Sin seguridad no hay país

Juan Francisco Mora

Es generalizada entre los ecuatorianos la sensación de incertidumbre y temor por la inseguridad que vive el país. Las expresiones de violencia, cada vez más numerosas y de mayor impacto, encienden en la población las alertas de que la situación está fuera de control.

El violento asesinato del fiscal de la Unidad de Personas y Garantías de Guayaquil, Édgar Escobar, es un hecho impresionante para el país: fue baleado frente al edificio de la Fiscalía. Hecho al que se suman ataques a otros fiscales y jueces, como el ocurrido en Sucumbíos.

¿Cuánto terreno más van a ganar la delincuencia y las mafias frente a las autoridades encargadas de la seguridad y la justicia? Estos actos violentos llevan implícitos peligrosos mensajes que se pueden leer ‘entre líneas’.

La seguridad es una garantía mínima que debe ofrecer el estado a su población, una condición básica para el desarrollo armónico de una comunidad y un requisito para el ejercicio pleno de nuestros derechos.

Cuando un Estado no logra detener los tentáculos y ni el avance del hampa, entonces toda la población corre un alto riesgo. Un estado Existe en la medida en que su Gobierno toma el control y ejerce su poder ante las mafias del delito.

Si las autoridades e instituciones que administran el Estado no logran retomar el control de la seguridad en el país, entonces será cualquier fuerza (o fuerzas) las que vayan asumiendo ese control y ejerzan (negativamente) el poder que conlleva.

Precisamente ahí la radica la importancia de una inteligente y oportuna toma de decisiones de las autoridades, la importancia de estrategias técnicas y efectivas que den resultado, así como de acciones operativas infalibles que vayan recuperando el terreno perdido.

La línea que divide a un Estado consolidado de un estado fallido es muy delgada, especialmente cuando el avance delincuencial ha sido progresivo y ya se siente una especie de ‘metástasis’ estatal.