Aunque habrá candidatos a la Asamblea Nacional por Quito y Pichincha, estos no suplen el vacío en la política nacional que genera Quito; ha dejado de ser influyente. Hoy, incluso, carece de peso en la próxima papeleta de presidenciables.
Las explicaciones para esto pueden ser duras: que las distintas élites son conformistas, tienen extrema cercanía al poder político o se acomodan a una suerte de autocensura.
Olvidan que la política partidista no es la única vía para hacer política. La ausencia ha contagiado a la academia y a las organizaciones de la sociedad civil. Esas voces están silenciadas cuando una crisis atraviesa a todas las Funciones del Estado, que caen en sus números de aprobación o sus representantes no ven salidas a los problemas que más afectan a los ecuatorianos, incluyéndolos a ellos.
Esta situación que vive la capital está acompañada también de falta de seguridad jurídica y garantías para ejercer la libertad de expresión, es decir, no ser perseguido por lo que se dice o piensa. Además, el debate de ideas, la mayoría de ocasiones, es calificado de odio político o es descalificado por la tendencia ideológica.
La ausencia quiteña en los grandes debates nacionales ha sido llenada por los sectarios que deciden lo que vale la pena pensar y decir, algo así como una dictadura de lo políticamente correcto.
Este silencio quiteño, de sus distintas élites, tiene justificación. No obstante, puede que sea insuficiente si se pierden las organizaciones que pueden facilitar el debate público. En la campaña electoral anticipada, una guía para la ciudad es necesaria y urgente. El reto es revivir Quito.