Una década tuvieron para desarmar lo que quedaba de institucionalidad en Ecuador. Vendieron la idea de que terminarían con la corrupción, limpiarían la justicia —repartida entre los ‘otros’ partidos desde el retorno a la democracia—, y sembrarían prosperidad.
El avance fue ordenado y sistemático, dirigido por un libreto que se había aplicado en Venezuela, pero se elaboró en España.
La Constitución de Montecristi en 2008 construyó nuevas y “mejores” instituciones, como el consejo de ‘participación’ y el Poder electoral, cuya presidenta lleva 6 años en el puesto, intocable; y hoy son máquinas de mover favores.
Manosearon las reglas del juego para controlar el poder en todas sus formas y ubicar a sus amigos en sectores “estratégicos”, que además de serlo por seguridad nacional, representan millonarios negocios.
Lo dijimos entonces y lo repetimos ahora: nada se gana con destruir la institucionalidad, pues ‘la trampa que un día te dio la ventaja, mañana se la dará a otro’.
Pensaron que romper el sistema de ‘chequeos y balanzas’ que debía exigir que la ley se aplique por igual y para todos, era un concepto inútil e inconveniente. Olvidaron que en la vida la única certeza es que todo cambia, siempre y sin excepción. Hoy apelan al periodismo que antes atacaron, piden seguridad jurídica cuando fueron cómplices y hasta financistas de infames confiscaciones a privados; corrompieron la Contraloría, tarifaron la Justicia, compraron las Aduanas y aplaudieron la toma de la Administración, hoy entes que trabajan para ‘otros’ poderosos.
Manipular las reglas del juego o permitirlo, por obra u omisión, es sin duda una pésima inversión a largo plazo. Habrá quienes culpen al gobernante de turno, pero, ¿acaso él no juega con las reglas que le dejaron? Al parecer, tampoco tiene intención de cambiarlas.