Volver a la cordura

Cuando los opositores se tratan como enemigos, se desata un tipo de conflagración en el que todos pierden. Entonces, el único bobo consuelo que queda es aspirar a que el otro pierda más que uno. Esa lógica primó en las protestas de junio pasado —quienes causaron el caos perdieron, pero con la destrucción buscaban que, al menos, el resto perdiera aún más—; en el comportamiento testarudo de la Asamblea —al torpedear toda iniciativa, los legisladores se desprestigian, pero les consuela saber que esa parálisis también le pasa factura al Presidente—; o en la acentuada tacañería del Gobierno —que mina su popularidad, pero más castiga a su masa de críticos—. Quizás ahora, tras casi dos años de este estéril desgaste, están listos para virar la página.

Los resultados de las últimas elecciones fueron un mensaje contundente para el presidente Guillermo Lasso. A partir de allí, aventurarse a un nuevo paro o a un absurdo juicio político sería un exceso que, afortunadamente, la ciudadanía rechaza.

Hay signos alentadores: diversos gremios y organizaciones expresaron su oposición a un paro; algunos bloques de la Asamblea le quitaron el cuerpo al posible juicio político para destituir al residente; el Gobierno anunció mayor inversión social y empieza a abandonar la estricta austeridad de sus primeros dos años.

Estas actitudes no representan debilidad o deshonestas maniobras de manipulación, sino oportunas muestras de sensatez. En esta paulatina vuelta a la cordura, parece que todos están cediendo algo; de eso se trata la democracia.