Crímenes sin verdad ni castigo

Hace un año fue asesinado el alcalde de Manta, Agustín Intriago. El crimen constituyó un anuncio de los tiempos aciagos que se cernían sobre el país, con magnicidios, masacres y estallidos de un calibre antes impensable. Algunos coautores materiales del crimen fueron procesados y sentenciados, pero el autor de los disparos sigue prófugo. No se ha podido tampoco determinar a ciencia cierta quién fue el mentalizador del hecho ni cómo se llevó a cabo la coordinación con los asesinos.

Algunos meses después del crimen, salió a la luz el caso Metástasis. Conversaciones electrónicas y declaraciones de algunos acusados revelaron presuntos nexos entre Intriago y el crimen organizado. Sin embargo, el asesinato dista aún mucho de estar plenamente esclarecido. Preocupa, justamente, que muchas veces el hallazgo de una supuesta mácula en el historial de una víctima se emplee como pretexto para apurar conclusiones y dejar de buscar la verdad de los hechos. Esa es una de las principales causas de la impunidad reinante con respecto al 95% de los asesinatos en Ecuador, pese a que la gran mayoría de las víctimas no registran antecedentes penales.

Ni el caso de Intriago, ni ningún otro, puede cerrarse en base a supuestos o rumores. La justicia solo termina su trabajo una vez que todos los responsables han sido debidamente sancionados y que la sociedad ha conseguido conocer la verdad. El país necesita policías, fiscales y jueces plenamente comprometidos con el completo esclarecimiento de los crímenes; intolerable es querer barrer la ola de violencia bajo la alfombra.