Cuando se trata de candidatos y de elecciones, Ecuador es impredecible. Las dos últimas elecciones presidenciales estuvieron llenas de sorpresas y dejaron escenarios que invalidaban todo pronóstico. Desde entonces, las condiciones que derivaron en tanto estupor se han hecho aún más presentes. Por ello, llama la atención la excesiva certeza con la que se habla de la potencial reelección del presidente Daniel Noboa e, incluso, de su participación misma.
Aunque el calendario electoral obliga a definir candidatos dentro de pocas semanas, aún queda tiempo para la elección. La atomización de tendencias, la proliferación de candidatos, la persistencia de la indecisión y la característica oscilación ideológica del país abren la puerta a lo impredecible. Además, en un entorno tan tradicionalmente caótico y predispuesto a eventos extremos, inesperados, los próximos siete podrían traer sorpresas.
En este periodo corto y atípico, las prioridades políticas evidentemente se dividen entre la campaña que arrancó en noviembre de 2023, precisamente cuando las autoridades recién electas se posesionaban en sus cargos y la gestión necesaria que el país requiere.
En cualquier otra circunstancia, la lógica obedecería a la necesidad y deseo de un gobernante por reelegirse y asegurar un segundo período que le permita consolidar algún tipo de proyecto político. Sin embargo, es evidente también que la fórmula de la muerte cruzada, invención de la constituyente de Montecristi, jamás contempló el vasto daño a la estabilidad económica y política que esto causaría.
Hoy Ecuador enfrenta una compleja paralización económica, producto no solamente de la crisis de seguridad y la subsiguiente reducción en el consumo, sino también de la incertidumbre que genera un periodo electoral que arrancó -en la práctica- hace al menos tres meses y que se extenderá hasta febrero o, quizá, hasta abril de 2025, en caso de darse una segunda vuelta electoral. El escenario es todo menos cierto y las consecuencias, hoy, todo menos alentadoras.