No hay certezas

Quien afirme, en este momento, saber hacia dónde va el país o cuál es el plan maestro en curso miente. La única certeza ahora —valga la paradoja— es la incertidumbre.

Si el presidente Guillermo Lasso opta por la muerte cruzada —algo de lo que no ha dado indicios potentes hasta el momento—, la inestabilidad se prolongará por varios capítulos más. Se suscitará una interminable polémica sobre la legalidad y constitucionalidad de la decisión, seguida de una pesadilla logística y administrativa para la Función Electoral que amenazaría con derivar en un incumplimiento de los plazos. Luego, le esperaría al país una multitud de candidatos medianos —la mayoría improvisados— que encumbraría a algunos advenedizos.

Si el juicio político sigue su curso, cualquier cosa puede suceder. La volubilidad de los asambleístas y el amplio margen de maniobra que tiene el Gobierno —si está dispuesto a abrir mano de recursos, espacios de poder y hacer concesiones— abren una incógnita sobre cuál sería el Ecuador resultante de esa negociación.

Por último, la partida de Lasso, sea por destitución o por su renuncia, abriría la puerta a la más abultada interrogante en todas: Alfredo Borrero, el más discreto e imperceptible vicepresidente que ha visto la democracia ecuatoriana contemporánea.

Mientras, los ecuatorianos nos vemos obligados a conjeturar y esperar en un momento en el que sobran los problemas dolorosamente reales, como la inseguridad y la falta de crecimiento económico. No es la primera vez que la clase política echa a andar una maquinaria que se le va de las manos.