¿Qué pasó con la sociedad civil?

Gabriel Adrián Quiñónez Díaz
Gabriel Adrián Quiñónez Díaz

¿Ha notado usted señor lector, que, de un tiempo a esta parte, aquello de la “sociedad civil”, que fue comodín de todo foro, razón del debate y nota dominante en tantos libros y entrevistas, está ausente del vocabulario de académicos y de gente que presume de culta, como del habla hombre común, que apelaba también a ese argumento?

Parece ser que la sociedad civil se ha transformado en esa gran ausente. Y lo curioso es que muchos de los que proporcionaron la opinión y la discusión a partir de su romántico concepto, ahora ni la recuerdan. ¿Qué paso?

Pasó lo que era probable: que a esa sociedad civil se le atendió como argumento político para construir un Estado grande. Y nunca se le miro, honestamente, desde la perspectiva del “otro yo de la política”, del espacio del individuo para evolucionar, de la familia para vivir y de la cultura para crear. No se la vio como la generadora legítima de costumbre; de opinión, de valores. Me temo que nunca se asoció con suficiente fuerza su completo con lo fundamental: las libertades.

El problema va más allá de la curiosidad intelectual en torno al destino del concepto de la “sociedad civil”. El tema alude a una realidad innegable: hay países con estructuras débiles e instituciones precarias con muy poco de memoria historia, en los que la política invade todo, copa espacios desde el recurrente asunto de las elecciones y de la acción de los gobiernos. Y en esto la propaganda es un agente poderoso que construye un nuevo imaginario, una distinta visión, ya no desde los ciudadanos, ya no desde la escuela, o la universidad, sino desde la perspectiva gubernamental. Lo grave es que lo hace en forma excluyente con visos de verdad absoluta, de tesis indiscutible. Y la sociedad civil se transforma en lo que ahora es: un pasivo receptor.

El tema es significativo-al menos para mí- porque la cultura de costumbres, tradiciones, procesos sociales y modos de vivir; religión, moral y diversión, son tareas que, con notables excepciones-los socialismos de todos los colores-, han nacido, prosperado, decaído y renacido, desde la familia, la escuela, la universidad, de la cátedra, el libro o la película. Son patrimonio de los individuos, espacio de las personas. De allí la virtud de la creatividad y el secreto de la diversidad porque los actores, los creadores, hasta los destructores, son muchos y son libres.

El tema es importante, porque cuando hay “sociedad civil” las libertades transcienden del concepto de concesiones del Estado, y se las entiende entonces como potestades personales, atributos íntimos, sin los cuales las sociedades se vuelven uniformes y domésticas, y los ciudadanos buenos y satisfechos consumistas.

Entonces, ¿será necesario volver a aquello de la “sociedad civil”?