Nadie podrá imponerse

Las principales fuerzas políticas del país, cegadas por la ira y la vanidad, se aferran a posturas intransigentes. Todas creen que están a la puerta de la victoria total—que sus oponentes están a punto de rendirse, que basta con resistir y golpear un poco más— cuando la verdad es que nadie se va a rendir; ya las brechas son demasiado grandes y las heridas demasiado profundas como para que alguien acepte claudicar. Nadie tiene tampoco ya, y muy difícilmente tendrá, fuerza suficiente para imponerse al resto. Estamos frente a un Ecuador dividido, ya no en dos sino en al menos cuatro visiones enfrentadas que, en lugar de buscar puntos de convergencia, parecen empecinadas en reñir indefinidamente, desgarrando más y más al país.

Aunque cada uno agote sus arsenales de maniobras políticas —tanto las constitucionales como las cuestionables—, movilice a su gente y convoque a sus aliados en el extranjero, no tendrá como ganar. El presidente Guillermo Lasso carece de un partido y de la experiencia necesaria; el movimiento indígena tiene un techo que le impide ser mayoría; el expresidente Rafael Correa parece no entender que ya no podrá volver a tener el poder total al que se malacostumbró; el socialcristianismo, por la extrema desigualdad intrínseca  y la identificación regional del modelo que representa, no puede aspirar ya a la fuerza nacional que tuvo hace 38 años.

Le corresponde ahora a la clase política decidir cuánto tiempo más quiere perder y cuánto más debe sufrir la población. No importa el pasado; cualquier solución que parta de “derrotar” o “liquidar” a alguna de las fuerzas, no es viable en este Ecuador.