Reapertura

Ángel Polibio Chaves

Cuando lea estas líneas, posiblemente estará de regreso del colegio o la escuela de sus hijos a los que quiso acompañar especialmente este día; o tal vez estará tomando café en casa, escuchando a su niño saludar con su maestra y sus compañeros a través de la pantalla del equipo que le permite asistir nuevamente a clases.

En ambos casos, subsistirá la duda sobre el acierto de su decisión: ¿no será un riesgo exponer al niño al contagio en la escuela? o ¿habrá sido una buena decisión mantener al niño aislado un período escolar más? De todos modos, la decisión había sido tomada responsablemente. Con seguridad lo conversaron con su pareja y ponderaron sus pros y sus contras, pero lo hicieron fundamentalmente como un ejercicio esperanzado de volver poco a poco a lo que se ha dado en llamar la nueva normalidad.

He recurrido a la palabra esperanzado, porque en lo que no hay lugar a duda es a la esperanza: esperanza porque finalmente en el horizonte parece ser que se vislumbra el fin de esta pesadilla que hemos vivido en esto largos 18 meses de pandemia, porque a pesar de las ausencias que nos duelen, parece ser que en algo la situación va cambiando, que quizás prontamente volveremos a tener trabajo, volveremos a tener algún ingreso que nos permita afrontar las deudas y solventar los gastos que hemos debido recortar hasta donde nos fue posible, que hemos podido entender lo que antes de ese marzo inolvidable no nos preocupó, que pudimos comprender la diferencia entre lo superfluo y lo significativo, que no es tan importante el yo, sino el nosotros y que después de todo lo vivido, somos todavía capaces de abrigar una esperanza.

Hoy somos actores de una reapertura; sin embargo después de tanto dolor nos preguntamos: ¿somos distintos hoy?, ¿aprendimos la lección?…