Pese a todo, el correísmo

Han pasado seis años desde que el expresidente Rafael Correa dejó el poder y tres desde que fue sentenciado por corrupción. Los líderes del movimiento tuvieron que elegir entre la cárcel, la huida y la metamorfosis, y el trabajo quedó en manos de una nueva generación. En todo ese lapso, la atomización y las sucesivas crisis que vivió el país le valieron al correísmo una permanente ofensiva mediática en su contra. Pese a ello o, quizás, gracias a ello, acaba de alzarse con una victoria electoral de insospechada magnitud. Además de conquistar espacios de poder en todo el país, privó a otras fuerzas políticas —como el PSC o Pachakutik— de sus principales plazas.

Los adversarios del correísmo tienen mucho que aprender. Es el único partido con cuadros formados a lo largo de más de una década. En medio de toda la convulsión, mantiene una disciplinada línea de mando. Su mensaje es claro y conciso, así como su espíritu combativo, su entusiasta nostalgia y su nacionalismo sentimental. Nunca reniega del país y es inclemente con sus adversarios. Mantiene un trabajo silencioso y persistente a nivel nacional, y da frutos que los estudios de opinión y los centros políticos no perciben a tiempo. Es absolutamente calculador y estratégico con sus aliados; ellos, ilusos pero útiles.

El correísmo tiene el objetivo declarado de volver a la Presidencia y convocar a una Asamblea Constituyente para revertir el proceso que arrancó en 2017 —legislación, referéndum, atraco a la justicia, diplomacia, etc., y que en vano prometieron desarmar los últimos dos presidentes.

Sus posibilidades de éxito están cantadas, y solo una articulación de la oposición política y social podría proteger lo que queda de lo que aún se llama democracia.