Políticos insultadores

Carlos Arellano

El insulto es una de las herramientas de comunicación con mayor aceptación en el ámbito político. Por décadas ha sido empleada como mecanismo para deslegitimar a los adversarios ideológicos. Por ejemplo, Jaime Nebot en 1990 expresó una de las frases más recordadas de la política nacional: “Ven acá para mearte, insecto ‘hijuepucta’”. O la riña entre los exdiputados Leonardo Escobar y Marcelo Dotti que terminó con la perpetuada frase: “Soy maricón porque me acosté con tu mujer que tiene cara de hombre”.

Durante la época de la “Revolución Ciudadana”, el insulto fue uno de los instrumentos que empleó el expresidente Rafael Correa para intentar censurar a los medios de comunicación o a los periodistas independientes que denunciaron la corrupción de los 10 años del “correato”. “Bocones”, “cadáveres políticos”, “sicarios de tinta”, “prensa corrupta”, “buitres”, “criminales”, etc., son parte del amplio repertorio de ofensas que expresó el exmandatario.

El empleo de un discurso violento representado por elementos notablemente homofóbicos, clasistas, vulgares, discriminatorios, etc., permitió a los políticos sintonizar con las masas populares. En el caso de Nebot y Correa, los altos índices de credibilidad y popularidad que alcanzaron en el ejercicio de sus funciones en la administración pública, puede entenderse como la afinidad que el ecuatoriano siente por el político corriente y patán. Porque en su idiosincrasia el ecuatoriano considera que insultar otorga legitimidad, poder; e incluso para algunos representa autoridad o “mano dura”.

Cuando un político que lidera un gobierno local o nacional se niega a emplear el insulto como un mecanismo para expresar los desacuerdos con sus detractores, el común de los ciudadanos lo considera débil, sin liderazgo e incluso incapacitado para gobernar.

Por otro lado, vivir entre políticos violentos sembró odio y desprecio entre los fervientes defensores de varios de los líderes más representativos de los últimos años. Entonces, los ciudadanos generalmente elegirán al político agresivo, negando el voto al político respetuoso que guarde coherencia entre sus palabras y acciones. ¿Por qué? Porque los políticos son el reflejo de sus electores.