Pocas veces hago esta columna a pedido. Parte de la experiencia de ser ambateño es cruzarse con otros en la calle y si uno no es arisco o malviviente, saludarse, quedarse y conversar. Son tantos los que en este período se han acercado para quejarse amargamente de sus problemas de movilidad, la polvareda y esta carrera de obstáculos en la que se ha convertido nuestra ciudad que me veo en la obligación de sumarme al eco.
Es natural que el municipio haga obras y eso cause molestia, pero no que nos chanten incomodidades sin avisar cuándo acabarán o con tan buen tino que esa operación minera coincida con el inicio de las clases. Uno no quiere ser mal pensado, pero da la impresión de que la planificación no ha sido el fuerte de los señores que hacen la nueva historia. Dicen que apenas y se ha ejecutado el 17% del presupuesto asignado y que por ello el apuro en abrir y cerrar las calles, incluso la de una zona que no parecía requerir intervención urgente como Ficoa en lugar de otras más deprimidas y olvidadas, aquellas de las cuales la alcaldesa siempre se ha declarado portavoz oficial. Cosa siempre dudosa en cualquier contexto y desde cualquier fuente.
Todo esto, mientras nos anuncian que Ambato quedó segunda, pero desde la retaguardia entre las ciudades con bajas ventas. Retroceso palpable, en cifras y contrastable. Esta lamentable noticia no me causa sorpresa, porque Caiza desde el primer momento en el debate se mostró tibia y cómplice con el comercio informal. Poco se podía esperar y poco hemos cosechado de una administración que parece tener confusión en sus prioridades, planteamientos distraídos y un sectarismo estéril en sus ejecuciones políticas. Como ante las críticas su actitud suele ser apagar micrófonos o responder evasivas, parece que sólo nos queda ver y padecer.