Mucho se ha dicho sobre la legalidad y ética de los actos del poder Ejecutivo en sus 14 meses de Gobierno. En algunos casos, reculó, como en el escándalo de Olón; en otros, como en el caso de la vicepresidenta Verónica Abad, es evidente que no dará su brazo a torcer, cueste lo que cueste.
La discusión se repite en una sociedad bastante politizada, hastiada y luego aburrida por la inmoralidad, falta de ética y burda violación al más elemental orden constituido y legal, al que nos acostumbró la década de Rafael Correa, que a su vez aprendió y mejoró las prácticas del pasado.
Y así, Daniel Noboa llegó al poder de ‘chiripa’ pero escuchando a quienes, hartos igual, pedían mano dura para acabar con todo y con todos los que -con razón o no- contribuyen al estado actual de las cosas. Hoy se quejan.
El de la política ecuatoriana es un juego en el que suele ganar el más vivo, el que se lee el libreto de instrucciones y reglas con tanta avidez que logra interpretarlo con creatividad y pura fuerza, el que de tanto en tanto logra reescribir las reglas a su antojo, y luego grita porque otro jugador llegó a ganarle en su mismo juego.
En Ecuador ya no aplica el dicho de “hecha la ley, hecha la trampa”, porque reina el que hace la trampa a quien hizo la ley.
El fin justifica los medios, es la lógica del Gobierno. Siendo el fin, ojalá, dejar de lado la estructura criminal que se ha ido tomando el Estado y todos los poderes. La pregunta más difícil es, entonces, ¿hasta cuándo? Porque el poder embriaga y genera tal ceguera, que luego es casi imposible dejarlo.