Un virus que nos invade durante más de un año, vino desde China y no se quiere ir del Ecuador, sigue llevándose a jóvenes y ancianos, a hombres y mujeres, aquel virus letal, desconocido, impredecible y atípico que ha desafiado a la ciencia y a los médicos del mundo entero.
Únicamente quienes han perdido un familiar o un amigo cercano logran cuantificar la gravedad de esta pandemia que ha dejado pobreza, tristeza y lágrimas. No puedes dejar que la experiencia desagradable toque tu vida.
Es que el dolor e impotencia que genera ver el deterioro de un familiar no puede cuantificarse, solamente cuando ello sucede logramos comprender la magnitud de las advertencias, la gravedad de los índices y el caos hospitalario.
Casas de salud con capacidad llena y los altos costos de medicamentos son varios factores que limitan a muchas personas, conocemos que la estancia en las casas de salud dura semanas e incluso meses dependiendo de la gravedad, quienes dependen del sistema público están más condicionados.
No hemos ganado la batalla, no hemos logrado descubrir la fórmula exacta, únicamente conocemos que el aislamiento y las medidas de bioseguridad permitirán que más personas se sigan contagiando.
En un inicio se habló de proteger a los adultos mayores, pero hoy sabemos que este virus es agresivo incluso con personal joven, cada día nos sorprende y nos reta, lo único que queda es protegernos, no automedicarse y acudir a profesionales ante el primer síntoma.
Solamente quien ha pasado por la desesperación de no encontrar una cama en un hospital, o la pérdida de un ser querido sabe de la agresividad, no espere que el virus entre en su casa.
Desde que empezó la pandemia he visto enfermar a mucha gente conocida pero solamente cuando es tu papá entiendes lo lastimero, lo cruel y lo feroz de la pandemia, no esperes que entre a tu hogar para que las lágrimas y el dolor sean quienes te enseñen a tomar en serio las medidas de bioseguridad.