Una medalla…

Andrés Pachano

Si, una medalla puede inflamar a un país. Encender la euforia, avivar la ira, atizar vergüenzas.

Todo eso, la suma de ese cúmulo de sentimientos vivimos el sábado pasado,  desde su madrugada. Se encendió la euforia cuando supimos que el ciclista Richard Carapaz, luego de un derroche de técnica y estrategia, pero sobre todo de inmensa valentía, arribaba en primer lugar en la competencia de fondo del ciclismo de ruta en las Olimpiadas que se desarrollan en Tokio, para colgarse en su cuello la medalla dorada de los triunfadores. Se encendió entonces nuestro orgullo, cuando vimos izarse entre el viento la bandera nacional al compás del himno patrio y enternecidos mirar los acuosos ojos del deportista que no separaban su mirada de los colores patrios. Emoción irrepetible.

Minutos más tarde se avivaba una ira contenida desde siempre. Queríamos escuchar al triunfador de esta competencia, oír sus palabras y emocionarnos con ellas. Carapaz, sereno reclamó que el triunfo es solo de él, que el país no había creído en él; ese reclamo no se anudó en su garganta. Entonces recordamos las ausencias de apoyo al deporte; las exclusiones, las cicaterías de las dirigencias, las trapacerías y…. se avivó la ira contenida por las injusticias.

Y ese reclamo, con voz y dejo de protesta, lo hizo ante la prensa extranjera, ávida como nosotros de conocer de primera voz las emociones de su triunfo. Entonces la vergüenza enrojeció nuestro sentimiento. Varias veces se insistió en lo mismo y varias veces sentimos su escozor.

Si, el triunfo es de él, de Richard Carapaz, de su esfuerzo, de su tenacidad; solo de él. Quizá los gobiernos no habrán creído en él, con seguridad una determinada cúpula deportiva tampoco habrán aceptado su capacidad y fortaleza. Pero el país como tal, en su integridad, si ha confiado en él, por ello la inmensa emoción al verlo ingresar triunfador a la meta, luciendo el uniforme de la delegación nacional y en la pantaloneta el nombre de la patria.

Porque el país creyó en él, es que la euforia represada por su gente se enjugó en lágrimas cuando escuchamos, lejos de patrioterismos, el Himno Nacional y ver nuestra bandera en la cúspide del asta de Tokio.