Tumbar al gobierno

Es momento de llamar a las cosas por su nombre: el país vive un paciente y sistemático intento de derrocamiento del Presidente de la República.

Hace una semana, los líderes de las protestas aseguraban que buscaban reformas —una exigencia urgente, comprensible y legítima—. El Gobierno respondió con diversas muestras de buena voluntad: invitó al diálogo, anunció importantes medidas y, sobre todo, dejó claro que cuenta con los recursos necesarios para paliar los efectos de la inflación mundial. Se mostró, incluso, en nombre de la estabilidad política, la conciliación y el respeto a las exaltadas sensibilidades de ciertos sectores, dispuestos a emplear herramientas anti técnicas, cortoplacistas y contraproducentes.

El gesto del Gobierno no fue correspondido. Los líderes de la revuelta insisten en posturas intransigentes, exigiendo que el Ejecutivo responda a sus “10 puntos” —pedidos generales, abstractos e irrealizables, como suelen ser las promesas populistas—. En tanto, además de los hechos, suficientes audios y vídeos, conferencias de prensa y mensajes viralizados demuestran que el objetivo es uno y claro: “tumbar” al presidente Guillermo Lasso.

Antes de sacarse la máscara, esperaron que la coyuntura mundial favoreciera la convulsión, que la Asamblea entrara en su juego y que el crimen organizado hiciera su parte. En el proceso, instrumentalizaron y manosearon las legítimas aspiraciones de campesinos y trabajadores.

Ahora la corresponde a la ciudadanía —así como al propio Presidente— decidir si va a tolerar que un grupo sin propuestas, sin alternativas y sin apoyo —como se ve en las elecciones— imponga su agenda a trompicones, o si va a exigir que se respete la vía democrática en la transformación del país.