La cantidad de jóvenes que ni trabajan ni estudian —los ‘ninis’— en el país alcanza ya cuotas preocupantes. Se trata de una verdadera bomba de tiempo sobre la que la sociedad ecuatoriana, por el egoísmo de algunos gremios y la tibieza de la política, está sentada.
No se puede solucionar un problema tan extendido únicamente ampliando la oferta universitaria. En una economía sin suficientes puestos de trabajo para atender a tantos profesionales, eso solo servirá para devaluar títulos, empeorar la calidad de la enseñanza y postergar, con gasto ineficiente, unos años el ingreso de los jóvenes al mismo desempleo. En el nuevo mundo más nacionalista y de hipervigilancia, tampoco se le puede apostar a la migración masiva como solución. En algo ayudaría, para hacer más llevadera la espera, volver a fomentar el deporte, las artes y la educación continua con financiamiento público, pero la única verdadera solución es la reforma laboral a la que el país aún se resiste.
Con el marco legal actual, el empleo no puede crecer a la velocidad que la estructura demográfica exige. En nombre de “impedir la precarización” o de la “no regresión de derechos” se está defendiendo a la minoría urbana, privilegiada y de edad madura que tiene trabajo apropiado, a costa de excluir especialmente a los jóvenes; a todos los conflictos que ya tiene el país, se suma el resentimiento intergeneracional.
En pocos años, nuestra sociedad tendrá que lidiar con una inmensa cantidad de jubilados —algunos enfermos—, que el IESS y el Estado no podrán atender si no se logra incluir a la gran masa de jóvenes en el empleo formal y en el consumo. Igualmente, los ‘Ninis’ son pasto para las llamas del crimen organizado y de los movimientos políticos radicales. ¿Por qué no dejar a los jóvenes trabajar?