Vuelve el arranche

Braman las viejas prácticas en la contratación pública: pequeñas empresas participan en licitaciones de obras y ganan en buena lid, pero tienen que vérselas con funcionarios que, manejando el proceso ‘desde adentro’, piden una tajada a cambio de oficializar la adjudicación.

Si el empresario no coima, lo descalifican alegando un tecnicismo que por ahí ‘asoma’. En otros casos, cónyuges de funcionarios desfilan por los pasillos, apresurando o atrasando trámites a su antojo; eso sí, y al mejor estilo de los videos de Glas, sin dejar rastro “por escrito”.

Este tipo de corrupción no es obra de grandes personajes públicos, sino de rapaces mandos medios de larga data. Ante un Gobierno con pocos operadores políticos y leales funcionarios para ocupar la telaraña estatal, y un Presidente sin experiencia previa en el manejo de la burocracia, los cleptócratas se envalentonan y encuentran vía libre para el saqueo. Así como ha evitado grandes escándalos de corrupción durante un año, bien podría el régimen, ahora que volverá la obra pública, sondear lo que sucede en sus escalones inferiores.

A diferencia de la gran corrupción, cuya persecución atrae política y mediáticamente, la pequeña corrupción poco suele interesar a las autoridades con afán de protagonismo. Sin embargo, esa es la que más afecta la vida diaria de ciudadanos y empresarios honestos, minando su confianza en el futuro del país. Para acabar con ella, no hacen falta grandes procesos ni sofisticadas investigaciones; basta escuchar y gestionar la administración con transparencia y mano dura.  Hacerlo, sembrará esperanza.