La violencia simbólica es un mecanismo de control social y de reproducción de las desigualdades sociales dado que se disemina masivamente en la sociedad, y alcanza un arraigo en valores místicos y familiares. Así, tanto hombres como mujeres, por igual, llegan a interiorizar las relaciones de poder entre ellos y ellas y a asumirlas como legítimas e incuestionables.
En las escuelas, medios de comunicación, el transporte público y en cualquier escenario de las relaciones humanas y de producción cultural, hoy en día las personas están creando y recreando mensajes, iconos, modelos a seguir y patrones estereotipados que reproducen la discriminación y la desigualdad social, y de esta forma propician de manera contundente la “violencia simbólica”, concepto que en la década de los 70, fue propuesto por el sociólogo Francés Pierre Bourdieu para describir en las ciencias sociales, aquellas formas de violencia que no se ejercen físicamente ni de modo directo; sino mediante la configuración de sujetos dominantes que imponen a sujetos dominados estructuras mentales, valores, principios y hasta modos de ver y entender la vida.
Y en ese sentido, se debe entonces reconocer que las agencias de publicidad no están dispuestas a invertir en una transformación de la violencia simbólica, sino que vende con el lenguaje que la gente está usando. Si la gente es sexista la publicidad es sexista o si la gente es violenta, la publicidad es violenta. De esta manera, se garantiza que las audiencias se sientan plenamente identificadas, reproduciendo lo “aprendido” y, por lo tanto, aumentando su consumo y generando mayores ingresos, que es en última instancia, el interés principal del sistema capitalista.
Es necesario y urgente establecer para la población una Política de Estado desde los sistemas educativos y los servicios de salud en la concienciación del problema y en la generación de una sociedad propia e igualitaria, haciendo énfasis a los sectores económicos y políticos en relación con la forma en que transmiten sus valores.