Un mero crecimiento económico no basta, el avance ha de ser plenamente humano, lo que requiere de un bienestar integral de la persona, en todos los ámbitos existenciales y de modo equilibrado, promoviendo así los esfuerzos conjuntos y cooperantes. Este objetivo debe conducirnos a una mayor concienciación entre sí, poniéndonos al servicio de la ciudad terrenal y del bien común. Fuera exclusiones, por consiguiente. En efecto, más allá de todas las diferencias, se solicita la acción desinteresada, siendo la salud básica para la ampliación de la protección social y para progresar hacia un desarrollo más solidario e inclusivo, a fin de crear empleos sostenibles y de activar la igualdad de oportunidades en el tumultuoso curso viviente. Indudablemente, la convergencia de esfuerzos y la consideración de puntos de vista variados, seguro que nos regenera ese aliento humano que todos demandamos.
En consecuencia, tenemos que movilizar todos los recursos humanos, contribuyendo con la puja del propio ser, para no dejar a nadie atrás. A propósito, se me ocurre pensar en el sector alimentario y en el agrícola, porción vital para la eliminación del hambre y la pobreza o en la educación de calidad para optimizar nuestra vida, mediante el uso de una energía asequible y no contaminante, con la labor de un trabajo decente que reduzca las desigualdades, sabiendo que el florecimiento armónico es el nuevo nombre de la concordia. Por la armonía, los pueblos pequeños se hacen grandes, mientras que por la discordia todo se destruye, hasta los más poderosos dominios. Seguramente, tengamos que cultivar más el afecto a diario, sobre todo a través del respeto y dentro de un espíritu de consideración hacia toda vida digna, que ha de ser reconocida como humana. Es, justamente, este vínculo de hermanamiento lo que nos hace entrar en un diálogo permanente, de compromiso real y responsable.