Entendiendo la cultura como la más amplia compilación de las expresiones humanas de un pueblo, la Casa de la Cultura Ecuatoriana ha sabido custodiarlas y darles significación desde 1944.
¿Qué hubiera dicho Benjamín Carrión Mora ante la irrupción de la Policía Nacional y la Fiscalía en la sede nacional de la Casa de la Cultura? Su fundador proyectó un espacio independiente de la estructura estatal, libre de injerencia política y autónomo; justamente para que ningún gobierno de turno ‘meta la mano’ en la libertad de pensamiento y expresión cultural.
Seguramente hubiera rechazado frontalmente cualquier uso indebido del edificio con fines ilegales (como permitir el almacenamiento de material bélico, por ejemplo); pero probablemente también se hubiera indignado por el concepto, la forma y los argumentos bajo los cuales se allanó la sede.
Quizá Benjamín Carrión Mora se habría sumado al grito del escudo humano de artistas y sus familias que llegaron a intentar impedir la toma policial: “¡Esto no es cuartel!”.
Invadieron el lugar con un despliegue de fuerza digno de una película de Hollywood, a pesar de que muy bien saben que la delincuencia organizada que azota a los ecuatorianos y sus arsenales no están allí. Las únicas armas que pudieron encontrar fueron libros, pinceles, instrumentos musicales, vestuario teatral o alguna vieja cámara de cine de Ulises Estrella.
A lo largo de la historia de la humanidad, uno de los comportamientos característicos de las dictaduras y el fascismo ha sido apoderarse por la fuerza o bajo algún argumento político/legal de los espacios físicos que concentran a los librepensadores y/o a las instituciones que los acogen (como centros culturales y universidades).
Creen que al tomar control físico del lugar también pueden someter a las ideas, a la creatividad y a la rebeldía. Campus de estudio y generación de pensamiento libre como universidades o centros culturales deben ser honrados y respetados; allí se piensa, allí se crea, allí se eleva el espíritu humano.