Se ruega un milagro

Nicolás Merizalde
Nicolás Merizalde

Se ha dicho hasta la saciedad que Mariana de Jesús, profetizó el fin del país no por culpa de los terremotos y los desastres naturales que tanto nos aquejan, sino gracias al quehacer (o no hacer) de sus gobernantes. La pobre santa nunca pudo haber dicho semejante cosa, porque en su tiempo, el Ecuador todavía no existía y dudo que la política haya estado entre sus aflicciones. Mariana de Jesús murió en una ciudad conventual, donde el orden religioso tenía una preminencia incuestionable en la vida social e íntima de la gente. En la franciscana Quito de la virginal Mariana, el debate público estaba restringido, había conspiraciones de pasillo, la identidad nacional estaba desdibujada y las mujeres relegadas o usadas a capricho de los señores. Uno se pregunta si en realidad hemos cambiado algo. Por lo menos en la época de nuestra azucena, había cierta noción de orden.

Pese a la República, el laicismo, la alfabetización y la democracia, esta semana hemos vuelto a mezclar nuestras mezquinas riñas políticas con lo sagrado. Ni siquiera empieza la campaña y ya hemos visto compromisos firmados en petit comité sobre asuntos que incumben a todos. O más risible: ver a la candidata del “progresismo” nacional arrodillada y compungida mientras una pastora protestante le nombra ganadora por la gracia de Dios. También con firma de compromiso incluida para bajarse los derechos de las minorías, la eutanasia y cómo no, la educación sexual. Muy de izquierdas, feminista y coherente. Y se supone que esta señora viene a salvarnos del absolutismo. No sean ingenuos.

Aquí sale perdiendo la libertad de pensamiento. A esos objetores de conciencia que hoy se sienten asqueados por los aires de señorito del presidente, les va a salir el tiro por la culata si piensan que la otra opción les representa. Yo, mejor me voy a pedirle a Santa Marianita un milagro.