No, no es ese el país

Gabriel Adrián Quiñónez Díaz
Gabriel Adrián Quiñónez Díaz

El país que queremos, no es el de los arreglos por debajo de la mesa, las verdades a medias, ni el discurso que promete todo y nada sustancial cumple. No.

No aspiramos un escenario en que los títeres bailen al ritmo de los aplausos; no aspiramos el de las sonrisas de momento y falsas, o el de la salvación a la vuelta de la esquina. Ni el de los supuestos liderazgos desgastados, ni el de la ilusión defraudada, y la ingenuidad contradicha.

Tampoco es el país de las revueltas, los paros, los repartos y la violencia. No es el de las ciudades sitiadas ni el de las ofensas y la impunidad. No es el de los miedos, las amenazas, la incertidumbre, ni el de la legislación bajo presión de iluminados que carecen de capacidad o la honradez de mirar al vecindario.

El país que no aspiramos es de los pactos opacos, ese que vivimos estos días, con dudas y creciente escepticismo. El que no aspiramos es aquel en el cual la gente trabajadora no se reconoce, el que quedó frente al espejo de la verdad entre expectativas y sorpresas. Ese es el país político-no es democrático-; es el de la dominación electorera.

El país que no aceptaremos es el del deterioro institucional, el de la Asamblea y presidente de la República sin credibilidad, de supuestos “encuentros” estériles sin credibilidad, el de la representación popular en entredicho. Ese país, al que la gente pudo identificar, es el de los partidos, los caudillos, las ventajas y los repartos. No es de los encuentros, no es el de los vecindarios revividos, de la confianza y las ilusiones de la gente común. Ese que vimos es el poder. Y el poder, o se justifica por el servir, o, como alguien dijo; es la posibilidad de a hacer daño.

¿De quién depende el país posible? ¿De quién depende una elección tan especial? ¿De gobernantes o legisladores, de autoridades y jueces solamente? ¿Del presidente de la República y la de la presidenta de la Asamblea, de la sensibilidad y responsabilidad de dirigentes y asambleístas, de políticos? Sí, por cierto, pero no solo de ellos. Y, más que ellos, el tema está en los ciudadanos, en su capacidad de vigilancia, en su sentido de responsabilidad; en la elección de una opción razonable de sociedad que haga cada cual desde su nicho de vida y de trabajo. Depende de la opinión que se geste en cada individuo, de la lucidez con que se separe poder de abuso, critica de difamación, mentira de verdad.

Depende de que se entienda de democracia. Depende de que se distinga el poder de servicio, del poder como soberbia, el poder como calculo, del poder como lealtad con la gente esperanzada, dolida, que aspira un camino de prosperidad. Hoy todos tenemos ahora un enorme desafío: a hacer de este país de verdad. Una República.

[email protected]