¿Qué futuro queremos?

Nicolás Merizalde
Nicolás Merizalde

Se habla mucho de bullying, una palabra demasiado anglosajona e insensible para reflejar el acoso, la invasión, el hartazgo; la maldad como desahogo y el dolor como resultado. Se habla menos o casi nada del acoso docente, que afecta a nuestro sistema educativo desde su vórtice y no es atendido debidamente. Al menos yo, no he tenido noticia de una iniciativa que exponga y combata esta realidad escalofriante.

El gran Antonio Escohotado afirmó en una de sus más famosas entrevistas que un país rico es un país bien educado. Y cuando digo información no hablo simplemente de la estéril acumulación de información sino sobre todo de la cimiente de la cultura, es decir, el cultivo ininterrumpido del individuo que lleva a la paz.

Por ello, el trabajo de los maestros es tan valioso, quizás el más dentro de la vida social. Enseñar exige disciplina, pero también una vocación profunda que solo puede nacer del amor y una infatigable esperanza. He tenido la suerte de encontrar muchos profesores de vocación y también la desgracia de lo contrario.

Sin embargo, ni la vocación más férrea puede resistir el vilipendio y la humillación. Precisamente estos días tuve que conocer un triste caso en un colegio tradicional de nuestra ciudad, un alumno llegó a hackear las cuentas de la institución y de docentes para exponer sus vidas privadas, denigrarlos y abatirlos. La inacción provocó la renuncia de los afectados, que es más que una renuncia a su sustento (de por sí grave) es una renuncia a su vocación y su acción en nuestro futuro, recordemos lo que decía Escohotado.

Al parecer las herramientas de protección desde colegios (donde más se dan estos casos) y la institucionalidad pública son escasas, creando un agujero que nos llevará a una sociedad no solo más torpe, también más pobre, triste y violenta.

¿Qué futuro queremos?