Victoria Ramón
El linchamiento en Cayambe no es solo un acto de violencia brutal, sino una manifestación de un profundo malestar social y una crisis en la confianza en nuestras instituciones. ¿A dónde llegamos si cada persona decide quién y cómo merece ser castigado?, el camino no es convertirse en juez y verdugo
Como decía Martin Luther King.: “La injusticia en cualquier lugar es una amenaza para la justicia en todas partes.” Esta frase resuena con especial fuerza cuando la justicia se percibe como inaccesible, el descontento de las personas puede llevarlas a tomar medidas extremas. No podemos ignorar que estos actos violentos son un síntoma de problemas más profundos: la impunidad, la corrupción y la ineficacia en el sistema judicial.
La construcción de una comunidad segura y justa requiere de un compromiso colectivo hacia la reforma y la restauración de la confianza en nuestras instituciones. Solo entonces podremos verdaderamente superar la desesperación que impulsa actos como el linchamiento y avanzar donde la justicia sea un derecho garantizado para todos, no una esperanza lejana.
La verdadera fuerza de una sociedad radica en su capacidad para enfrentar los problemas y buscar soluciones duraderas. Es momento de reflexionar sobre cómo podemos contribuir a un sistema más justo y eficaz, porque la justicia no debe ser solo un ideal, sino una realidad tangible para cada uno de nosotros.
Al final, la justicia por manos propias no es justicia, es descontrol. La verdadera solución está en mejorar y exigir un sistema judicial transparente y eficiente. Cualquier otro camino es simplemente una peligrosa ilusión que, lejos de traer seguridad, nos sumerge en un abismo sin retorno.