¿Quién quiere ser Contralor?

Lejana quedó la memoria de haber contado alguna vez con un contralor general del Estado que, además de legítimo, despertara entre la población el respeto que el cargo demanda.

La década de preeminencia del ahora sentenciado y prófugo Carlos Pólit convirtió a la Contraloría en un apéndice desprestigiado e intrascendente del caudillo de turno. Al mismo tiempo, se volvió usual nombrarlo o ratificarlo con concursos retorcidos. Incluso antes de Pólit, la elección de contralor ya había estado entrampada por varios años en el Congreso, como botín condicionado, y, luego de él, la llegada del ahora encausado Pablo Celi —por medio de un proceso extravagante y pese a que había sido un funcionario cercano a Pólit— no mejoró la situación.

En nombre de la eficiencia ejecutiva, las reformas legales correístas permitieron a la Contraloría hostigar a funcionarios por su gestión pasada o convenientemente mirar hacia el otro lado ante hechos sospechosos. Además, tiene decenas de casos sensibles sobre el pasado reciente por esclarecer y una serie de dictámenes poco convincentes que revisar. En estos tiempos en los que la función pública se ha convertido en la mejor forma de lucrar y crecer el patrimonio personal, el puesto de Contralor es muy codiciado.

No sorprende, entonces, que el concurso para nombrar al próximo Contralor tenga 117 postulantes. Una elección transparente y verdaderamente meritocrática contribuiría a que tanto la Contraloría como el propio CPCCS recuperen algo de la legitimidad que sin mucha ayuda han perdido.