La verdadera inclusión debe ser económica

Sería bueno que, en este día, todos los ecuatorianos se detuvieran por un instante y miraran a las mujeres a su alrededor con la misma empatía que despiertan las conmovedoras crónicas de tragedias femeninas que llegan desde Afganistán, Irán o Ucrania.

Nuestro país todavía es, desgraciadamente, fecundo en desventuradas historias de exclusión y sufrimiento por el simple hecho de ser mujer. Niñas con talento y ambición siguen viendo sus aspiraciones truncadas por familias que juzgan que solo ellos, y no ellas, son dignos de oportunidades. Inocentes jóvenes siguen condenadas a soportar, en desagarrador silencio, un infierno de abuso sexual en sus propios hogares, ante la indiferencia de instituciones que priorizan las apariencias. Miles de mujeres, bajo el yugo que surge de la dependencia económica, no tienen más opción que vivir bajo el imperio de golpizas y humillaciones que reina en sus hogares. Día a día, mujeres son víctimas de crímenes de toda índole que, en muchos casos, ni siquiera son denunciados. Millones de mujeres corren una suerte distinta, pero nos corresponde hablar por aquellas que aún son invisibles.

No hay mejor garantía de equidad que la verdadera inclusión económica. Toda la sociedad ganaría con un sistema que permita y fomente la independencia económica de la mujer. Unas pocas medidas estatales harían una inmensa diferencia: proveer servicios de cuidados para niños pequeños, adultos y personas vulnerables; más becas educativas, culturales y deportivas para mujeres; subsidio a productos de higiene y salud femenina; mayor asistencia psicológica y penal para víctimas mujeres. Son políticas de un costo ínfimo, en comparación con lo que se gasta en subsidios o burocracia estéril, pero todavía falta voluntad política y verdadera convicción.