El reciente debate presidencial en los Estados Unidos recordó al mundo cuán delicado luce, al momento, el panorama electoral en la primera potencial mundial. Los anhelos de una completa vuelta a la cordura en la política estadounidense pierden fuerza, en tanto el expresidente Donald Trump sigue exhibiendo el mismo talante de ocho años atrás, cuando irrumpió en escena. El candidato republicano encarna, como nadie, varios de aquellos elementos que tienen a las democracias liberales del mundo contra las cuerdas: nulo compromiso con la verdad, visión de las instituciones como algo relativo y prescindible, culto a la agresividad y al enfrentamiento, carácter avasallador que privilegia el bullicioso protagonismo antes que la solvencia y racionalidad de las propuestas.
El presidente Joe Biden, a su vez, enfrenta cada vez más problemas al momento de disipar las persistentes dudas alrededor de su vigor y plenitud. Tras el debate, estas cobraron fuerza. Más allá de su experiencia y entereza, despierta incertidumbre entre quienes juzgan que los colosales desafíos que le aguardan al próximo presidente de Estados Unidos requieren una gigantesca reserva de energía y agudeza. A él y a su partido les corresponderá tomar la decisión más sabia.
En un planeta convulsionado —guerras con potencial de escalar, potencias autoritarias regionales en ascenso, revoluciones tecnológicas en curso—, el mundo democrático aguarda en vilo ante esas elecciones. En la región, la lucha contra la penetración autoritaria y el crimen organizado —que buscan crear narcoestados títeres de los que expoliar recursos— necesita también de un Estados Unidos vibrante. Hay mucho en juego.