La necesidad de una gobernabilidad global está ahí, esperando la conjunción de todos, tanto afectivamente como efectivamente, para ser capaces de entendernos y atendernos mutuamente; lo que requiere crear los consensos oportunos y tomar las decisiones políticas precisas, sobre todo en cuanto a las necesidades reales de la gente en materia de salud y educación. Será bueno, por consiguiente, salir de uno mismo. Tenemos que vencer el encerramiento individualista, hacer familia para sentirnos vinculados; y, así, poder vivir para los demás. Hoy más que nunca requerimos de una sensibilidad renovada, que ha de traducirse en ternura y en espíritu generoso.
Nuestra gran asignatura pendiente es retomar la ilusión, no suicidarse en camino, atmósfera que no respeta edades, siendo la segunda causa de defunción entre los jóvenes de 15 a 29 años. En efecto, tenemos que aprender a observarnos, a percibir que donde una puerta se cierra, otra se abre. Es cuestión de no desfallecer jamás. Evidentemente, el momento no ayuda.
La sociedad mundial oscurece los verdaderos valores y parece tener en tan poca estima la existencia, que a diario multitud de ciudadanos lo intentan o se quitan la vida. Indudablemente, esto es un grave problema de salud pública que se debe abordar de inmediato a nivel global, ahondando en los grupos de riesgo, previniéndolo desde todos los sectores sociales, sin estigmatización y tabús.
La humanidad realmente se encuentra perdida, desorientada y adormecida. Hemos de despertar, nunca será tarde para buscar un orbe más armónico, si en el afán ponemos coraje y convicción. Es cierto que el vacío dejado por las corrientes últimas nos ha enfermado mentalmente, hasta el extremo que lo ocupa una razón desencantada, que no se atreve a mirar a la verdad de frente, que se contenta con soluciones parciales a problemas que son comunes.