas terapias y mi mejoría no se notaba.Para “Milito”, médico cubano residente hace 20 años en Ecuador, mi sintomatología era característica del Parkinson, enfermedad que me acompañará el resto de mi vida, pues no tiene cura.

El Parkinson es una enfermedad crónica y degenerativa del sistema nervioso que se caracteriza por falta de coordinación y rigidez muscular y temblores. Se produce cuando las células nerviosas (neuronas) no producen suficiente cantidad de una sustancia química importante en el cerebro conocida como dopamina. Así, tenía consciencia de que jamás me desprendería de la silla de ruedas. Ah! Pero me tenías otras sorpresas: las caídas frecuentes, dos de las cuales me llevaron a la hospitalización, por lo que una enfermera me acompañaba todo el día.
Ya han pasado 15 años y se nota mi deterioro. La silla de ruedas es imprescindible, y ahora se ha sumado el andador que me permite movilizarme dentro de mi casa o recorrer un centro comercial, por ejemplo. Este andador me permite tener un poco de libertad porque lo manejo yo, a mi lado, sin sostenerme, va la enfermera.Mis temores se fueron disipando con las salidas y, hay que reconocerlo, en las principales vías de Quito existe una adecuada señalización peatonal. Faltan muchas rampas, un elemento que tiene la función de comunicar dos planos de distinto nivel y evitar subir escaleras lo que facilita la movilidad de personas discapacitadas o con movilidad reducida.

Juana López Sarmiento