Es lo menos que podemos manifestar frente a las actuaciones de los Vocales del Consejo Nacional Electoral que han dejado en el filo de la cornisa, tanto a las garantías constitucionales del Estado (en temas electorales) como a la democracia. Y no puede ser de otra manera, cuando han puesto en riesgo la seguridad ciudadana, el respeto del voto, la tranquilidad del país en momentos de salud y economía; en definitiva, un malestar emocional que rasga la amargura e impotencia.
Esta vergüenza ajena que, considero, debemos sentir la mayor parte de los ecuatorianos, conceptualmente es una emoción dualista, ambigua y hasta paradójica que nace dentro del contexto social por la incomodidad y molestia frente a las actuaciones de una tercera persona que, en este caso, son las actuaciones de los miembros del CNE. Pero este sentimiento de culpabilidad ajeno también tiene su origen en el pasado 12 de febrero, cuando los dos máximos líderes de la política ecuatoriana decidieron reunirse cara a cara en las instalaciones del Consejo Nacional Electoral como órgano mediador, con todos los medios de comunicación presentes y a la vista de todos los ecuatorianos para consensuar un acuerdo salomónico que nos lleve a mejores derroteros, pero ¡oh!, sorpresa, aquello fue una farsa enorme cuando a los dos días la palabra empeñada y, como se dice en el argot popular: “la palabra de gallero” no tuvo un mínimo de seriedad y respeto haciendo que la vergüenza ajena florezca en nuestros corazones. Cómo es posible que personas con altos cargos gubernamentales y quien funge como candidato a la Presidencia de la República no mantenga el acuerdo pactado, más cuando, todos vimos como transcurrió el evento y la aceptación en aras de la cordialidad, pero se convirtió en una pésima obra de teatro sintiendo vergüenza ajena ante la conducta de aquellos actores.