Tras el fallido intento de derrocamiento del presidente Guillermo Lasso, la clase política insiste en prolongar el paro por los mismos errores de cálculo que tanto le han costado a la población. Tozudamente, apuestan a lo remotamente posible en lugar de confiar en lo que es francamente probable.
¿Qué tan probable es que el primer mandatario o cualquier otro líder se torne arrolladoramente popular y logre imponer su agenda? Poco. ¿Qué tan probable es que haya un repentino cambio en las tradicionales tendencias políticas del electorado o en la aceptación de la Asamblea? Casi nulas. ¿Es realista apostar a que la situación derivada de la invasión rusa de Ucrania o la disrupción del comercio mundial producto de la pandemia mejorará y la inflación terminará? No. ¿Se puede, a estas alturas, creer en un aumento significativo de la producción petrolera del país y en que el próximo año la recaudación tributaria será igualmente alta? Tampoco.
¿Por qué insisten en actuar como si todo eso fuera probable cuando no lo es? Nuestra clase política está ebria de vanidad y soberbia, aunque pronto vendrá el ‘chuchaqui’. Entonces, los seguidores de Leonidas Iza entenderán que se les prometió dinero que nunca existió y el Gobierno, que los reclamos de la población no venían de sofisticadas deducciones ideológicas, sino de urgentes necesidades: comida, medicinas, no morir asesinado, no ser asaltado ni expoliado, educar a los hijos en una escuela digna o un camino a casa que no se desvanezca con los aguaceros.
Pensábamos que podíamos torear la pospandemia, pero luego del paro, todos esos sueños serán aún más inalcanzables.