La dolarización ayudó, pero falta

El video viral del aficionado ecuatoriano en Catar para el que viajar al Mundial resulta ‘económico’ resucitó la discusión sobre las virtudes de la dolarización.

No es el mero empleo del dólar lo que ha enriquecido a los ecuatorianos —sería tan absurdo como creer que un objeto se torna más pesado solo porque se lo mide en kilogramos en lugar de libras—, sino el haberle quitado a la clase política la capacidad de salir al paso de sus malas decisiones robando al pueblo mediante la devaluación.

La dolarización permitió que los ecuatorianos ahorren, planeen e inviertan a largo plazo con más confianza, lo que trajo prosperidad. Para que las cosas mejoren bastó con privar al Estado de una facultad que tanto daño le hizo a la gente, y que había usado una y otra vez. Afortunadamente, el dólar es una moneda sólida, respaldada por la confianza mundial que despierta el poderío norteamericano; además, Estados Unidos es nuestro primer socio comercial y principal destino de nuestra migración.

Sin embargo, nuestros regímenes comercial y laboral —pensados para el país premoderno, aislado y chovinista de hace un siglo— aún no se ajustan a la dolarización y los vaivenes que conlleva depender de una divisa extranjera; esto eleva costos, obstaculiza el crecimiento y privilegia a importadores, sector financiero y burócratas, a costa de todo el resto.

La dolarización no tiene vuelta atrás. La clase política del país tendrá que ceder tarde o temprano a la liberalización. Quitarle al Estado la capacidad de devaluar benefició a la mayoría; lo mismo sucederá cuando, legalmente, se lo obligue a dejar de entorpecer el comercio, la producción y la contratación.