Nada está dicho

Rocío Silva

Posiblemente nos vamos acostumbrando a los nuevos escenarios, de a poco vamos aprendiendo a sortear los límites entre la privacidad del hogar y la madurez laboral que exige el teletrabajo, ya nos hemos atrevido a poner límites a nuestra jornada laboral; en los primeros meses el miedo y la incertidumbre hacían que no entendiéramos esta nueva realidad humana.

Ahora, hasta nos resulta en cierta forma agradable, desplazarnos a puntos específicos, porque aprendimos a sacar provecho al tiempo que ahorramos, las dinámicas familiares cambiaron, los roles se van definiendo; ahora ya no es un asunto de buena voluntad, como cuando nuestra madre nos decía: “comídete, ayuda en algo en la casa”. Ya entendimos que la convivencia es una participación responsable de autodeterminación.

El hogar que, de tal, solo tenía el nombre; volvió a ser el refugio, la cueva donde hasta el silencio es mágico, porque resignifica la seguridad y la tranquilidad. Ya no estamos tan pendientes de las redes sociales, sin que dejen de sorprendernos a diario los datos estadísticos de la Covid-19, todavía nos duele mucho por los fallecidos y por tanto, nos incomoda al máximo quienes hacen caso omiso de las recomendaciones de distanciamiento, higiene y uso de mascarilla.

Sin embargo, hay muchos escenarios, a los cuales, no terminamos por acostumbrarnos; tales como: la invasión de mendigos en nuestras calles, las pocas veces en que salimos por alguna gestión nos estremece una conjunción de rabia y dolor, ante la situación lamentable de tantas personas venezolanas con bebés en brazos.

Dirán los más pragmáticos y defensores del modelo venezolano: “que es su modus vivendi, que es su libre decisión, que esas personas tenían todos los bonos y servicios sociales”.

Hay otro escenario al que tampoco nos acostumbramos, el del fanatismo e intransigencia, el de la “mirada cónica”, como diría mi profesor de Epistemología Filosófica, este escenario da cabida a los que tienen la mirada en un punto y no ven a los costados ni más allá, peor para atrás. Es quizás el más aterrador, ahora que estamos próximos a las elecciones del 11 de abril, porque ni siquiera la pandemia contribuyó a disminuir sus resentimientos, complejos e inseguridades; en fin, nada está dicho.