En la campaña que terminó, algunos de los principales protagonistas apelaron de lleno a la excentricidad. El exalcalde de Quito, Jorge Yunda, apostó al humor— breve y banal— y supuso que los quiteños olvidarían sus indelicadezas. La alcaldesa de Guayaquil, Cynthia Viteri, insistió en su imagen de rebelde que desafía los cánones de estética, de discurso y de estilo de vida propios de la élite guayaquileña. Ambos cayeron derrotados.
También hubo radicales en juego. La figura de Leonidas Iza planeaba sobre el movimiento indígena y estaba claro ante los ojos de los electores cuáles eran los candidatos afines a su visión intransigente del país y la política. En Quito y Pichincha, hubo candidatos con ideas poco comunes en el espectro de la derecha; las papeletas para consejeros del Cpccs incluían activistas de reconocido extremismo. Ninguna de estas candidaturas prosperó y, además, el debilitamiento del ala violenta del movimiento indígena resulta notorio.
El elector ecuatoriano, una vez más, se muestra fiel a su tradición de rehuir a los extremos.
Con el paso del tiempo, la fuerza ganadora de la jornada —el correísmo— ha terminado convertida en el actor ‘tradicional’ de nuestra política. Su mensaje lleno de alusiones al pasado — “antes estábamos mejor”— y a la ‘experiencia’, paradójicamente empatan bien con una ciudadanía que valora y extraña, ante todo, esa ‘normalidad’ previa a la pandemia, al auge de violencia, el estancamiento económico y la incursión del ‘fanático político’.
El discurso correísta en las calles fue más moderado que nunca. Los absolutos y las ‘etiquetas’ que otrora se criticó a los que se proclamaban socialistas, fueron el eje de una campaña extrema que olvidó pararse en el ‘centro’.